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Tiene el tamaño de una casa de cinco habitaciones y la costumbre de girar sobre nuestras cabezas sin que, por lo general, nos percatemos.
Posee hasta gimnasio y se mantiene habitada por 5 o 6 inquilinos que casi nunca salen de ella aunque cada semestre o menos la abandonan y rara vez retornan.
La Estación Espacial Internacional cumplió ya su órbita 100.000. Toda una marca luego de 18 años de funcionamiento en las ‘afueras’ de la Tierra.
Ha recorrido entonces más de 4.200 millones de kilómetros, suficientes para ir y volver de Marte 10 veces o como un viaje al lejano planeta Neptuno, el guardián de nuestro Sistema Solar.
Es el programa científico más costoso en la historia de la humanidad, con más de 100.000 millones de dólares invertidos por los países que se sumaron a la empresa.
Un emprendimiento que ha dejado dividendos palpables para la vida diaria de millones de personas por los avances que ha entregado y que ha sido un laboratorio sorprendente con miras a la exploración de otros mundos, como Marte y la Luna.
Cada día 16 veces la Estación completa un giro al planeta. Uno cada 90 minutos más o menos, a una velocidad de 28.164 kilómetros por hora y bien cerca de nuestras cabezas: a solo 386 kilómetros, distancia desde la cual tiene una vista privilegiada de todo lo que hay y de todo lo que sucede en esa esfera, ese punto azul pálido como lo llamara Carl Sagan.
Son 16 amaneceres y anocheceres que observan los tripulantes cada jornada.
En casi dos décadas, habitada siempre salvo en sus inicios, en la Estación se han realizado más de 1.900 experimentos de variada clase, no solo para estudiar cómo vive el cuerpo en un ambiente de microgravedad.
“Es un hito importante y un tributo al compañerismo internacional de la Agencia Espacial Europea, Rusia, Canadá, Japón y Estados Unidos”, en palabras del astronauta de la Nasa Jeff Williams al celebrar las 100.000 órbitas.
La han visitado 222 personas (142 estadounidenses y 45 rusos), casi todos astronautas y expertos en distintas áreas y unos pocos turistas que pagaron el precio de subir a ver qué se veía desde esta casa, no en el aire como la canción sino en el vacío que envuelve el planeta.
Astronautas y especialistas que pasan 35 horas cada semana trabajando en sus proyectos, llevándose el primer lugar Scott Kelly, quien en marzo regresó tras un año de vivir en el espacio.
Tras largos años de negociaciones entre países y haberse modificado el diseño, el primer componente de la Estación fue lanzado el 20 de noviembre de 1998. En sus primeras etapas no estuvo habitada. Fue en noviembre de 2000 cuando comenzó a ser la embajada de los humanos en el espacio.
Fueron dos módulos iniciales, el Unity americano con el Zarya ruso, ensamblados con un brazo robótico canadiense desde el transbordador espacial, el vehículo usado al comienzo para las misiones de armado de la estructura.
Así, los primeros en habitarla fueron el estadounidense Bill Shepherd con los cosmonautas rusos Sergei Krikalev y Yuri Gidzenko.
Hoy son 15 módulos que ocupan el espacio de un campo de fútbol americano, el proyecto más complejo y de mayor escala jamás creado por un grupo de naciones.
Está compuesto por 7 módulos de Estados Unidos (Unity, Destiny, Quest, Tranquility, Harmony, Cupola y Leonardo), 5 rusos (Zarya, Zvezda, Pirs, Poisk y Rassvet), 2 de los japoneses (JEM-ELM-PS y JEM-PM) y 1 europeo (Columbus).
Una construcción apoyada en más de 115 vuelos realizados en 5 tipos distintos de vehículos.
Estos módulos incluyen 2 baños, sala, gimnasio, dormitorios y varios laboratorios.
Y aunque desde 2011 no se hacían reformas, en junio se le agregó un módulo inflable en una operación que demoró más de 7,5 horas.
Tantos años, tantas, vueltas, demasiada inversión, pero ¿para qué?
Aunque parezca extraño, decenas de experimentos en la Estación benefician hoy a la humanidad. El campo de la salud es uno de ellos.
Un sistema de purificación de agua desarrollado para la casa espacial es usado en regiones donde el saneamiento es inexistente.
Con la vida en microgravedad se descubrió que ciertos ejercicios y la vitamina D ayudaban a evitar la pérdida de masa ósea, aparte de un dispositivo de ultrasonido mejorado que permite diagnósticos rápidos a distancia en sitios remotos donde no hay atención médica, y un sistema de ayuda a personas con asma.
O ese brazo robótico que ha permitido realizar cirugías de tumores antes imposibles y el hardware que permitió mejorar la precisión de las cirugías oculares con láser.
Esas 100.000 vueltas han dado tiempo para eso y más en biología y biotecnología, educación, tecnología y física por lo menos sin dejar de lado otro interés prioritario: entender mejor cómo podrían desarrollarse misiones tripuladas a otros sitios del Sistema Solar, en particular Marte, un ambiente hostil que demanda mucha investigación previa.
Pero nada es eterno en el mundo ni en su órbita.
La Estación tiene asegurado su funcionamiento hasta 2024. Algunos países socios buscan prolongarla cuatro años más pero Estados Unidos parece tener otros planes.
Cuando llegue el día, la posibilidad contemplada ahora es ponerla fuera de órbita hasta que poco a poco sea atraída por la gravedad e ingrese a la atmósfera, consumiéndose la mayor parte pero con distintas piezas sobreviviendo hasta tocar mar en el mejor de los casos (es más probable).
Mantenerla viva no es fácil. De hecho es tal vez el único proyecto en el que Moscú y Washington están de acuerdo hoy, pero en los últimos meses Rusia elevó consultas ante Estados Unidos para retirar un astronauta en futuras misiones y así abaratar costos.
La Nasa, de acuerdo con medios que han citado a Bill Hill, administrador adjunto de esa agencia, baraja otra alternativa: entregársela a una corporación privada interesada en asuntos espaciales ahora que varias firmas han desarrollado naves con distintos fines, incluso llevando provisiones y personal a la Estación.
De todas maneras este conjunto espacial sigue imponiendo marcas y aportando al desarrollo, mientras permite a la humanidad soñar con otras conquistas en otros mundos de nuestro sistema.
Que siga girando.