Te fuiste, como se han ido los otros.
Ya me bañé con la mata de la abuelita, ruda, a ver si son malas energías.
Ya bañé al gato, a ver si es el gato.
El otro día me asomé a la ventana, y te vi.
No me viste.
Entre tú y yo, dos mundos paralelos: tú te levantas temprano, yo me acuesto tarde.
Tu pelo es negro. El mío es claro.
No crees en los fantasmas. Yo tengo mi fantasma.
Tu primera letra está entre las letras prohibidas de mi abecedario.
Yo no estoy.
Esta semana, desprevenido, dijiste hola.
Yo no dije nada, qué iba a decir.
Ni el clima, que salva conversaciones de horas, llegó a salvarme.
Todavía te gusta la poesía, te pregunté.
Ya no llueve, respondiste sin mirar.
La otra vez, me pareció que te había olvidado.
Entonces el niño preguntó por un señor que se llama igual que tú.
Me equivoqué.
Entre tú y yo, dice Dulce María Loynaz, van quedando pocas diferencias.
Queda, digo yo, la vida en silencio.
El negro del final de las películas.
Ser otro.