Señor, que si la deja por ahí, por favor. Algo así. Señor, que muchas gracias. Más o menos. Señor, que en el paradero. “Es como si fueran ciegos”, dice. Y por cada señor, las facciones de su rostro cambian. Se hacen, tal vez, un poco más gruesas. “Después de haber viajado conmigo, de llevar treinta minutos”, hace énfasis, casi regañón. Le molesta que se les olvide, que no se acuerden que tiene pelo largo, ropa más pequeña, una voz más suave, y que además, incluso, maneja diferente.
En edad, tiene 27. Es mujer. Se llama Diana. Es conductora de bus, y si se quiere, niña, señora, dama, mujer, muchas gracias, déjeme aquí. Como conductora de bus, dos años.
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