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¿Cómo manejar un niño grosero?

La forma de relacionarse con sus padres y educadores ha cambiado. Sí pueden cuestionar más las decisiones que ellos toman, pero siempre hay que trazarles límites.

  • Al tener más información los niños cuestionan con más frecuencia a sus padres. Pueden hacerlo pero con respeto hacia ellos. FOTO sstock
    Al tener más información los niños cuestionan con más frecuencia a sus padres. Pueden hacerlo pero con respeto hacia ellos. FOTO sstock
07 de agosto de 2016
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¿Más groseros, más altaneros, más respondones? ¿O simplemente son niños y jóvenes con un poco más de libertad y criterio para cuestionar las decisiones o las órdenes de los adultos que los tienen a cargo?

Una pregunta que muchos padres y cuidadores se hacen hoy porque consideran que las nuevas generaciones ya no tienen el respeto de antes por otras personas, en especial por los adultos.

Sobre este particular los expertos consideran que una de las variables con las cuales debe responderse esta pregunta está basada en el tiempo.

No es lo mismo el tipo de crianza y el contexto en que esta se daba hace unos años, a las situaciones y el entorno que deben enfrentar los padres, educadores o cuidadores de hoy.

Sobre el particular, la sicóloga especialista en niños, Luz Magnolia Tilano, anota que tanto las expectativas como las relaciones entre padres e hijos han cambiado.

Hoy, argumenta Tilano, las relaciones son más horizontales, y muchos padres ya no esperan esa obediencia ciega a las normas que dictan, como se esperaba de los niños y los jóvenes unas décadas atrás. “A los niños hoy se les da más libertad de expresar qué les gusta o no; eso puede ser percibido por algunos como grosería”.

Esa capacidad que tienen los menores en la actualidad para cuestionar, o por lo menos no aceptar de manera callada y sumisa toda orden que dan sus padres, de alguna manera está mediada también por el mayor acceso que tienen hoy los chicos a más información por medio de la tecnología.

Aunque no siempre los modelos y las pautas de comportamiento que copia de la información que recibe, por ejemplo de la televisión, son las más adecuadas.

Por eso, explica la sicóloga María Teresa Gómez, también es necesario que los padres tengan un mejor control sobre esa información que reciben y le ayuden también al menor a discernir entre lo que puede ser un buen ejemplo y aquellas manifestaciones o actitudes que no se constituyen como un modelo de buen comportamiento.

El desarrollo tecnológico también ha creado una sensación, anota Gómez, que los límites son cada vez menos claros y todo lo que se desee o se necesite puede obtenerse de manera inmediata.

En este sentido, señala María Teresa, es necesario que se establezcan canales y formas de comunicación en las que el niño o el joven pueden expresar de manera tranquila sus ideas y su visión acerca de las cosas y las expectativas que los padres tienen hacia él. El hecho que el niño tenga acceso a mayor información no lo hace irrespetuoso, anota.

“Que se pueda tener una interacción, conversar con él, hablar de las nuevas ideas que él puede tener. Eso depende del adulto, cómo recibe la idea del joven”.

Añade que la base del respeto que debe existir entre ambos parte del reconocimiento que hacen que el otro puede tener ideas distintas. Una base de ese respeto es reconocer la individualidad de la otra persona.

Pero pese a ese contexto en el que los niños y jóvenes pasan simplemente de ser sujetos que reciben una orden y la cumplen sí o sí, a que en algún momento pueden cuestionar o plantear inconformidades ante esas ordenes de sus cuidadores, es claro, explica la sicóloga Luz Magnolia, que siempre debe ser el adulto padre el que finalmente trace las normas y los límites que deben respetarse en el hogar y en general en la convivencia.

Reconocen también las expertas que ese reconocimiento de quien señala las normas básicas de la conducta a veces se ve dificultado por las nuevas conformaciones familiares; con el mayor número de separaciones y el hecho que los hijos estén con los padres en diferentes momentos y cada uno maneje unas normas diferentes; o cuando tanto padres como hijos viven en la casa de los abuelos, por ejemplo, y son ellos quienes imponen sus normas, que no siempre coinciden con lo que los progenitores esperan para los hijos.

También influye en ello la creciente situación de padres que trabajan y quieren compensar la falta de tiempo a los hijos con una mayor laxitud en las reglas de comportamiento.

Pero sin importar si un niño o un joven tiene hoy una mayor autonomía o mayor información para debatir con sus padres, las decisiones y las normas de crianza que estos quieren señalarle, los especialistas son claros al decir que hay actitudes que no se deben tolerar, como el maltrato físico o verbal, la humillación hacia el otro, el incumplimiento de un acuerdo al que hayan llegado frente a un comportamiento, una decisión o una actitud que deba corregirse.

El camino para todo ello debe ser el diálogo.

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