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Los nombres de los colombianos están guardados desde 1952 en el Archivo Nacional de Identificación (ANI), el año pasado, los más frecuentes entre los recién nacidos fueron Luciana, Santiago, María José, Juan José y Mariana. En Medellín, los padres prefirieron llamarlos: Luciana, Dulce María, Emiliano y Miguel Ángel. Los debates que generó esa importante decisión dieron esos resultados.
Al 2010, el nombre de hombre más común en el país era José y entre las mujeres, María, este último también era el más repetitivo en Medellín, mientras que en la ciudad, a diferencia de Colombia, Luis era el que predominaba entre los hombres.
Por supuesto, los nombres han cambiado, según dice la Registraduría, surgen de los gustos y tradiciones de los colombianos.
Por ejemplo, para ese mismo año, a los niños que nacían les ponían Santiago, Valentina, Sebastián, Mariana, Nicolás, Isabella, Alejandro y Daniela. Más bien pocos llamados Luis, Jorge, Luz, Ana, Carlos o Patricia.
Y de los gustos de los padres también han nacido los nombres poco comunes, tal vez traídos de otros territorios, el resultado de una mezcla o inventados.
Según dice la Registraduría “La Constitución Política reconoce y protege el derecho de todo colombiano a tener un nombre que constituye un atributo esencial a la personalidad”.
A estas personas que cuentan la historia de sus nombres, no les pusieron los populares del año en el que nacieron, no fueron un Luis o una María, sus padres fueron más creativos, los nombraron con uno en particular que ellos hasta ahora han decidido conservar y no engrosar las listas de los más populares, los de ellos son todo lo contrario.
Uno que empieza por Y
Pamela fue la primera propuesta, pero mis papás terminaron decidiéndose por Yoryanny.
La idea la trajo mi mamá desde Manizales, donde estaba estudiando enfermería, allá, una de sus amigas, también enfermera, le contó que le había puesto ese nombre a su hija, que nació primero que yo, y con quien me encontraría años después en el colegio. Éramos quizá las dos únicas mujeres entre cientos que tenía el colegio, que nos llamábamos Yoryanny.
También me pusieron Vanessa, ese es mi segundo nombre y el que uso actualmente.
Toda la vida me ha molestado, pero por situaciones específicas, por ejemplo, desde que recuerdo, he tenido que repetirlo porque pocos lo entienden cuando lo menciono por primera vez, para mí eso ha sido muy frustrante; sin embargo, también llegué a sentirme cómoda con él, pero han sido más las complicaciones que me ha generado, por ejemplo, matoneo en el colegio porque los compañeros se mofaban de él, y yo me preguntaba, ¿por qué no me puedo reír del de ellos?
Cuando entré a la universidad, a la Universidad de Antioquia a estudiar Economía y a la Universidad Nacional, ciencias políticas, era más fácil mencionarlo por lo diferentes que es la estructura universitaria a la del colegio, no llamaban a lista y escogía a quién contárselo. Fue algo más íntimo.
Vanessa Galeano siempre me ha parecido más sonoro, y cuando era niña, era un nombre común entre las mujeres, es el que uso en mis redes sociales, con el que me presento y uso diariamente.
Hace tiempo, en un viaje que hice Chocó durante un trabajo con la Unicef, alguien me contó que el nombre es común en el Valle.
Acá en Medellín solo he conocido una que se llame igual, nunca me sentido única o que el nombre le haya aportado algo a mi personalidad, tampoco he contemplado quitármelo. simplemente no lo uso.
No es Arley o Yorley, es Norley
Un papelito llegó a mi casa cuando nací, lo había enviado mi abuela materna desde Cocorná y ahí estaba escrito el que terminaría siendo mi segundo nombre: Norley.
Me llamo Mauricio Norley Aristizábal, pero uso solo el primero. Me lo terminaron poniendo porque mis papás, cuando llegó el nombre, no habían pensado aún en uno, y luego, cómo no atender la recomendación de la abuela.
Por él he tenido algunos inconvenientes, el más común es que la gente me pide repetirlo, y si lo van a escribir, hasta deletrearlo, en muchas ocasiones me refutaban y decían ¿Arley?, Norley, corregía yo.
Cada vez que lo decía pensaba: ya sé que me tocará corregirlo por lo menos dos veces.
También, como es típico en un salón de clase, el nombre extraño se prestaba para burlas, me decían norgüey, norgay, y hasta “la ley del caldo de gallina”, por lo del caldo Nor.
He pensado en quitármelo y llamarme solo Mauricio, le he reclamado a mi abuela y a mi mamá por ponérmelo; también he hecho chistes con mis amigos, como: con este nombre cómo voy a triunfar.
Le veo algo positivo por estos días, y es que se puede usar para hombres y para mujeres, de hecho, cuando he buscado en Facebook he encontrado más mujeres que hombres con él, hay una cantante que lo tiene y una localidad en Inglaterra que está nombrada de esa manera, no soy el único.
Raro por combinación
Me llamo Yorley Arelys, me gusta el primero, pero no el segundo, Me lo pusieron porque a mi mamá le ha gustado lo diferente, los nombres raros. En busca de complacerla, mi madrina hizo un búsqueda y armó una lista, se los dio a ella y empezaron a combinar hasta que me nombraron. Me gusta Yorley, aunque en el colegio siempre me conocieron como Arelys, pero no me identifico con ese nombre, incluso hay una cantante de música popular que se llama de esa manera y me disgusta esa analogía que la gente podría hacer.
Nunca he pensado en quitármelos, me siento cómoda ellos, creo que lo soy corresponde a mi nombre. Una vez busqué en internet su significado de los y, aunque fue difícil, encontré uno: la que es sublime.
Sé que hubo una novela, en la que una de las mujeres del elenco se llamaba así, pero no tengo otros referentes.
A veces me dicen Yor o Yore, este último me parece tierno”.
¿Es más difícil conseguir un trabajo?
Un investigación de las Universidades de Ryerson y Toronto reveló que las personas con nombres chinos, indios o pakistaníes tenían un 28 % menos de probabilidades de ser llamadas a una primera entrevista laboral. El estudio comenzó a hacerse en 2011 cuando los investigadores enviaron cerca de 13 mil hojas de vida falsas a 3 mil ofertas de trabajo. Hace un año, los académicos volvieron a esos datos e identificaron que los candidatos falsos que ellos inventaron con nombres en inglés, incluso con menos experiencia laboral o académica, superaron en ocasiones a los reales.