Muchos dicen que soy feo, otros, simplemente ni me determinan como parte del paisaje urbano. No comprenden que mi belleza es particular y única. Incluso, el mismo concepto de estética es subjetivo. No pueden juzgarme por no corresponder a los patrones de simetría que esperarían de un can como yo.
No saben además por las peripecias que he pasado. Soy el noveno de una camada de doce, y mi madre, una perra que se dejo preñar por cuanto can esperaba hueso en la carnicería de Ernesto, allá en el barrio Pérez, en Bello. Fui rechazado por los dueños de mi madre y vendido por cualquier miseria -una bolsita de libra de fríjol cargamento- ¿pueden creerlo?
Mi aspecto no fue siempre este que reposa en mi pelaje y que ven en la foto que me tomó un muchacho. A muchos confundí con ínfulas de pedigrí, incluso, fui lazarillo de una doña del barrio San Diego y posé mi sueño en los mejores tapetes y comí de las mejores latas.
Hoy, mi hambre hace de las suyas aquí, a las afueras de la Plaza de Mercado de Bello, un hambre que me sabe a polvo y a viento de buses. Me miran y me rechazan ¿soy feo acaso? ¿algo en mi patrón genético salió mal? ¿no corresponde mi hocico, mis colmillos, mi pelaje a los que, el común, esperaba de mí?
¡Váyanse al carajo! aquí sigo con esta hambre que me sabe a sulfato y allá usted con sus miserias. Etiquetando estéticas a diestras y zurdas, menoscabando con sus miradas y sus ascos que me dan asco. Siempre recordaré las palabras de mi doña: ¡Tan lindo carajo!
Chau Chau