viernes
7 y 9
7 y 9
lorenzo villegas
Periodista
gastroturístico
@lavillegar
El profesor miró al alumno y le dijo ‘Hernández, usted se peina como el Káiser’, se refería al führer alemán. Corría el año 1938 y el líder nazi era la pesadilla del mundo entero. Sin más, desde ese día, Ramón Antonio Hernández cargó con el apodo, que a pesar de recordar al nefasto personaje, también le dio su propia marca para la posteridad.
El silbido de la máquina, el vapor estrujado por los costados y los zapatos bruñidos de hombres apuestos, dandis de cabellos detenidos por la gel, al mejor estilo de Carlos Gardel, bajaban de los vagones y sostenían manos de damas, cubiertas con guantes y paraguas que estallaban al salir. El tren dejaba a los visitantes de Caldas, Antioquia, apenas a una cuadra del negocio. Ramón, El Káiser, le heredó su apodo a su primera venta y por ende a su hijo. Una pequeña tienda, fonda, bar, con algunos acetatos y un tocadiscos. El sitio no le regresó mucho dinero, por eso lo alquiló un tiempo, luego de que lo devolvieron, su tercer vástago, Guillermo Hernández, tomó la fonda y comenzó la real historia de uno de los lugares en Antioquia, que desde 1953, más de sesenta años, ha servido para que los amantes de la música buena, bien compuesta, de ritmos perfectos y melodías inolvidables, encuentren el sacro espacio para reunirse con Juan Arvizu, Margarita Cueto, Alfredo de Angelis u Oscar Larroca.
No se preocupe por el traje, los zapatos no tiene que lustrarlos, las mujeres pueden seguir asistiendo, tal vez si deben llevar paraguas. Ya el tren no llega a Caldas, pero el ambiente familiar continúa. La atmósfera permanece impertérrita, luego de que los años la traspasaron. En el aire se respira la nostalgia del pasado. Fotografías de artistas, de lugares congelados en blanco y negro que recuerdan la historia de Medellín.
En la barra, con copa de aguardiente en mano, la voz gruesa y secarral de Guillermo le explica a lugareños el autor de una canción que suena, el año de grabación o la anécdota que la rodea. Toma otro L.P. y lo hace crispar en la fonola. Dos caballos y sus jinetes pasan por la calle y se detienen a mirar la magia atrayente de El Káiser, Guillermo levanta su copa y los saluda.
El Káiser, otra joya de la tradición antioqueña, lugar de muchos, espacio de todos, por allí pasaron famosos músicos, políticos evadidos, amores compungidos y las letras que nuestros abuelos tararearon. Medallita de la suerte que te llevo desde niño y es tan grande mi cariño como el miedo de perderte... El Káiser sigue vivo.