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¿De cuántas formas se puede morir? A cuchillo; a bala; ahorcado; ahogado; tras dolorosas torturas; en silencio; gritando; en compañía; en soledad. En vida. Se puede morir en vida, de tristeza, de frustración, y muchas veces, más de las que se quisiera aceptar, de miedo. Durante 2019 la violencia ha acabado con la vida de más de 250 personas en Medellín. El miedo se ha adueñado de otras tantas.
“Tanto miedo hay en mi barrio, que mamá les pidió a sus nietos que no la visitaran hoy”. El mensaje es de Jesús Abad Colorado, publicado en su cuenta en Twitter. “Mamá” es una mujer del barrio La Pradera, de la comuna 13. ¿El día? El de las madres, pero aplicaría cualquier otro.
A Nancy y a Marta Mesa las dejaron en medio de un aguacero en Itagüí durante 40 minutos. Esperaban que alguien se compadeciera y las llevara a Bello. No pedían, no rogaban. Tenían el dinero, pero ningún taxi paraba. “Pa allá no voy” fue la frase que más escucharon.
Ambas situaciones parecen asemejar a una ciudad en guerra. Las cifras, a veces, dan razón a esa idea. Solo en el fin de semana pasado mataron a 16 personas en Medellín y su área metropolitana. Según el informe de Medellín Cómo Vamos, para 2018 el 25% de los habitantes de la ciudad decían sentirse inseguros, tener miedo.
Y ese sentimiento, esa zozobra en la calle, en la propia casa, cambia las rutinas, modifica la vida. Así lo señala Daniel Suárez, del colectivo “No matarás”. “Hay que entrar temprano a la casa o quedarse fuera; se despoblan las calles, se pierde el espacio público, no hay manera de encontrarse con otros porque somos siempre presas de la sospecha”.
En medio de esas soledad obligada, al ciudadano le toca “encerrarse en sí mismo”. Según Suárez, “el mayor y más poderoso efecto del miedo es que nos hace tan individualistas como se hace necesario para sobrevivir. Y en una ciudad como esta, donde la resistencia a la violencia ha nacido en la calle, desde los colectivos sociales, esa parece ser el arma más poderosa”.
La calle, el escenario desolado
Al son de un tambor y de un baile pegajoso, de una canción de rap, de reggaeton, de clubs de patinaje, de lectura o de fútbol, Medellín ha renacido desde las calles. Esa es la idea que promulga día a día Jhon Fredy Asprilla, fundador e integrante de Son Batá, un grupo musical y cultural que nació en una plancha de la ciudad.
“En Medellín la calle ha sido el escenario de la cultura. Durante los 90 y los años más violentos nos la quitaron y los procesos ciudadanos se vieron encerrados en las cuatro paredes de las acciones comunales. Solo a partir de los 2000 hacia acá volvimos a ella, a las esquinas, a las planchas. Es allí donde la ciudad se encuentra así misma, donde nacen las mejores ideas”, dijo Fredy en una entrevista para EL COLOMBIANO de hace unas semanas.
Al igual que Daniel Suárez, para ambos la violencia suele arrebatar esos espacios. Y sin ellos, la resistencia flaquea. “El pasado nos enseña que los procesos sociales más bonitos e importantes de Medellín han nacido allí. No podemos normalizar, entonces, vivir bajo el miedo. No podemos normalizar vivir sitiados, tener una hora de llegada, de salida, que no nos paren los taxis”, dice Suárez.
En Bello, el miedo reinante
El pasado viernes, cuando no eran ni siquiera las 10 de la noche, decenas de motorizados salieron a recorrer las calles de Bello. Al parecer, según reseñó EL COLOMBIANO de fuentes ciudadanas, gritaban “¡esto se va a prender!” a cuánto transeúnte y local comercial encontraban.
Casi de inmediato las redes sociales se llenaron de videos, imágenes y audios, algunos falsos, que no hicieron más que acrecentar el temor. En la era digital, esparcir el miedo es fácil. Un rumor o una información errónea, se vuelve tendencia.
“Conozco personas que están vendiendo sus casas en Bello, sus fincas, a precios bajos, con la idea de escapar a toda costa. Y eso incluso sobredimensiona el problema, pues es justo decir que, por ejemplo en ese municipio, las zonas conflictivas son unas muy específicas, no es una realidad generalizada. Pero eso es lo que el miedo provoca”, señala Jorge Iván Avendaño, profesor de Investigación Criminal de la Universidad de Medellín.
Según el analista, el miedo funciona como una bola de nieve que mientras más corra, incrementa su fuerza y capacidad de destrucción. Poco antes, el 8 de mayo, las autoridades de Bello establecieron un toque de queda para menores de edad y expandieron la prohibición del parrillero hombre.
“Son medidas de excepción que se toman cuando la situación de seguridad se ha salido de control. Lo que no significa que puedan volverse normales. No puede pasar que el Estado pase a los ciudadanos su incapacidad de controlar el orden público”, finaliza el experto.
La violencia es un proceso tan devastador que tiene muchas formas de matar. La bala y el cuchillo son solo algunos. El miedo atraviesa como la navaja más afilada la confianza entre vecinos, familiares, amigos. No normalizar un estado de excepción es la consigna.