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A veces la mejor forma de comunicarse es no decir nada. Basta el contacto de las manos, un corazón que late apresurado, una sonrisa o una mueca, para que Olga Lucía Lacouture comprenda lo que pasa por la mente de Sofía.
Su hija no habla, tal vez no llegó suficiente oxígeno a su cerebro al nacer, ya no importa. Tiene una discapacidad cognitiva, específicamente síndrome de Down –una condición genética que hoy celebra su Día Mundial– y una dificultad adicional en el lenguaje.
“Ella me enseñó la importancia del silencio, la posibilidad de mostrar sin decir nada y simplemente quedarse quieta, tendida en la manga, observando –cuenta Olga Lucía, psicóloga y fundadora de la ONG Best Buddies Colombia, que en 2018 cumple 15 años–. Sofía sabe que no vino aquí a leer, escribir, restar o sumar. Vino a cambiar la vida de su familia y la de 600 personas como ella que están trabajando con nuestro apoyo y el de otras 81 instituciones”.
Valeria Tabares Rojas (ver su historia) lo logró y ahora hace inventarios de equipos electrónicos en una multinacional. Primero debió enfrentar el temor al rechazo, que ya había sufrido por no verse y hablar como el resto de gente.
“Nos hace falta como sociedad, respetar y valorar a cada quien sin importar sus características particulares, sus debilidades o necesidades de apoyo. Todas las vidas deben tener el mismo valor y nos debemos esforzar por darles oportunidades”, señala Mónica Cortés Avilés, directora ejecutiva de Asdown Colombia y representante de las personas con discapacidad cognitiva y sus familias en el Consejo Nacional de Discapacidad.
Valeria lo explica: “La diferencia no existe, o más bien, todos somos diferentes, por cómo hablamos, la forma de caminar o de comer y hasta la manera de agarrar un lápiz. Por eso, todos tenemos dificultades con algo, solo que hay personas que necesitan un apoyo más especializado y hay que dárselos”.
La discapacidad forma parte de la condición humana. Según la OMS, casi todas las personas sufrirán algún tipo de discapacidad transitoria o permanente en un momento de su vida, y las que lleguen a la vejez experimentarán dificultades crecientes en sus funciones cognitivas o motoras.
Hoy, según cálculos de este organismo, el 15 % de la población mundial, más de mil millones de personas, tiene algún tipo de discapacidad.
Según el Censo de 2005, 6 de cada 100 colombianos tienen una discapacidad (cerca de 2’650.000 individuos). De ellos, el 52,3 % está en edad productiva, pero solo el 15,5 % ha encontrado oportunidades laborales.
Como señala el Informe Mundial sobre la Discapacidad, persisten los obstáculos que entorpecen el acceso a servicios que muchos consideran obvios, como salud, educación, transporte y empleo.
En el país, discapacidad, pobreza y analfabetismo van de la mano. El 70 % de las personas censadas que están en este grupo pertenecen a los estratos 1, 2 y 3 y, según la Fundación Saldarriaga Concha, el 56,8 % de quienes tienen entre 5 y 20 años están vinculados a procesos de formación básica; sin embargo, solo el 5,4 % de estas termina el bachillerato.
Ante este panorama, la educación inclusiva es la mejor alternativa. En los 60 y 70 se creía que las personas con discapacidad, sobre todo cognitiva, debían estar en entornos segregados, pero no funcionaron porque “todos aprendemos en la interacción con los demás, siguiendo patrones sociales –explica Mónica–. Me gusta mucho una frase, ‘si crecemos juntos aprendemos a vivir juntos’. Creo es algo que nos hace falta”.
Eso es en materia de educación; en lo laboral, el 30 de noviembre de 2017 fue reglamentada, a través de la ley de cuotas, que las entidades públicas deben vincular a personas con discapacidad.
Las empresas privadas también se están sumando y cada vez es más común ver jóvenes con discapacidad cognitiva trabajando como empacadores en Alkosto y Homecenter, atendiendo clientes en Hamburguesas El Corral, preparando bebidas en Juan Valdez o apoyando en la logística de grandes eventos como el pasado Foro Económico Mundial en Medellín.
Es importante que los empresarios conozcan que al brindar esta posibilidad ganan todas las partes: por un lado, los jóvenes aportan al crecimiento de la economía del país, se vuelven independientes y pueden pagar su salud, su educación y sus impuestos.
De acuerdo con el Banco Mundial, Colombia pierde entre el 5.3 y el 6.9 por ciento de su PIB al no incluir laboralmente a estas personas que podrían generar ingresos. Además, se deja por fuera del mercado laboral a su cuidador, generalmente papá o mamá, que permanece a su lado en la casa, inactivo, cuidando a su hijo.
Por otro lado, las compañías, a su vez, reciben exenciones tributarias a partir de las leyes 361 de 1997 y 1429 de 2010 y prelación en créditos otorgados por el Estado.
Eso por no mencionar que se incrementa la productividad, pues ganan un colaborador con alto sentido de pertenecía. Jonathan Hurtado, barista y jefe de Juan Guillermo Correa en Juan Valdez (ver historia), admira cómo perfecciona al 100 % cada cosa que hace y mejora el clima laboral.
Como se lee en el prólogo del Informe Mundial de Discapacidad, escrito por el fallecido científico Stephen Hawking, “el mundo no puede seguir pasando por alto a los cientos de millones de personas con discapacidad a quienes se les niega el acceso a la salud, la rehabilitación, el apoyo, la educación y el empleo, y a los que nunca se les ofrece la oportunidad de brillar”.