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HISTORIAS DE MUROS

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05 de febrero de 2017

Doscientos años antes de Cristo comenzó la construcción de lo que hoy conocemos como La Gran Muralla China. El emperador Qin Shin la mandó a construir para impedir que los invasores de las tribus nómadas pudieran pasar con caballería hacia sus dominios. El uso de la Gran Muralla como elemento de defensa y de control migratorio duró desde la antigüedad hasta el siglo XIV, pero falló varias veces. Una de las más importantes ocurrió en 1644 cuando los Manchu atravesaron la muralla y reemplazaron a la dinastía de los Ming, quienes habían realizado la ampliación más larga de la muralla en su historia. La muralla no pudo salvarlos.

Las murallas no son exclusivas de los chinos. Casi todas las civilizaciones han recurrido a las murallas como mecanismo de defensa. Cuando Constantino el Grande fundó Constantinopla una de las primeras cosas que hizo fue comisionar la construcción de una muralla. Las murallas de Constantinopla fueron de las más complejas de la historia de la arquitectura y durante la Edad Media defendieron la ciudad de numerosos ataques, pero no fueron suficiente para evitar la caída de Constantinopla en 1453, cuando los Otomanos la tomaron. Hasta la mejor muralla de la historia hizo la resistencia imposible. La ciudad cedió. Sin remedio.

En el año 123 el emperador Adriano mandó a construir un muro para defender a Britania de los Pictos. En el siglo XVI después de que Francis Drake atacara Cartagena se mandó a construir la muralla más importante de América Latina y la que mejor se conserva hoy en día. París, Conques, Avila, Gerona, Taroudant, Stargard, son ciudades que en un momento de su historia más remota fueron protegidas por murallas, la lista es infinita, pero todas con el paso del tiempo se han vuelto obsoletas y todas han sido franqueadas. Nada en este mundo es impenetrable, salvo la mente de quien se rehúsa a escuchar.

El Muro de Protección Antifascista, conocido también como el muro de la vergüenza dividió Berlín desde 1961 hasta 1989. Los soviéticos lo levantaron para protegerse de supuestos elementos fascistas que conspiraban contra el bloque soviético en Alemania. En realidad el muro, mejor conocido como el muro de Berlín, sirvió para frenar la salida en masa de quienes huían del régimen comunista de Alemania del Este. Muchos murieron atravesando el muro, no sabemos cuántos, pero muchos pasaron, una vez más no fue suficiente. En 1987 el presidente estadounidense Ronald Reagan visitó Alemania y en su discurso hizo un llamado a Mihail Gorvachov con la inspiradora frase: tear down this wall, (tiren abajo esta pared). Dos años más tarde tiraron abajo el muro.

El mundo no había vuelto a saber de nuevos muros hasta que Trump anunció en su campaña la idea de construir uno entre México y Estados Unidos como solución al cruce ilegal hacia su país. El muro no solucionaría ninguno de los problemas que plantea resolver. La historia nos ha dado suficientes pruebas que quien tenga la voluntad de cruzar el muro lo cruzará.

El muro viene como símbolo de división no entre gobiernos, países o políticas, sino entre naciones. Afirma la idea de que los inmigrantes son malos, que hay que encerrarse y defenderse porque invaden. Lo que la gente no ve es que el

muro no excluye a los inmigrantes, aísla a los estadounidenses, y si no fuese un país tan influyente diríamos que no es tan grave, pero que una potencia como Estados Unidos quiera aislarse del mundo debe alarmarnos a todos.

La construcción del muro no es nada más problema de México es de toda América Latina. Si llega a construirse tal vez, después de mucho dolor, sean nuestros hijos quienes vean cómo lo derriban. En todo caso lo pagarán ciudadanos de ambos lados a un precio muchísimo más alto de lo que piensan, con una divisa que no tiene nada que ver con el dinero. No estar de acuerdo con el muro no es apoyar la inmigración ilegal, de ningún modo, simplemente es plantear que estos problemas se solucionan tendiendo puentes. Se supone que a estas alturas ya deberíamos haber aprendido eso.