Columnistas

Violar a un niño

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19 de enero de 2017

Es muy probable que apenas empieces a leer “Instrumental”, de James Rodhes, lo dejes a un lado. No es para menos, lo que hay en estas páginas es un testimonio de dolor, de rabia, de impotencia, también de esperanza, pero esta tardará. Antes de llegar a ella, tendrás que leer en detalle lo que sufre alguien que fue utilizado, destrozado, manipulado y violado una y otra vez durante años y años. Tendrás que leer la historia de alguien que, de un día para otro, literalmente, pasó de ser un niño lleno de vida, que bailaba, que daba vueltas, que reía, que disfrutaba de la seguridad y las aventuras que le brindaban un colegio nuevo, a ser un autómata aislado, de pies de cemento, apagado.

Si lo anterior te ha parecido un poco duro, espera, te tengo un poco más en la voz de este concertista de piano que nació en 1975 en Londres y estará en el Hay Festival. ¿Estás preparado? Aquí va: “¿Quieres saber cómo arrebatar a un niño todo lo que le hace ser niño? Fóllalo”. A mí esa frase me derrumbó, me generó tanta angustia, tanto dolor que tuve que parar de leer una vez más. Tal vez quien lea esta columna llegue hasta aquí. Yo espero que no, no porque empiece a hablar de la esperanza sino porque todavía es necesario decir más cosas sobre este tema del cual no debería callarse ni la más mínima sospecha.

Aclaremos entonces lo que es abuso y lo que es violación. “Abuso. Menuda palabra. Violación es mejor. Abusar es tratar mal a alguien. Que un hombre de cuarenta años le meta la polla por el culo y a la fuerza a un niño de seis años no se puede considerar abuso. Es muchísimo más que un abuso. Es una violación con ensañamiento, que provoca múltiples operaciones, cicatrices (internas y externas), tics, trastorno obsesivo-compulsivo, depresión, ideación suicida, enérgicos episodios de autolesiones, alcoholismo, drogadicción, los complejos sexuales más chungos, confusión de género («pareces una chica, ¿estás seguro de que no eres una niña?»), confusión sexual, paranoia, desconfianza, una tendencia compulsiva a mentir, desórdenes alimenticios, síndrome de estrés postraumático, trastorno disociativo de la personalidad (un nombre algo más bonito que le han puesto al síndrome de personalidad múltiple), etcétera, etcétera, etcétera”.

Si estás en este párrafo, respira, ve por agua, yo lo hice muchas veces mientras escribía esta columna. Un libro puede ser incómodo, muy aterrador y eso hace que también sea maravilloso. Maravilloso en la medida que nos pone en una situación que, por fortuna, algunos no vivimos pero nos hace pensar en esos niños que han sido violados e ignorados, como si esto se quitara con el tiempo.

Lástima que no tengo más espacio para contarte cómo esto tan terrible, en el caso de James Rhodes, pudo apaciguarse gracias a la música clásica, “la música es la respuesta a aquello que no la tiene”, dice, pero quiero pensar que si llegaste hasta aquí lo descubrirás tú mismo en el libro.