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Cuando era niño, Giovany Andrade acudía, como la mayoría de los niños del barrio Los Naranjos, de Itagüí, a la calle 77 con la carrera 49, a ver el pesebre de la esquina. Ahora tiene 31 años.
Recuerda que rezaban la Novena con los vecinos, no se iba hasta que no lo apuntaran en la lista de los asistentes para tener derecho a recibir el aguinaldo el 24 de diciembre.
Ese noveno día, antes de recibir el presente, los niños gozaban con la búsqueda del Niño Jesús, el de plástico, que escondían los grandes para que se hiciera más divertida la espera. Y comía helado, natilla, buñuelos y las viandas navideñas tradicionales.
Por eso ahora, que trabaja como pintor de carros en ese mismo taller, es uno de quienes participa en la elaboración del pesebre.
“Recibía regalos y aprendía las tradiciones —dice Giovany, pintor de autos, quien suspende por un momento sus quehaceres para acudir orgulloso a ver el belén—, ¿cómo no seguir con esta bella costumbre?”
Celebra que para este año, Diego Quiroz, uno de los hombres de su generación, les contagiara la motivación de elaborar un pesebre más grande. Hasta el pasado, comenta, ocupaba apenas un rectángulo de dos por dos metros y “¡verlo ahora llenando el andén de la cuadra, a lo largo del muro blanco del taller de latonería!”.
Fernando Ceballos y Giovany coinciden en que la tradición del pesebre de Los Naranjos puede superar el medio siglo y que la inició la familia Rojas, una de las fundadoras del barrio. Ya hay personas de casi 50 años que recuerdan que el pesebre ha estado ahí siempre.
Hecho con material reciclable, y complementado con leños secos y aserrín, las figuras santas, de trajes coloridos, parecen dominar campos y atravesar cañadas.
Unos 150 niños tendrán aguinaldos este 24, que consiguen gracias a los numerosos establecimientos comerciales y de industria que hay en este sector aledaño a la autopista.
En el separador de la Avenida Guayabal, bajo un arbusto, Juan Carlos Cadavid realiza un pesebre que se ve por el lado del barrio Campoamor, entre las calles 5 y 6.
Sobre el césped, vaquitas de cartón pastan entre estrellas de papel plateado. Al fondo el paisaje pintado en un telón muestra un despoblado sembrado de palmeras.
En el sardinel hay un letrero con letras blancas en el que se lee:
“Jesús, tú eres la persona más importante de este lugar. Rey de reyes, Señor de señores, acoge mi vida”.
Si bien resulta un poco incómodo o inconveniente verlo de cerca, puesto que pasan los automotores de norte a sur, queda como testimonio de la vida espiritual de Juan, que, según cuenta Javier Rodas, uno de los vecinos del barrio, recibió una agresión hace varios años por un sujeto con perturbaciones mentales, que casi acaba con su vida.
Y desde entonces hace el pesebre, escribe estos letreros y da testimonio de su fe en Dios.
Javier y Juan son aliados para de decorar las cuadras de Campoamor.
El pesebre de San Francisco es todo un cuento de Navidad.
Combina la estética que recuerda los caserones de Israel, hechos con rocas inmensas, con un mensaje de preservación de la Naturaleza, que se evidencia en el aprovechamiento de materiales de desecho, como el capacho de maíz, los vasos plásticos, el icopor y los tubos de papel higiénico, que recogen los vecinos en sus casas, en la Central Mayorista, las cafeterías de la zona y en empresas vecinas que se unen a la causa. Las figuras santas son de marmolina.
El pesebre está junto a la urbanización Triana, precisa Óscar, porque en este punto convergen varios barrios: San Francisco, San Gabriel, Bariloche y El Limonar, “que están pegaditos”. De estos, el último no es de Itagüí, sino de San Antonio de Prado, corregimiento de Medellín.
El líder cuenta que desde octubre han trabajado en la Navidad de este año.
No solo en la elaboración de este pesebre de 15 metros de largo por 5 de ancho, sino en la decoración de los barrios, con materiales desechables y luces.
La cuadra ganadora, una aledaña a la cárcel de máxima seguridad, recibió su premio el 16 de diciembre: un marrano para su fiesta de Nochebuena.