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Sin bajarse del taxi, el conductor le pide a José Adán un amargo. Este, un peruano de rasgos indios, parado ante su carrito de venta de emolientes en una de las esquinas de la Placita de Flórez, toma con su diestra una botella de vino, con su siniestra un vaso desechable y le sirve algo así como una onza de una sustancia rojiza. El recién llegado, la sorbe rápido, como la mayoría de las personas toma aguardiente, y también como si lo que tomara fuera aguardiente, deja instalada en su rostro la mueca del mal sabor.
Estoy parado al lado del peruano, atento a los movimientos de uno y otro. ¿No le gusta? Le pregunto al taxista. Él estira nuevamente su mano izquierda para recibir, en el mismo vaso, esta vez lleno, una bebida de cristal de penca sábila con extracto de malta. Sorbe dos-tres tragos antes de hacer una pausa para contestarme: Claro que me gusta. Si por mí fuera, haría llenar el vaso de amargo, pero el remedio es así.
El remedio: ese tal amargo se llama campure, explica el peruano. Es bueno para el hígado, el colesterol, el mal aliento.
Una de penca, pero natural. Dice un hombre que llega caminando, como desde el interior de la Plaza. Con pastillita cuánto vale. Mil quinientos, responde el otro. Se refieren a una pastilla de uña de gato. El vendedor destapa una cajita de cartón, de la que extrae un frasco y un papel impreso. Entrega el papel al cliente, un mulato de unos sesenta años, coronado de sombrero negro, para que lo lea mientras él sirve la espesa sustancia, pero no rojiza esta vez, como la del primero, sino casi tan transparente como el agua. Como sufre diabetes, no puede beberla con dulce. ¿Y esto sí sirve para todo lo que dice ahí?, pregunta el hombre. ¿Triglicéridos, afecciones respiratorias, diabetes, circulación, reumatismo, úlcera, tumores...?
La uña de gato es una planta del Perú. Es una trepadora. Y sí, está comprobado su poder curativo. Le entrega el vaso y añade: lo bueno de estos remedios naturales es que si acaso no lo cura, no le hacen daño.
La Plaza es un sector bullicioso y movido. Una vocinglería de hombres y mujeres se oye por doquier. Los conductores de taxi hacen una fila con sus autos por el costado de la Plaza. Mientras esperan turno, no paran de hablar necedades en la esquina del Peruano.
Con un cucharón, extrae líquido de una y de otra olla y los mezcla en una jarra. Esa sustancia es roja y diáfana. No se le nota un residuo vegetal, ninguna turbiedad. Con ayuda de un batidor, combina bien las sustancias en la jarra.
José Adán Avanto Chuan. Es el nombre completo del peruano. Con precisión de geógrafo, cuenta que se crió en el distrito de Guadalupe, provincia de Pacasmayo, departamento de Trujillo, un sitio costero, donde su madre, María, de cincuenta y cuatro años, se ha ganado la vida como partera en un centro asistencial. A ella nadie le enseñó a asistir los partos; eso es un don en ella, según Adán.
Antes de venir a Medellín, estaba ocupado en una carnicería. De pronto, como en la vida estamos, un hombre le dijo que viniera a Medellín a trabajar para él en una venta de emolientes naturales. Y él, que no ha sido reacio al cambio, respondió que sí, con la condición de que vendría a ver no más.
Deme dos botellitas para llevar. Un hombre atlético llega en compañía de una mujer. Descarga dos botellitas vacías con marcas de agua. Él viste ropa deportiva; ella, un vestido de calle. Debe ser su esposa porque sabe sus asuntos: Ya Miguel lleva dos semanas con el emoliente. Toma un vaso diario, dice ella. Mientras más tome, mejor el efecto, y más rápido, contesta el peruano. Me encontraron gastritis crónica, explica el tal Miguel. El médico me mandó una montaña de omeprazol, pero esa vaina a la larga lo mata a uno. Yo me ayudo con la penca y sí, he sentido mejoría. Vamos a ver cómo salen los próximos exámenes, dijo ella, pagó él y se fueron los dos.
Si el negocio fuera mío, comenta Adán, además de los emolientes, vendería quinua para el desayuno. ¿Usted sabe qué es la quinua? Es como un cereal. Es muy alimenticia y medicinal. Sí, se cultiva en Cauca y Nariño, ¿pero acaso allá desayunan con eso? En Perú, sí. Bueno, y los fines de semana haría a un lado la botica y más bien me pondría preparar parihuela y ceviches de camarones y de salmones. Por cierto, esta es la comida que más extraño de mi distrito costero. ¿No sabe qué es parihuela? Es un levanta muerto, para mejor decirle.