Para Javier Darío
Para Javier Darío Restrepo, por supuesto, por su merecido premio a la excelencia periodística que recibió en el concurso de periodismo “Gabriel García Márquez” de la FNPI.
¿Llego tarde a unirme a las felicitaciones y la congratulación de quienes, como periodistas o lectores, admiramos la larga y fecunda actividad del amigo y maestro? Confieso que he dejado pasar los días para que, al menos un mes más tarde del reconocimiento que se le ha hecho con justicia y gratitud, pueda adobar mi manifestación de agrado y amistad con algo que es esencial al periodismo: lo efímero con que está amasado y que como una piel de culebra se seca en el polvo como un despojo que le rendimos a la inútil alegría de la vanidad.
Sé que no voy a herir la humildad de Javier Darío, que a estas alturas ya está por encima de veleidades. “Humildad es andar en verdad”, decía santa Teresa y es un principio que bien encuadra en la ética periodística que él enseña y propugna. Y sé que rige y ronda y ha rondado desde siempre su andadura vital. Contemplo, pues, a Javier Darío Restrepo desde esta ladera otoñal de la vida, en la que tantas cosas hemos compartido, más a la distancia que en cercanías físicas. Y me atrevo, con la desvergüenza y el desparpajo del joven que ya no soy, a dedicarle apartes de una de mis primeras columnas de opinión, actividad en la que él también ha sido para mí inspirador y maestro.
El periodista es un navegante en la fugacidad del tiempo. Oficiante de una extraña liturgia en la que la vida se ofrenda en aras de la temporalidad. Hoy es mañana. Todo se quema velozmente. Juventud envejecida o vejez rejuvenecida, montadas a pelo sobre el acontecer. No hay tiempo para mirar hacia atrás. Hay que marcarle al mundo el ritmo de los pasos. La historia hecha arcilla maleable, trabajada por manos nerviosas, crispadas, a veces juguetonas. No queda espacio para la caricia, para la lentitud. La perfección es más un remordimiento que una meta o una tentación. Al terminar la jornada el periodista tumba sobre el lecho más la fatiga del guerrero que la satisfacción del artista. Gracias, Javier Darío.