Histórico

Los bribones

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22 de marzo de 2011

Asqueante el grado de corrupción al que ha llegado la comunidad colombiana.

Cada día trae nuevas denuncias que ya copan la capacidad de asombro de la opinión pública aún sana que va quedando en el país.

No hay día ni semana en la cual dejen de aparecer los defraudadores, timadores, violadores de las leyes y de la ética. Carteles y carruseles de inmoralidad llenan el espectro de la actividad contractual en Colombia. La corrupción es la gran vergüenza nacional.

De lo más inquietante, la cara de frescura que ponen los sindicados de delitos contra los bienes del Estado. A las acusaciones, simplemente responden que "no se les ha demostrado nada, que no se tienen pruebas que evidencien las imputaciones que se les asignan".

Son unos caraduras. Ni siquiera los inculpados se toman el trabajo de expresar abiertamente que no han cometido ningún delito y que son inocentes. Ese es un lenguaje que no pueden utilizar porque sus conciencias les dirían que estarían mintiendo. Tranquilamente se refugian en la impunidad que en Colombia es una manta tan grande que ya cobija por igual a los de ruana y a los de frac. El sartal de fechorías es una epidemia nacional.

Salen denuncias contra algunos magistrados del Consejo de la Judicatura que construyen sus propios carruseles para que sobre ellos se deslicen los ahijados que obtienen jubilaciones con jugosas pensiones millonarias. Se valen de toda clase de estratagemas y de toda clase de resquicios que brinda la ley para ejercitar cómodamente los trucos.

Escuchemos la voz de alguna conciencia errante y en pena: /quien tal justicia ejecuta / juzgado debiera ser / porque en manos de bribones / es peligrosa la ley...

Aparecen en escena de todo este círculo de podredumbre, las falsas desmovilizaciones de hipotéticos frentes subversivos.

Compran armas en el mercado negro con recursos provenientes del narcotráfico para animar la comedia tramposa de entregarse a las autoridades legítimas con el propósito de recibir beneficios económicos y jurídicos.

Salen a relucir en este escenario de la farsa nacional inescrupulosos abogados litigantes, que compran testimonios falsos, aprovechando el imperio de las declaraciones de delincuentes que señalan, para obtener rebaja de penas, quiénes son buenos y quiénes son malos en un maniqueísmo utilitarista.

Todos estos casos que la prensa nacional ha agotado como denuncias, podrían ser una muestra al azar de lo que a diario ocurre en Colombia.

El tiempo es escaso para digerir las cascadas de denuncias que salen en los medios de información y que cuentan con amplia difusión en la prensa internacional para desacreditar los gobiernos colombianos.

Con el agravante de que las mayorías de las incriminaciones se quedan aguardando la prescripción, que es la coraza en la cual se protege el mercado de la inmoralidad en Colombia.

Con razón, en la última encuesta de Gallup cerca del 65 por ciento de los colombianos opina que la corrupción es el gran problema nacional.

Por más códigos y estatutos para combatirla, serán paños de agua tibia en un sistema que ya patentó aquel principio amoral de que "hecha la ley, hecha la trampa". Hay más de 54 leyes para combatir la corrupción, y todas se saltan.

Aquí se le torció el cuello a la justicia pronta y decidida.

Nada pasará con tantas denuncias. Las de mañana opacarán a las de hoy.

La impunidad seguirá su camino. A ella se ha ido enseñando un país permisivo y una sociedad refractaria, cuando no alcahueta, que pondría en vigencia para los más escépticos, aquella dura sentencia russoniana, de que "el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe", o más grave, de que el hombre nace malo y la sociedad lo vuelve peor.