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Pedro Julio Rúa siempre les dijo a sus hijas que de su terruño solo saldría obligado, pero la emergencia de Hidroituango le cambió los planes. El pasado 12 de mayo una creciente del río Cauca se llevó varias de las casas de sus vecinos, lo que obligó a las autoridades a declarar la alerta roja y evacuarlos.
Este pescador de piel curtida y cabello canoso, con 96 años cumplidos, les explicó que había pasado toda la vida en el río y no quería terminar sus días lejos de él. Lo suyo con el Cauca era “para toda la vida”.
Y aunque tuvo que ceder, e irse algunos días, siempre regresa. Hoy, seis meses después del inicio de la contingencia —que llevó a la evacuación de 2.500 familias y provocó afectaciones a 17.000 personas, en 5 municipios— Pedro Julio es el único habitante humano en la vereda El Pescado, de Puerto Valdivia. Sus días los pasa rodeado de dos gatos, un perro y un pato; y ocupado con las redes de pesca que cada día corta y vuelve a coser, esperando que el río baje para volver a pescar.
“Mis hijas sí me llevaron para Valdivia (el municipio, a media hora de camino en carro) cuando se fueron. Yo allá tengo muchos amigos pero no me amaño. También me llevaron a Medellín, pero volví”, dice el hombre mientras mira con recelo el papel rojo con letras negras que está sobre su casa y que anuncia, con frialdad: No Retorno.
“Hace unos días vinieron unos señores y me dijeron que aquí no podía vivir, que por el río. Yo les dije que bueno y, por eso, a veces en la noche me voy para el pueblo y vuelvo en la mañana”, cuenta.
Vida a medias
Sobre la troncal a la Costa Atlántica, que atraviesa todo Puerto Valdivia, la mayoría de locales comerciales reabrió sus puertas y los camiones llegan cada día con surtido, porque muchos de ellos fueron víctimas de los vándalos.
El centro de salud, en cambio, sigue sin operar desde la emergencia pues está a menos de 100 metros del lecho del río. Y la iglesia católica casi siempre tiene las puertas cerradas, aunque los domingos, según cuentan los vecinos, el sacerdote sí oficia misa.
En las mañanas algunos carros escolares contratados por el municipio de Valdivia, recorren la carretera, recogiendo los niños para repartirlos entre las escuelas rurales que fueron rehabilitadas. Y en las noches, con excepción de las cantinas donde retumba el vallenato, reina la soledad.
Desde hace una semana, el corregimiento se dividió en dos colores: verde y rojo. El primero identifica las casas que no se inundarían en caso de que uno de los túneles del proyecto Hidroituango se destapara, como ocurrió aquel 12 de mayo. A estas viviendas, las familias pueden regresar.
Las otras, la mayoría, tienen un letrero rojo de no retorno, que implica que la vivienda no es segura.
Ana Milena Joya, gerente Social de EPM, informó que a la fecha han regresado 288 de las 1.500 familias autorizadas para el retorno.
Pero en sus cuentas no están las decenas de personas que viven en las casas marcadas con rojo. “La orden es que quienes pueden retornar lo hagan, y quienes no, se mantengan en autoalbergues, pero no podemos obligarlos a todos. Les hemos explicado los riesgos”, apuntó.
Saber y no entender
A escasos metros del puente sobre el río Cauca, Marco Aurelio Granda, de 70 años, y su compañera María Fabiola Gómez, de 65, descansan en la casucha de madera que solía ser su casa.
Desde mayo tuvieron que separarse: se ven durante el día, pero ella pasa la noche donde una amiga y él en un rancho improvisado a hora y media de camino, en la misma parcela donde siembra plátano y cacao que luego vende en Yarumal. “No volvimos a dormir en el ranchito porque a uno siempre le da susto del río”, agrega.
La mujer señala el letrero rojo, y aclara que, según sus vecinos, significa peligro. Segundos después, baja la voz y pide amablemente: “¿Usted me puede hacer el favor de decirme qué es lo que dice ahí? Es que no sé leer”.
Al otro lado del río, en el barrio La Arrocera —el más afectado por la emergencia— doña María Hernández, de 70 años, contempla el Cauca y comenta que ha subido de nivel. Las vecinas le contaron que en la hidroeléctrica abrieron unas compuertas para sacar agua (el pasado fin de semana se abrió el vertedero, por el que fluyen 600 m3/s —metros cúbicos de agua por segundo—) y le dijeron que a su barrio no puede regresar porque “la mancha” pasa por detrás de la casa en la que vivió toda su vida, y en la que tenía montada una tienda y una fábrica de arepas.
¿Y qué es la mancha?, le pregunta un transeúnte y ella encoge los hombros y estira los labios. “Yo no sé, pero me dijeron que pasa detrás de la casa y es peligroso”.
Según Joya, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo, Ungrd, delimitó la zona que se podría inundar en caso de creciente en el río Cauca, si algún evento extraordinario ocurre en Hidroituango. Los cálculos se hicieron tomando en cuenta la topografía, y el escenario de que un túnel —de los que están taponados “naturalmente” desde mayo— se destaponara.
“La mancha de agua es de 8.100 m3/s y en La Arrocera pasa justo detrás de las casas, entonces podría erosionar el terreno”, explica un funcionario de gestión del riesgo del Dapard, presente en la zona.
Lo que nadie sabe explicar es por qué en un mismo punto hay señales contradictorias, como ocurre en la vivienda de tres pisos azul con blanco, ubicada cerca del puente e identificada con los códigos 0648 y 0650. En el segundo y tercer piso hay letreros verdes, mientras que en el primero la orden es de “no retorno”.
Salir, volver, salir
Hace dos semanas el matrimonio de Miguel Tamayo y Rubiela Jaramillo hizo fiesta: en su casa de la vereda El Quince pusieron el letrero verde que les autorizaba volver. En cuestión de días desarmaron el rancho improvisado en el que vivieron cinco meses y volvieron a su casa, cerca del río. Nueve días más tarde, la tristeza volvió: “Vino otro señor, creo que de EPM, y nos dijo que había un error y que la casa estaba dentro de la mancha, que nos teníamos que ir”, explica la mujer.
Con lágrimas en los ojos, al esposo le tocó volver al monte, cortar la leña y empezar a construir un nuevo refugio. Aún no está listo, y por eso no se han marchado, pero ambos exigen claridad sobre el nivel de riesgo que corren.
A 500 metros de ellos, María Tamayo, de 42 años, asoma la cabeza para saludar al nuevo vecino. Ella habita un rancho de menos de 30 metros cuadrados con cuatro personas, un perro, un gato, un gallo y tres gallinas, desde hace 6 meses.
Asegura que desde que salió de su casa solo ha recibido un subsidio y que lo más difícil de vivir “entre el monte” es “la plaga”, como ella llama a los mosquitos que le llenaron la piel de manchas oscuras.
“También es maluco lo del agua porque toca subirla desde la carretera. Y el baño, aunque uno ya sabe que le toca pegar pa’l monte cuando tiene una necesidad”, dice.
Cocina en un fogón de gas, una de las pocas cosas que se trajo de su casa, pero cuando no tiene para un cilindro nuevo, echa mano de la leña que la rodea y arma una cocina. “Eso funciona hasta que llueve, porque hay que entrarse y rezar para que el huracán (como le dice al viento) no se lleve los plásticos”.
Un regreso difícil
Jonás Henao, alcalde de Valdivia, explicó que muchas familias se han opuesto al retorno porque no tienen actividades económicas o porque se acostumbraron al subsidio. “Cuando ellos retornan se les da un mercado y una última ayuda. Y muchos no quieren que esa plata se acabe”, declaró.
La vocera de EPM dijo que, en esos casos, se deja el registro de la negativa y de que “las personas están bajo su propio riesgo”.
Entre los evacuados hay 73 familias que perdieron completamente su casa. Con ellos, dijo EPM, se adelanta una negociación para la reubicación. Mientras tanto se le paga auxilios mensuales.
Otras 235 familias están a la espera de que sus casas sean reparadas, pues sufrieron averías durante la creciente del 12 de mayo. Pero como la mayoría está en zona de no retorno, no se permiten las obras.
EPM dijo que la orden de retorno se ejecuta, a paso lento, hasta que se retome el control del proyecto.