Son las 0:00. Exactas. Ella tiene momentos para mirar el reloj. Todos los días y a la misma hora: 3:24, 2:21, 9:25, 7:02. Fechas de esas que tiene que recordar cada año, pero que el reloj le hace recordar todos los días. A esas horas, por una extraña casualidad, abre el celular, mira el reloj del computador, pregunta la hora, en fin. Y eso que a veces intenta procrastinar el asunto. Hacerse la de la vista gorda. A las 0:00 horas, pensó, por ejemplo, que hizo la promesa de estar bajo las cobijas antes de que llegaran esos tres números tan vacíos, pese a los dos puntos. Miró hacia arriba, miró al pato, dijo que tenía ganas de colada (sí, a esta hora), le dio pico al caballo, abrió tres páginas de internet, escribió una, perdió el tiempo. Cuatro minutos han pasado desde entonces y ella no se ha parado de la cama, no se ha lavado los dientes, no ha pensado en la ropa que tendrá que ponerse mañana, ni se ha acordado que si no se acuesta ya, serán cinco minutos menos. Mañana es de esos días en que tiene que levantarse, pese a todo, a las siete dos puntos cero cero minutos.
Pd: Ella no se llama Mónica, ni Camila. Podría ser María o cualquiera con nombre Z.