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La meditación puede cambiar la arquitectura del cerebro. Así como suena: la neuroplasticidad es un asunto que cada vez revela más de sus detalles y es estudiada por las neurociencias. No es casualidad que personajes vanguardistas, poderosos y famosos dediquen tiempo, de forma común, a entrenar la mente.
“El cerebro es un órgano hecho para cambiar en respuesta a la experiencia”, asegura Robert Davidson, un psiquiatra estadounidense que en 1992 se reunió con el dalái lama Tenzin Gyatso, quien lo retó a estudiar la compasión y la amabilidad de la misma forma en que las neurociencias han estudiado la depresión y la ansiedad.
Davidson ha sido un pionero de la descripción de los mecanismos neuronales de las emociones. En 2006 fue nombrado como uno de los personajes más influyentes de la revista Time y está convencido de que apenas se están dando pasos de bebé en cuanto al conocimiento sobre las capacidades del cerebro, el órgano más complejo que se conoce.
Más que una importación barata de prácticas orientales, valorar los beneficios de la meditación se torna relevante ahora que se sabe que, a través del entrenamiento mental, “podemos siluetear nuestros cerebros de formas más beneficiosas; como si fuese un músculo podemos entrenar y modificar nuestros estilos cognitivos y emocionales”, según lo que argumenta Davidson en el documental Libera la mente (Free the mind, 2012).
Tres años años después de que salió este trabajo, el psicólogo y psiquiatra estadounidense y su equipo publicaron varias investigaciones en las revistas Science Advances y American Psychologist en las que registraron cómo personas que llevan varios años meditando luego de una práctica intensa muestran alteraciones en la expresión genética, medibles a través de pruebas de sangre.
Sus trabajos prueban cuán dinámicos son sistemas como el neuronal y el genético, que se creían inamovibles una vez formados.
Las distintas formas de meditación que existen se muestran beneficiosas para enfrentar un mundo que parece cada vez más agitado, dice Laura Restrepo, psicóloga cognitiva de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Luego de que el monje tibetano Thicht nahn han viajara por todo el mundo, relata Restrepo, este pensó en llevar a occidente sus tradiciones en forma rápida y con aplicación en la cotidianidad, teniendo en cuenta su “falta de tiempo”.
Es este monje el que crea el mindfulness, una práctica que traduce atención plena en el momento presente, un llamado a cultivar una habilidad humana: la atención.
Tanto el yoga como el mindfulness vienen de las tradiciones de meditación tibetanas, quienes como si fuesen deportistas entrenan, no para no distraerse sino para reconocer las distracciones y la divagación de la mente y siempre volver al foco atencional –la respiración, un sonido, mantra, una imagen o sensaciones corporales–, en el ahora.
Al divagar, Davidson y su equipo de trabajo, encontraron cómo se activaba una red neuronal, algo así como un circuito: el lóbulo temporal (memoria), el occipital (audición y sensaciones) y prefrontal (personalidad). Estas son precisamente las áreas que se relacionan con dolencias como la depresión, la ansiedad y el alzheimer.
Las pruebas que Davidson y otros investigadores como Jon Kabat-zinn, quien trabaja el mindfulness para reducir el estrés y el dolor crónico, han llevado a cabo, revelan que no importa cuán intenso sea el entrenamiento, siempre hay modificaciones.
No es una moda hippie, y si cree que usted no tiene tiempo para meditar o no se concentra lo suficiente, bien vale la pena que lo intente al menos en su forma exprés: el mindfulness .