Columnistas

Fiebre evangélica

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20 de diciembre de 2016

Los últimos resultados electorales en Colombia y en Estados Unidos han puesto de manifiesto el poderío de los pastores evangélicos, a los que se atribuye buena parte del éxito del «no» en el referéndum ignorado y en el triunfo de Donald Trump. Me cuesta mucho creer que los evangélicos voten en bloque puesto que, a menos que esté yo equivocado, los católicos elegimos a quien nos da la gana, al igual que los anglicanos y, supongo, las demás confesiones cristianas. Sin embargo, los datos demoscópicos aseguran que el 81 % de los evangélicos apoyó a Trump en las urnas y que muchos de ellos eran de origen hispano. Se atribuye además la «derechización» del continente americano al auge del revivir evangélico, lo que da por sentado que todos los evangélicos son conservadores. Es cierto que son notorios los casos en los que los pastores de esta confesión han apoyado a las opciones más a la derecha del espectro político, desde Guatemala a Brasil, pasando por Colombia, y que históricamente se reconoce el apoyo de la Administración Reagan a estos movimientos en los años 80 del pasado siglo -como demuestra el llamado Documento de Santa Fe- para contrarrestar la expansión de la Teología de la Liberación, sobre todo la vertiente católica, por toda Latinoamérica. Una teología que, por entonces, daba sustento y aliento a movimientos políticos y guerrilleros en Centroamérica, pero también en Colombia, México, Chile, Brasil, Argentina y Uruguay. Se trataba de respaldar que las iglesias evangélicas reemplazaran la influencia de la Iglesia Católica entre las élites gobernantes de Latinoamérica.

También se relaciona a esta confesión con la homofobia, algo difícilmente demostrable, aunque hay demasiadas salidas de tono de muy reconocidos telepredicadores criticando el poder del «lobby sodomita», como han llegado a calificar las reclamaciones de los colectivos homosexuales. Por último, varios pastores han sido acusados de lavado de dinero y de actividades turbias, entre ellos el brasileño Edir Macedo, una superestrella con iglesia propia, fundada sobre la base de la «teología de la prosperidad», y cinco millones de fieles. La revista «Forbes» atribuye a Macedo una fortuna personal de 1.100 millones de dólares. Al margen de los excesivos lujos que rodean a Macedo -católico en origen, como la mayoría de evangélicos latinoamericanos- está el hecho de que dispone de un 49 % de las acciones del Banco Renner, uno de los 50 más importantes de Brasil.

Ninguno de estos aspectos me interesa demasiado. Tampoco si la formación teológica de estos pastores es la apropiada, algo que ni siquiera incomoda al Papa Francisco, que ha iniciado un acercamiento a estas iglesias con objeto de integrarlas en la doctrina católica. Sin embargo, en esta ocasión creo que el Papa se equivoca. Aunque es cierto que los católicos necesitamos mejores comunicadores y una liturgia más comunitaria y participativa, nos encontramos a años luz de los jolgorios y las revelaciones masivas que organizan las iglesias evangélicas. No las critico, simplemente afirmo que muchos de nosotros preferimos la mística sobria del culto católico y la oración introspectiva. Y es que, entre tanta cháchara amena, salpicada de anécdotas simpáticas propias y ajenas, subyace a mi entender un simplismo de terapia barata. Es divertido, sí. Y sin duda forma comunidades rocosas, como demuestra su influencia electoral. Pero no creo yo que Dios necesite ganar elecciones a estas alturas.

Cada uno es muy libre de seguir a quien quiera, faltaría más. En estos tiempos en los que estamos acostumbrados a poder elegir en el centro comercial entre 20 marcas distintas de un mismo producto, es lógico que broten por doquier guías dispuestos a cubrir las necesidades espirituales de un mercado cada vez más complejo y sofisticado. Porque aunque las tentaciones son las mismas que en la edad de las cavernas, ahora nos asaltan cada cinco minutos disfrazadas de mil formas. Sigan pues a quien quieran, pero voten también libremente. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Feliz Navidad.