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¿Sufre el síndrome de domingo a la tarde?

  • ilustración elena ospina
    ilustración elena ospina
14 de agosto de 2016
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El cierre del fin de semana suele ser un momento difícil de asimilar para muchas personas. La sensación de que el fin del periodo de descanso está cerca y al otro día hay que retomar las labores cotidianas hace que se sienta esa sensación de desasosiego y angustia.

El médico Juan Carlos Domínguez, en un artículo publicado en 2012 en un blog de www.sura.com sobre salud, prevención y bienestar, hizo referencia a esta sensación como el “síndrome de domingo”, y explica que el término apareció por primera vez en el libro Ansiedad de 9 a 5, de la psicóloga norteamericana Larina Kase, y agrega que recibió este nombre oficial en 2006.

Pero, ¿por qué nos sentimos de esta manera? El psicólogo Juan Diego Tobón Lotero, quien fuera decano de la Facultad de Psicología de la Universidad CES, lo explica.

Desde la psicología, ¿cómo se entiende que nos sintamos así?

“Se puede explicar desde tres dimensiones. Una tiene que ver con lo antropológico, con ciertas condiciones de supervivencia de la especie, ya que los primeros seres humanos no basaban su calendario de lunes a domingo. Pero cuando empezaron a asumir costumbres culturales, motivadas entre otras razones por la religión, el domingo siempre fue su día de descanso. Ahí hay un asunto de unas condiciones filogenéticas de cerrar ciclos. Para el ser humano el inicio de la noche era como el principio de lo terrorífico, ya que de día se sentían protegido y de noche se resguardaba,

Otra dimensión va en el orden de las construcciones culturales de occidente, que es nuestra referencia. Occidente ha organizado el tiempo en el calendario religioso, y cerrar la semana y comenzar actividades laborales se ha ido volviendo para los seres humanos como si fuera una carga.

Y lo tercero tiene que ver con una transmisión cultural. De una u otra manera, lo que dices se va transmitiendo. Mi mamá aseguraba que lo peor era un domingo hacia las seis de la tarde, ahí hay un asunto de anticipación de una actividad que a veces la hacemos grata como el trabajo, pero también un gusto por quedarnos descansando”.

¿Sólo lo sentimos los adultos, o también los niños?

“Los niños, en últimas, terminan siendo la réplica de lo que los adultos hacemos de ellos. Estoy seguro que en una familia que eso pase, donde padres, madres, adultos mayores hablando maluco sobre el lunes, eso termina siendo una réplica social, y los niños la asumen, la aprenden. Puede ser que haya situaciones que niños, jóvenes y adultos, por asuntos instintivos, tengan reacciones poco favorables al cierre cultural”.

¿De qué manera se puede fortalecer la mente para evitar esta sensación?

“Si genera mucha angustia el final de los domingos, ojalá uno pueda encontrar espacios o actividades alternativas, lo mejor es salir. No tiene que ser a pasear, pero si hallar un lugar para protegerse y blindarse de esas cosas. Hay un mensaje interesante, es que el cierre de un ciclo lo que permite es la apertura de otro. Hemos vuelto fatídicos los cierres, asuntos como la muerte, el fin de año, y puede ser útil empezar a transformarlos en caminos para los nuevos comienzos, eso es un poco de la transmisión de la vida familiar, de encontrar espacios que abran alternativas para no sufrir, que podrían ayudar en parte”.

¿Cómo se explica que el ser humano asuma con negatividad los cierres de ciclos?

“El trabajo pareciera ser asumido en nuestra cultura como un castigo, en nuestra lógica cultural Dios nos expulsó del paraíso y nos puso a trabajar, así que tener que cerrar la semana y ponernos a trabajar, lo cual termina siendo como una paradoja, de una u otra forma lo que nos permite vivir nos hace sufrir.

A la gente se le dificulta cerrar ciclos. Cuando vuelven de vacaciones, los consultorios psicológicos están llenos de gente, y también de personas que sufren por cierres amorosos. Nos resistimos a cerrar ciclos, a dejar partir, y casi que el fin de semana fuera como la perpetuación o el recordatorio de que siempre tendremos que cerrar algo, y nos da tan duro que lo tendremos que recordar 52 veces, que son las semanas del año”.

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