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El Ártico ruso, ayer territorio de exploradores pioneros y mañana tal vez destino de turistas en masa, ha sido escenario de nuestra propia aventura particular en esta temporada. La hemos vivido en tres entornos distintos al norte del paralelo 66.
Durante una semana, del 24 de marzo al 1 de abril, viajamos en el buque Nadezhda (esperanza), un carguero rompehielos de 169 mts de eslora propulsado por diésel que atravesando hielos cada vez más densos nos llevó por la Ruta Marítima del Norte (SMP, en sus siglas en ruso), desde Múrmansk, en la Rusia europea, a Dudinka, un puerto en el río Yeniséi, en Siberia.
Después participamos en una fiesta dedicada a los pastores de renos en Dudinka y visitamos Norilsk, la ciudad fundada por los prisioneros que habitaron los campos estalinistas en los años treinta del pasado siglo. El periplo en buque, de 2.640 kilómetros, fue posible gracias a Norilsk Nickel (Nornickel), el gigantesco consorcio industrial y minero del que depende la Filial de Transporte de Múrmansk, propietaria del Nadezhda.
Rusia quiere potenciar la SMP a lo largo de su litoral ártico, que es hoy el camino más corto entre Europa y Asia (más de 14.500 kilómetros). El presidente Vladímir Putin aspira a controlar una autopista marítima que impulse el desarrollo de Siberia y eclipse la ruta de unos 23.000 kilómetros por el canal de Suez y el Índico.
Las dificultades son muchas: en el Ártico, los focos económicos, yacimientos de hidrocarburos o minas, están dispersos en vastas extensiones con poca infraestructura, escasa población y un medio tan único como vulnerable. Para explotar las riquezas que el calentamiento global libera del hielo se requieren ingentes inversiones, y a los litigios entre los Estados ribereños (Rusia, EE UU, Canadá, Dinamarca y Noruega) se añaden las ambiciones de otros como China. Las tensiones latentes alimentan una militarización del Ártico, por donde pasa la trayectoria más corta de los misiles rusos y estadounidenses con capacidad para la destrucción mutua de los dos países.
En el territorio ártico han tomado posiciones las grandes empresas rusas de hidrocarburos, como las estatales Gazprom y Rosneft, monopolistas en la explotación de la plataforma continental, y compañías no estatales como Lukoil, cuyo dirigente Vagit Alekpérov es la segunda fortuna de Rusia (18.474 millones de euros, según Forbes), y Novatek, liderada por Leonid Michelsón, primera fortuna rusa (21.419 millones).
El mar surcado por el Nadezhda, limpio en superficie, no transmitía al viajero las preocupaciones expresadas por los expertos. En el Ártico ruso se vierten centenares de miles de toneladas de productos petrolíferos y por ello la concentración de sustancias contaminantes en muchas zonas de los mares de Barents, Blanco y Kara y también de Láptev duplican y triplican la norma permitida, según Borís Ívchenko, jefe del laboratorio de Estrategia de Desarrollo y Seguridad de la Zona Ártica de Rusia. Ívchenko afirmaba recientemente que en las costas del Ártico hay hasta 4 millones de toneladas de basura industrial o de construcción y entre 4 y 12 millones de toneladas de chatarra. En el 15% del ártico ruso, estima, se ha constatado un nivel crítico de contaminación. Además está la contaminación radiactiva, herencia de los reactores nucleares soviéticos hundidos en el mar de Kara y de Barents, y también las secuelas de las pruebas atómicas soviéticas en el polígono de Nóvaya Zemliá. Rusia ha contado con financiación internacional para almacenar la basura radiactiva y ha hecho esfuerzos por recoger la chatarra. Aun así, todavía se pesca, se navega y se busca petróleo en zonas árticas donde existen residuos nucleares, concluía Ívchenko.
Ver osos cuando viajábamos en el Nadezhda fue todo un acontecimiento. Eran dos, aparentemente una osa y un osezno, que llegaban atraídos por las focas del sur de la isla de Siberikova. El oficial de turno anunció por los altavoces, que tras correr junto al barco desaparecieron después en la nieve. El oso polar es una especie protegida que experimenta dificultades para alimentarse en el hielo menguante. Según distintas fuentes, se estima que en el Ártico ruso había hace un lustro entre 5.000 y 7.000 especímenes y se está a la espera de un recuento oficial.
Al planear sobre el Ártico, las autoridades rusas se debaten entre consideraciones económicas y sus ideas sobre la seguridad. La discusión sobre si el Ártico debe desarrollarse como asentamiento permanente o temporal está aún abierta. “Los verdaderos nómadas somos nosotros, los que hemos venido a esta ciudad, que es como un platillo volante en medio de la tundra”, afirma Natalia Fediánina, la directora del museo local de Norilsk.
Nomadismo o arraigo, irse o quedarse es el dilema del Ártico en general. Y junto a ese “ser o no ser” está la divisa de viajeros y filósofos escrita en el remolque de una moto a las orillas del Yeniséi: “Via est vita”..