Enzo Anselmo Ferrari (1898-1988) nunca tuvo la valentía suficiente para ser un buen corredor de autos. En su época, se necesitaba de una sangre especial para arriesgar al vida en cada curva, en cada recta, sin apenas medidas de seguridad a excepción de un rudimentario casco y unas gafas para no empañar la visión , además de sus habilidades al volante. Al nacido en Modena lo que le interesaba verdaderamente era aprender todos los secretos mecánicos de las máquinas que impulsaban esos bólidos y así lo hizo, cuando a los 23 años entró a Alfa Romeo como mecánico probador y en media década ya era el jefe preparador de la escudería que reinó en las pistas con los mejores pilotos y técnicos de los años 20. Pero vendrían otros tiempos, otras guerras y movimientos que lo llevarían a fundar, hace 70 años y muy a su pesar, la fábrica de automóviles más carismática de todos los tiempos. Esta es esa historia.
Las películas “de carros” en el cine no han sido las más afortunadas en cuanto a su crítica o calidad final. Las hay cómicas (Cannonball Run, The Dukes of Hazzard, Herbie y sus secuelas), de simple acción (Ronin, 60 seconds, Bullit, las de Bond), de animación (Cars) y hasta de terror (The car, Christine). Las de deportes a motor tal vez han sido las mejor libradas aunque también hay alguna basura por ahí. Recuerdo tres por el momento (Grand Prix, Le Mans y Days of thunder), que tienen una bien repartida carga de acción y drama y algunos planos y secuencias épicas en este tipo de cinematografía. Pero quiero detenerme particularmente en una cinta que se exhibe por estos días en las salas de cine de todo el mundo, “Rush”, de Ron Howard, ganador del Oscar por “A beautiful mind” en 2001 y conocido por éxitos taquilleros como “Apollo 13″ “The Da Vinci Code” y “Angels & Demons”. Rush, fácilmente, puede ser la mejor película que se haya rodado sobre el automovilismo y sino, por lo menos es la más emocionante.