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Doña Alicia Álvarez y su hijo Juan no necesitaron planes maestros ni entuertos políticos para construir su metrocable. Bastó la necesidad de sacar adelante un negocio familiar y la inventiva para materializar una solución que se saliera del molde.
Aunque desde hace más de un año los vecinos de la unidad Mirador del Valle y del barrio La Aurora gozan del servicio del Metro Crema, apenas esta semana, gracias a un video espontáneo, la ingeniosa iniciativa se hizo viral y hasta el Metro de Medellín la bautizó como la línea C de cremas, de casero y de confianza.
Doña Alicia y Juan viven con su perrito Tobi en un tercer piso de la ciudadela, en un apartamento al que llegaron hace once años y que después de mucho esfuerzo convirtieron en su casa propia.
Doña Alicia trabajó durante toda su vida en oficios varios en oficinas y empresas. También se ganó la vida mucho tiempo vendiendo pasteles y empanadas. Una rebuscadora incansable que siempre ha contado con el apoyo de su hijo.
Aunque ya vendía pasteles desde tiempo atrás, doña Alicia tiró el aventón y empezó a ofrecer cremas. Eso fue el año pasado, y no tardó mucho tiempo para que sus cremas caseras en leche enviciaran a los vecinos.
Pero el éxito rápidamente le generó un problema. Doña Alicia debía bajar tres pisos, 60 escalones de bajada y subida, mínimo diez veces al día para entregar los pedidos. “Nos va tocar dejar así”, le dijo a su hijo, temiendo que la entradita que les estaba generando el negocio casero se convirtiera en algún riesgo para su salud. Sobre todo porque el mero proceso para sacar la producción diaria le tomaba mediodía.
Pero Juan no estaba dispuesto a que su madre resignara su emprendimiento. Y entonces se craneó una solución: un cajoncito hechizo y un sistema de dos cables con el cual pudieran descender las cremas y subir la plata.
Luego, una amiga le sugirió perfeccionar su idea: emular el diseño del metrocable, tal como el que conecta a La Aurora con el resto de la ciudad y que está ubicado a escasos 200 metros de la unidad.
De manera que Juan se sentó a darle forma al proyecto. Con papel y lápiz hizo el diseño, perfeccionó el sistema de cableado y la adaptación a la nueva cabina y luego le pidió a Dora, su vecina y experta en manualidades, darle forma en madera.
Así el Metro Crema tomó forma y se convirtió en toda una experiencia para los vecinos que, según cuenta doña Alicia, llegan hasta en medio de aguaceros con sombrilla en mano a tocar el timbre que activa el sistema para comprar cremas y grabar el ingenioso procedimiento.
Operando sin interrupciones, de 9 de la mañana hasta las 8:30 de la noche, con el campanazo sonando decenas de veces y a veces apoyado en los ladridos de Tobi para advertir la solicitud de un servicio, al Metro Crema le llegó el momento de gloria el pasado domingo.
Harold Romaña, quien llegó a almorzar a casa de su hermano en el bloque de enfrente, bajó por la tarde a comerse el postre y quedó fascinado con que un metro cable le entregara su helado. Grabó un video y lo subió a redes sin que se le pasara por la cabeza que se iba a hacer viral.
“Estoy muy feliz con la difusión que tuvo. Esas son las iniciativas que tienen que hacerse visibles, porque sacan lo mejor de nosotros. Con semejante creatividad merece que se crezca su negocio”, expresó Harold, a quien doña Alicia y Juan ya consideran como un familiar más.
Por cierto, doña Alicia resolvió la preocupación que muchas personas plantearon a través de redes sociales: no, nunca le ha pasado ni un solo cacharro con su sistema de confianza en el que primero envía las cremas y luego recibe el pago. “Nunca hemos pensado en hacerlo diferente, porque confiamos en la gente. A veces hasta pagan con billete grande para poder ver la cabina bajando una vez más con la devuelta”, cuenta entre risas.
Juan agradece la acogida de la gente y que el mismo Metro haya reconocido la historia, pues dice que, en esencia, lo que hicieron fue un homenaje al sistema que les ha facilitado la vida desde hace más de una década a los habitantes del occidente de la ciudad.