A vuelo de pájaro, ando pajareando
Levantarse a las cinco de la mañana es para hacer mala cara, pero levantarse a las cinco, un domingo, da hasta triple mala cara.Sin embargo, ellos estaban como si nada. Unos desafiando el frío, otros con sus chaquetas. En el bolso, una cámara, algo para comer y hasta unos binóculos. El amor por los pájaros, el mismo que los hizo madrugar para ir a pajarear, lo llevaban en sobrecupo.
Lugar: Valle de la miel, Reserva del Carriquí, cerca a Envigado. Mientras suben el carro se detiene varias veces. Ven algún pájaro y una fotografía, una grabación, más metros, otro animalito más.
"Pajarear es madrugar, de binóculos en mano, con el listado de aves de la región y un buen guía", explica Nelson Giraldo, ornitólogo aficionado y director del grupo de Observadores de Aves de la Universidad Eafit.
No se trata de caminar, porque en un mismo punto se pueden quedar horas. Por el sonido deciden que es allí, en mitad de carretera. Escuchan, observan, silencio absoluto y un montón de paciencia.
El Tororoi Cejinegro o, en un su nombre científico, Grallaria ruticapilla, se escucha cerquitita. Ni a un metro. Mirada a la izquierda, al frente, con los binóculos, sin ellos.
"Compra un pan" se oye en el sonido del pajarito. Nelson saca un libro, lo señala. "En diez años de pajarear solo lo he escuchado". Tal vez esté al lado y hasta riéndose, pero al ser rastrero es difícil de ver.
Así también pasa con los cucaracheros. "Berraquísimo. Vos oís un canto de esos (¡hermoso!), pero ahí está para encontrarlo", cuenta el médico Juan Mario Jaramillo.
Un vuelito para ser feliz
Los pajaritos empiezan a pasar de una rama a otra, a esconderse entre el monte, y ellos, todos aficionados, algunos miembros de la Sociedad Antioqueña de Ornitología, otros del grupo de Eafit o simples gomosos, a tomar fotos y a hablar, susurradito, '¿cuál sería ese?' 'Yo creo que...', y entonces se viene el nombre científico: un Ochthoeca Cinnamomeiventris. Bien, si lo prefiere, un Pitajo Torrentero.
Se emocionan. Corroboran las señales con el libro: vientre canela, un blanquito en los ojos y en efecto, ese es. No lo veían hace años y algunos, hace nunca.
"Uno no pierde pajareada, con solo salir y disfrutar del paisaje ya tienes. Ahora, si veo, así sea fugazmente a la Ochtoeca, que llevo siete años solo escuchándola, yo quedo feliz y me puedo ir tranquilo", dice Juan Guillermo.
Se escucha otro sonido. Todos alerta. Equivocación: era Nelson, que imita exactamente igual el sonido, lo que a veces le sirve para llamarlos. En su repertorio hay muchos cantos. "Tengo muy buen oído y lo cojo ahí mismo". Lo interrumpe Juan Mario: "y ese es el otro problema que tenemos. Uno no sabe si es Nelson o el pajarito". Se ríen.
De pronto, una Reinita naranja. La detallan con los binóculos, la capturan en la cámara, para luego ir a estudiarla, mirarle los colores y hasta conocer comportamientos.
Cuando se va, en el árbol de la izquierda, una mirla. Bellísima, pero la han visto tanto, que no es lo mismo como la primera vez con un pájaro. "El nombre científico es Turdus fascater , pero ya le decimos Turdus ofuscate". Lo dice Federico Gaviria, otro médico, en tono muy serio.
A estas alturas ni los minutos se sienten. Deben ser las ocho de la mañana y ellos siguen concentrados. Nelson se queda quieto cerca al sonido de la Grallaria . La imita. Los otros dicen que la vieron, incluso la chica que los acompaña por primera vez. Se queda quieto. Después de diez años, ya viene siendo hora.