Los inútiles pasos de cebra
La gran síntesis del incivismo que de modo progresivo está haciendo de Medellín una ciudad invivible está en los pasos de cebra. ¿Para qué sirven? ¿Ofrecen verdadera seguridad a los caminantes? ¿Por qué sólo uno que otro conductor los respeta? ¿Qué sentido tiene mantener pintadas en el pavimento esas franjas de rayas blancas si son inútiles y atreverse a cruzarlas es temerario y puede resultar suicida?
Cuando caminamos tranquilos por alguna ciudad o algún pueblo de un país que nos aventaja en convivencia envidiamos las formas civilizadas de comportamiento de la gente, pero en la ciudad más innovadora del planeta el viejo invento de los pasos de cebra es una marca inútil que delata el irrespeto, la indolencia, la actitud prepotente de los individuos motorizados contra los transeúntes.
Las señales de tránsito son reguladoras de la ética urbana. Pero si no se observa ni siquiera el respeto más elemental, si cada momento están poniéndose en peligro la integridad y la vida de los viandantes, si el mal ejemplo se propaga en forma exponencial, como por desgracia sucede en Medellín, lo que está evidenciándose es un deterioro acelerado de la calidad de vida, que por lo menos debería motivar un fortalecimiento, incluso con reglas coercitivas bien rigurosas, de las estrategias educativas dirigidas a restaurar el civismo.
Cada vez que voy manejando el carro y siento el impulso de parar antes de llegar a un paso de cebra, la presión de los conductores que vienen detrás me bloquea para resolver de inmediato ese dilema ético. ¿Parar y ocasionar una colisión múltiple porque los que vienen empujando no van a frenar? ¿Exponerme a los insultos de los primitivos trogloditas que ignoran las reglas básicas de tránsito? ¿Y para qué detenerme, si el miedo inhibe a los caminantes para pasar, porque saben lo que puede sucederles?
Una ciudad auténtica es aquella en la cual el ciudadano puede caminar sin necesidad de mirar a los lados, confiado en que el paso de cebra es un puente que permite cruzar la calle sin temores, haya o no congestión vehicular. Un remedo de ciudad es esta concentración desordenada, caótica, donde impera la ley de la selva, donde no se respeta a nadie y se agrede de palabra y obra al que se arriesga a acatar las señales de tránsito y las normas de convivencia.
Volver de vacaciones y aterrizar en la ciudad que recobra el estado normal de anormalidad comporta la verificación de que nos engañamos si seguimos creyendo o percibiendo que este es el mejor vividero del mundo, cuando aquí mandan los ácratas, los tecnócratas indolentes, a pesar de gobernantes y gobernados ejemplares por su bondad de intención pero impotentes ante el incivismo y la anarquía imperantes.