Hace pocos días lo ví, expuesto en la vitrina del concesionario de la marca, como si fuera un modelo nuevo. Se veía tan moderno como uno de los nuevos productos de Citroën. A sus 56 años no acusaba el paso del tiempo y aun sus líneas futuristas refulgían como aquella noche de 1955, cuando iluminó a la ciudad luz en el salón de París, después de 18 años de desarrollo, generando 12.000 pedidos en 24 horas. Sí, un DS de 1956 (según su matrícula), que ignoraba que existía en Medellín, me esperaba para una sesión de fotos y una breve y arbitraria reseña de su historia.
Al acercarme a al diosa (le digo “diosa” porque al pronunciar las siglas DS suena como a “diosa” en francés), noto que hay un pequeño desfase en sus credenciales de identidad. En su hermoso trasero dice “DS 21″, pero al ver la matrícula, reza que el carro es modelo 1956. Esto no me cuadra, porque los DS 21 aparecieron en 1966, 10 años después. Podría ser un error de digitación en la matrícula, claro, pero al auscultar las placas del motor me doy cuenta que dice, incontestablemente,” DS 19″, por lo que concluyo, después de este “CSI automotriz”, que el carro si podría ser 1956, además las farolas corresponden al modelo en cuestión. Ah, pero consulto en internet y resulta que el modelo 1956 no tiene las “bomperetas” en caucho que tiene este modelo, otro lio entonces. Desisto de seguir averiguando. Esta diosa, como una mujer plena de vanidad que se respete, se quita la edad.
La matrícula en cuestión dice que el carro entró al país en 1960. Aprovecho para preguntarle a su actual dueño, que está en las mismas que yo con el problema de identidad de la Deése. Me responde “El carro llegó para la embajada de Francia, la Secretaria General lo tuvo hasta que se lo vendió a mi papá, hace como 45 años”, me contesta con algo de duda sobre la fecha exacta en al que pasó a manos de su padre.
“¿Cómo era ver un Citroën DS en la Medellín de los años 60 y 70, plagada de modelos norteamericanos y otros franceses, los de Renault?”. Pregunto con curiosidad. “Era rarísimo ese carro…” (“Bueno, si lo es ahora”, pienso yo). “Yo creo que era el único en Medellín. La gente lo señalaba en la calle, le decían el sapo con ruedas y nosotros eramos felices parando en cualquier esquina para hacer subir y bajar la carrocería con la suspensión hidroneumática, la gente se quedaba boquiabierta”, me cuenta risueño el heredero. “Mi papá lo compró porque le encantaban los carros raros, disitntos y este era el más, o no?” apuntala sonriente.
“¿Quién lo arreglaba si tenía al guna falla mecánica?”, se me ocurre preguntar. “jaja, nosotros mismos…Tuvimos que aprender a mecaniquiarle (sic) al carro porque no había quien le metiera mano aquí. Pero en realidad no molestaba por nada, solo por el tema de la suspensión y sus tanques de aceite tuvimos problemas. Por eso, estuvo parado cerca de 20 años, mi padre falleció y el carro quedó en el garaje de la casa, abandonado pero a salvo de la inemperie”.
En ese lapso de tiempo, Nicolás, el hijo que heredó el gusto por los Citroën, trabajó como jefe de taller del concesionario de la marca en Medellín. Aprendió todos los secretos de la compleja suspensión hidroneumática de los modelos de la marca francesa y cuando se retiró para montar su propio negocio, se decidió a restaurar cuidadosamente a la diosa para sacarla del olvido. “Me dio pesar verlo muerto en el garaje de la casa, así que empecé a restaurarlo. Por internet me contacté con repuesteros de España, porque en Francia, paradójicamente, no se le consigue nada a este carro, figúrese. Es en España donde hay de todo. De allá le he traído un poco de cosas y ahí voy paso a paso”, apunta.
“De motor, caja y suspensión está muy bien. El carro enciende y se desplaza con facilidad. Estamos en el proceso de restaurar el interior. Ya reemplazamos el recubrimiento del techo y la cojinería, falta conseguir algunas manijas y detalles menores”, me cuenta Nicolás.
Al abordar este DS se siente como un flashback en el tiempo, una dosis del chic parisino de hace 5 décadas. Su volante monobrazo, el cuadro de instrumentos, la barra de cambios tras el timón, el botón (que no pedal) de freno, el espejo en el tablero y no en el techo, el espacio en todas sus medidas, en fin, que le parece a uno que va a compañado por Brigitte Bardot, Jean-Paul Belmondo u otra estrella cinematográfica de la época. La clase y el glamour de este carro es inocultable. A sus mandos, entiende uno porque dejó con los dientes largos a todo el mundo en 1955 y a sus 1.5 millones de propietarios en sus 20 años de producción, con sus soluciones tecnológicas y de ergonomía, por qué lo apodarón “tiburón” y por qué un grupo de los más reconocidos diseñadores de la historia lo nombró como el carro más bonito de todos los tiempos.
Despúes de volver al siglo 21 al bajarnos de esta máquina del tiempo, nos quedamos otro rato admirando este fruto del ingenio de Flaminio Bertoni, un escultor italiano que pasará al olimpo de los creadores de las más bellas máquinas sobre 4 ruedas que se hayan conocido.
Hace muchos años, mas de 10 estaba uno abandonado en un garaje de una unidad en envigado, creo que es este mismo.
Este año o tal vez finales del pasado creo que vi este carro en un taller que hay cerca al centro automotriz.
Definitivamente son una rareza, felicitaciones al propietario. hay unos aun mas extraños que son convertibles, alguna vez le escuche a un amigo que había uno en bogotá no se si sea cierto