Histórico

La esperanza de un final alegre

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13 de octubre de 2013

El aguacero torrencial de la madrugada espantó a los familiares de los obreros y vigilantes que quedaron atrapados en los escombros de la torre seis del edificio Space. Unos se refugiaron en portería de otras urbanizaciones, otros, debajo de algún paraguas desalambrado, otros soportaron estoicos bajo un impermeable.

Wilmar, el hermano de Wbeimar Contreras, vio la luz del domingo recostado en un guayabo. Cuando escampó, por sus ojos seguían rodando gotas. “De aquí no me muevo”. Contó que ese hermano de treinta y ocho años, tres mayor que él, es vigilante. Lo contrataron hacía tres días y la del sábado, era la segunda noche que trabajaba en Space. “Tenía miedo. Miedo de trabajar en un edificio que, según habían advertido, no soportaría mucho tiempo. Pero usted sabe, uno es pobre, tiene dos hijas y hay que trabajar”.

Y esas cosas del destino, que él hubiera entrado a trabajar hacía apenas dos días, se repiten en las otras historias que cuentan los parientes de las víctimas. Los de James Andrés Arango y Ricardo Castañeda, que son los mismos porque son primos,  cuentan que ellos no tenían ni que trabajar, pero los llamaron a que se aplicaran en su oficio de soldadores; Álvaro Bolívar, que diez minutos antes del desastre habló con su esposa por teléfono, le dijo que estaba terminando la labor y que a más tardar a las ocho y media de la noche estaría saliendo rumbo a casa; Diego Hernández también habló con su esposa unos minutos antes del fatal instante, le dijo que se reuniría a comer con sus compañeros y que en breve volvería a llamarla... Y así, todos ellos fueron cumpliendo su cita con la tragedia.

No perdemos la esperanza de que lo hallen con vida —dice Fabiola Pulgarín, la mamá de James Botero—, pero no vamos a desautorizar al Señor en sus designios”.