No fue la ira de Dios ni una segunda versión del diluvio universal, pero lo que sucedió en la Amazonia no tiene precedentes y muestra una vez más el poder de la naturaleza.
Una tormenta de dos días, entre enero 16 y 18 de 2005, con vientos verticales con velocidades de 145 kilómetros hora, cubrió una región de 1.000 kilómetros de longitud por 200 de ancho.
No sólo cobró varias vidas humanas, sino, lo más aterrador, tumbó entre 300.000 y 500.000 árboles en la región de Manaos, equivalente al 30 por ciento de la deforestación anual en ese estado brasileño, cercano a Colombia.
En algunos casos, árboles dentro de la espesa selva, fueron derribados por otros que sucumbieron ante la fuerte tormenta.
Las tormentas son consideradas una fuente de pérdida de árboles en la Amazonia, pero es la primera vez que se mide el efecto real
Se creía que la elevada pérdida de árboles en 2005, que o había sido cuantificada, se había debido a una severa sequía, pero ahora queda demostrado que no fue así, sugiriendo que las tormentas desempeñan un papel más intenso en las dinámicas de la región amazónica.
La caída de árboles genera una liberación de carbono a la atmósfera.
El estudio fue publicado en Geophysical Research Letters.
Jeffrey Chambers, ecólogo forestal de Tulane University, uno de los autores del estudio, aclaró que “no podemos atribuir el incremento de la mortalidad a la sequía en ciertas áreas de la cuenca. Tenemos evidencias de que una fuerte tormenta mató muchísimos árboles”.
La pérdida de árboles, según estudio previo de Niro Higuchi del Instituto Nacional de Investigaciones Amazónicas del Brasil, fue la segunda más grande desde 1989.
Los investigadores usaron una combinación de imágenes de satélite Landsat y modelaron para determinar el número de árboles fulminados.
En la imagen, troncos de árboles dos años después de la tormenta, cortesía AGU