La última Navidad con el padre Gustavo Vélez
Cuando a Daniel le preguntaron pequeño cómo era el Cielo, él contestó: "Como una Navidad en la finca de los abuelos". Había pasado el tiempo, Daniel había muerto hace años, al igual que sus hermanos Isabel y María Teresa. Esta vez era su madre, quien en la piel delataba un cáncer repitente que invadía y dejaba claro que la del 2008 sería su última Navidad entre nosotros. Sin saberlo, sería también la última Navidad del padre Gustavo Vélez. Él había sido el elegido por la anfitriona como la persona perfecta para hacer de aquella tarde una Navidad inolvidable.
El padre, enterado de la situación, llegó a Sajonia con una sobriedad honesta y acogedora que nos hizo sentirnos queridos. Entonces celebró la misa. Recuerdo que sin lástima y con inteligencia nos habló de la vida, de esa vida real que conlleva por definición esos problemas que no tiene sentido cuestionarse y que tan solo debemos asumir con fe y temple. También nos ayudó a visualizar una luz que desde nosotros, simbólicamente, ascendía al cielo como vínculo entre seres de aquí y allá que han tenido vidas compartidas. Por último, en el momento de la paz, tomó un cirio que nos hizo pasar sin afán de uno a uno como rito de unión entre las vidas cómplices y solidarias que comparten momentos.
Desde cuando el padre Vélez desapareció, he recordado ese día. He querido pensarlo viviendo en el significado de sus palabras de esa tarde. Viviendo con fe y temple la dura soledad de su extravío. No merece menos de nosotros. Y hoy, que me entero de su fallecimiento, lo pienso ascendiendo por esa misma luz que describió sintiendo la unión y el cariño de quienes recibimos su apoyo dulce y oportuno, y siendo recibido por aquellos mismos a quienes ayudó a morir en paz.