Hay una realidad primaria, cada uno de nosotros influye en el estado de ánimo de los demás, lo cual es natural para bien o para mal, lo hacemos todo el tiempo, como si fuera un virus social, pero aunque esto hace parte invisible en las interacciones humanas habitualmente es tan sutil que no se percibe.
Si transmitamos con tanta facilidad los estados de ánimo se debe a que pueden ser señales de supervivencia, dado que nuestras emociones nos indican en que concentrar la atención y cuando prepararnos para actuar, son captadores de atención que operan como advertencias, invitaciones, alarmas, etcétera; se trata de potentes mensajes que transmiten información crucial sin poner necesariamente esos datos den palabras, por eso las emociones son un método de comunicación bastante eficiente.
En los grupos primitivos el contagio emocional, como por ejemplo la difusión del miedo de persona a persona, debió actuar como señal de alarma ante cualquier eventualidad, concentrando la atención de todos en un peligro inminente (Un tigre o un desastre natural por ejemplo); en la actualidad opera el mismo mecanismo colectivo cada vez que se divulga el rumor de una caída estrepitosa de las ventas, de una inminente ola de despidos, de la difícil situación económica del país o la amenaza de un competidor poderoso que entrará al mercado, en la cadena de comunicaciones, cada persona activa el mismo estado emocional en la persona que sigue y así pasa el mensaje de alerta.
Como sistema de señales las emociones muchas veces no requieren palabras, dato que según los teóricos evolucionistas es uno de los motivos por los que han desempeñado un papel crucial en desarrollo del cerebro humano, mucho antes de que las palabras se convirtieran en una herramienta simbólica para los hombres. Este legado evolutivo significa que nuestro radar emocional nos afina con quienes nos rodean, ayudándonos a interactuar más facilidad y eficiencia.
Es simple, dentro de la suma total de intercambios de emociones entre nosotros y de maneras sutiles (a veces no tanto) todos nos hacemos sentir mejor o peor en nuestro diario vivir como parte de cualquier contacto que tengamos; cada encuentro se puede evaluar según una escala que va de lo emocionalmente tóxico a lo emocionalmente nutritivo, y como dijimos anteriormente estos intercambios son en su mayor parte invisibles, es nuestra decisión como queremos interactuar socialmente, si ser parte del contagio positivo o simplemente seguir siendo parte del problema en nuestras sociedades.
Este programa sobre mentes conectadas sin brujería realizado por Eduard Punset también puede ilustrar el contenido de este articulo, los invito a verlo.
Hasta la próxima.
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Mercadólogo – Profesional en coaching y neurociencia aplicada
Certificación internacional Asociación Española de Coaching (ASESCO)
Correo: dsancheg@gmail.com