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Para que no coma gato por liebre, lea antes las etiquetas

Descubrir los secretos de la información nutricional de lo que consume a diario puede hacer la diferencia para mantenerse saludable y delgado. Se los desciframos.

  • ilustración Elena ospina
    ilustración Elena ospina
10 de febrero de 2018
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Lo vio y se enamoró: es un envase azul que muestra ese jugo tan provocativo, que incluso se le hizo agua a la boca, y además sería perfecto para que después de tomárselo, lo use de florero. Tranquilo, no es al único que le pasa. Muchas veces la comida entra por los ojos, pero no de la forma adecuada. Sí hay que abrirlos muy bien para leer las etiquetas que le cuentan de dónde vino, cómo se preparó y si le hará bien o no a su cuerpo. Esta la historia de las etiquetas.

A diferencia de lo que vivieron los abuelos, hoy se consumen productos de los que no se conoce su procedencia, al menos de forma directa. Es normal entonces que aparezca “la desconfianza”, dice el escritor catalán Claudi Mans, quien es doctor en química y tiene varias publicaciones de divulgación de la ciencia en la cocina, entre ellas Los secretos de las etiquetas.

Hace unos 40 años, las personas vivían en casas de campo y algunos de ellos tomaban una serie de productos vegetales y animales y los vendían directamente al consumidor.

Sin embargo, con el tiempo, esa relación se complicó porque aparecieron diversos procesados como la trituración y la mezcla; los sistemas de reacciones químicas como la fermentación y la cocción, y los de conservación como la salmuera, congelación y la pasteurización, que generaron que del productor al consumidor haya más etapas, incluso, algunas veces, más complicadas.

El mundo de las etiquetas

Además de que ahora el consumidor y el productor están muy lejos el uno del otro y es común que no se conozca quién ha producido la mayor parte de productos que se comen, a los primeros se les añade aditivos, colorantes y otras sustancias para conservarlos.

Quienes históricamente han estado atentos a los componentes de la comida son los individuos con alergias o enfermedades como la intolerancia al gluten (cerca del 1 % de la población, principalmente europeos).

No obstante, cada vez se suman más personas, como la periodista Camila Aristizábal, que se manifiestan preocupados de manera preventiva: “Miro las etiquetas con cautela hace cerca de un año, pues me di cuenta de que hay azúcar hasta en lo que uno no se imagina y así mismo veo la farsa que son los productos integrales. Antes comía lo que se me antojara porque he estado muy sana, pero ahora le temo un poco a la diabetes, pues en mi familia está la enfermedad”.

Las autoridades hacen básicamente dos tipos de controles: el sanitario y legal. Según Mans, este segundo “para que no nos den gato por liebre” y el primero “para que aun si nos lo dan, se garantice que estén sanos”.

Para conseguir este control, hay varias opciones, una de ellas es etiquetar, porque se muestran los componentes de los alimentos y el consumidor sabe qué está comiendo.

Solo fue hasta la década de 1950 cuando en Estados Unidos se incluyó información sobre el contenido calórico o de sodio en algunas etiquetas. En ese momento las comidas se preparaban en casa con ingredientes básicos, por lo general, y había poca demanda de información nutricional.

Algunos años después, en 1963, apareció el Codex Alimentarius, una colección reconocida internacionalmente de estándares, códigos de prácticas, guías y otras recomendaciones relativas a los alimentos, su producción y seguridad alimentaria, bajo el objetivo de la protección del consumidor.

Veinte años después de eso Colombia comenzó a crear su normativa, asegura Sandra Milena Cifuentes, ingeniera de alimentos de la Universidad de Antioquia.

¿Qué elementos básicos tendría que tener una etiqueta? Mans dice que “aquello que pacten el usuario, el fabricante y el legislador. En cada país es distinto”. En Colombia intervienen el Invima y el MinSalud.

Para leerlas mejor

Las etiquetas dan información “más o menos cierta o veraz”, sobre lo que se va a ingerir, según dice el escritor catalán. Más que leerlas, hay que hacerlo bien. Y más allá de la información nutricional, regulada en Colombia por la resolución 333 de 2011 del Invima, estas se componen de varios items que la ley les obliga a declarar a través de la regulación 5109 de 2005 del Ministerio de Salud.

Ninguna de las dos resoluciones involucradas es completamente apta para ciudadanos de a pie, por su complejidad. La aplicación sí lo debe ser. Según Cifuentes, lo que busca la ley es que el etiquetado sea tan claro para los consumidores que estos no tengan que buscar más allá. No obstante, según Mans, las ambigüedades se siguen presentando (Ver Tips).

¿Leer etiquetas adelgaza?

En una investigación de la Universidad de Santiago de Compostela con las de Tennessee, Arkansas, en Estados Unidos, y el Instituto de Investigación de Economía Agrícola de Noruega, publicado en 2012 en la revista Agricultural Economics, se concluyó que la lectura del etiquetado de productos de alimentación guarda relación con la prevención de la obesidad, sobre todo en mujeres. Según el estudio, elaborado con datos de Estados Unidos, quienes consultan esa información pesan casi 4 kilogramos menos.

Los resultados indican que el índice de masa corporal de aquellas consumidoras que leen las etiquetas es 1,49 puntos menor que el de las que nunca consideran dicha información a la hora de hacer la compra. Esto supone una reducción de 3,91 kg para una mujer estadounidense de 1,62 cm de altura y 74 kg de peso.

Así que la próxima vez, antes de abrir ese paquete que sacó de la máquina y llevarse la golosina a la boca, lea bien. No solo por perder peso, también por salud. Porque seguro se sabe el final de ese refrán del soldado advertido.

3,9
kgs menos pesa una mujer estadounidense de 1.62 cm de altura, que lee las etiquetas, halló estudio en 2012.
58%
de los hombres lee la información de etiquetas; en mujeres es el 74 %, según Agricultural Economics.

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