viernes
7 y 9
7 y 9
El río Palomino, de aguas cristalinas, arrastró a Felipe Supelano, que estaba montado en un neumático, hasta el mar. El plan fue “increíble”, según él, allá lo llaman tubing, y no necesitó mucho para disfrutarlo. La vegetación que rodea el río y el encuentro de este con el mar fueron suficientes.
Palomino, no el río sino el corregimiento, pertenece al municipio de Dibulla, en La Guajira, y desde hace algunos años es un lugar turístico popular por sus paisajes, playas, tranquilidad y, por supuesto, su afluente. También ha ganado reconocimiento gracias al Festival Jaguar Palomino, una fiesta musical que se realiza desde enero de 2014.
María Manuel Cardoso es portuguesa y trabaja como auxiliar de vuelo. Entre risas asegura que ella fue a Palomino antes de que se pusiera de moda –hace cuatro años–. Lo dice porque para los viajeros que prefieren descubrir lugares eso es un orgullo, apreciar lo bello, lo exótico, lo natural, mucho antes que otros, tener el placer de ser turistas sin estar rodeados de mucha gente.
En el caso de ella, no contemplaba ir a Palomino, estaba en Santa Marta y sin saber adónde ir. Entonces se montó a un bus rumbo al Tayrona, y estando ahí se encontró con una turista que le habló de la reseña de Palomino en Lonely Planet (una de las mayores guías de viaje del mundo). En ese momento, según María Manuel, Palomino tenía un hostal, el de una señora alemana que se quedaba allá solo por temporadas.
“Me encantó la vibra, la poca gente que había, y para mí, que soy europea, fue muy novedoso estar en un hostal que en vez de camas tuviera hamacas. Amé la belleza del mar y que todo fuera tan calmado. Recuerdo mucho haber caminado desde el hostal y llegar a un lugar en el que un río se unía al mar; fue simplemente hermoso”.
Para la portuguesa, fue algo místico. Allí encontró un tipo de neblina que le daba ese aire al espacio, uno bien especial, hasta para ella que ha ido a tantas playas. Y no solo eso la enamoró, también la gente, sintió que era tan distinto a Asia, “donde hay playas lindas”, pero las personas, según ella, no muy amables. “Es todo un conjunto: el mar, la naturaleza, la comida, la gente, y lo que sientes allí”.
María llegó desde Santa Marta, si bien se puede llegar partiendo de Riohacha, así lo hizo Felipe Supelano, que primero viajó desde Bogotá, y cuando aterrizó en la capital de La Guajira tomó un bus en la terminal de transporte por $6.000. “Adicionalmente hay motos que te llevan hasta los hostales en la zona de la playa. Esas cuestan $5.000 por trayecto”.
Para hospedarse, según Supelano, hay de todo –casi 90 lugares–. El precio depende de la comodidad que el viajero busque; hay opciones desde $20.000 y otras que pasan los $100.000. Él, por ejemplo, reservó por $80.000 una habitación privada. Y para comer solo necesitaba pagar entre $12.000 y $15.000 por plato.
El día que él llegó se preguntó: “¿Dónde está todo lo que se ve en fotos?” Y solo tuvo que llegar a la zona de los hostales para descubrirlo.
A su llegada, Camilo Vázquez también tuvo una impresión parecida, dudó del lugar porque, según cuenta, “no estaba acostumbrado a sitios tan ecológicos” y eso le encantó. Aunque su visita, según él, fue antes de que se pusiera de moda.
Palomino es por estos días un destino para jóvenes que buscan pasar un buen rato, además de la tranquilidad o las fiestas discretas. Su público son, sobre todo, mochileros que llegan solos o en grupo, y jóvenes colombianos que quieren conocer esta joya entre La Guajira y el Magdalena, un tesoro de aguas saladas y dulces.