Hay domingos,
mientras el profesor de baile dice que tomemos agua,
que me hago en la ventana a escuchar qué consejo trae el viento esta vez para el calor.
Miro hacia el fondo,
hacia ese lado en el que está tu casa.
No pienso en qué estarás haciendo
ni en todo lo que hubiese querido con vos.
Ya no.
Miro como cuando uno mira sin mirar,
al vacío,
como cuando uno decide acallar la conciencia
y hacer silencio y esperar.
Pasa tanto como la frase aquella de la bola de heno.
Es solo la tranquilidad de esos minutos en ese vacío
en el que existes, pero no. Cada vez menos.
A veces quisiera que cuando se acabe la clase
hubiese un mensaje tuyo
que dijera que lo has pensado, que aún me quieres,
que me quisiste alguna vez.
Y siempre quisiera que llegara el olvido a las 3:00,
que traspasara esa puerta
y ya no me acordara de tu nombre, de tu casa,
de todo vos. Que te hubieses ido.
El viento solo sopla, solo murmulla lo del calor.
Ninguna voz tuya.
Entonces el profesor dice que volvamos al espejo,
que haremos el paso del sombrero
y el péndulo y un cross con giro.
Imagino que algún día me verás bailar.
Tal vez en un mundo paralelo en el que no haya que olvidarte.
Hago el cross con giro,
y la vida, aunque duele, baila otro paso: una vuelta al mundo.
La canción sigue sin vos.