¡Gracias banda!

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¿Han sentido que se les va la música? Es como si se fuera la vida.

Hoy acabé un libro de un gran amigo, Balsa de Fuego de Juan Carlos Garay; terminé de escuchar dos discos que me impactaron: La Síntesis O´Konor, la nueva placa de Él Mató un policía motorizado, y un clásico, El León, de Los Fabulosos Cadillacs, un gran regalo en forma de vinilo, de Humphrey Inzillo, periodista argentino que ahora es amigo de caminos y viajes sonoros.

Finalicé el último capítulo de una historia que vengo trabajando desde hace cuatro años; me comí el plato de comida más insípido y aburrido, así fuera hecho por mi madre, la mejor chef de mi vida; me tomé la cerveza más helada y embriagadora de todas y para rematar este día de finales abiertos, le di cierre a un ciclo de mi vida lleno de conciertos, de punk, de ska y de grandes amigos que siempre estuvieron en esa vida ruidosa de ensayos, discos, risas, peleas, conciertos y de un rocanrol que más que canciones, se traduce en vida.

Con este mismo día extraño y lleno de sonidos y pensamientos, parece que la música se fuera, se perdiera entre las decisiones y las conversaciones, parece que la música fuera un final, pero como dijo el dueño de la trompeta y del jazz, “los músicos no se retiran; paran cuando no hay más música en ellos…”, y esa es la reflexión, la música no acaba si se siente, si se quiere, si se ama.

Esta es simplemente una canción que terminó en el segundo en el que debía terminar y ya.

Hoy dejé a mi banda de años, la que me acompañó mientras hice la carrera universitaria, la que me enseñó más de política, ética y religión que la misma escuela, la que se convirtió en banda sonora juvenil y no tan juvenil, la que dejó cientos de amigos y se convirtió en familia, la que me llevó a conocer muchas partes de Colombia y el mundo, y la que indiscutiblemente seguiré escuchando, en un tiempo prudente.

Dejar ir la música también es un acto de amor, como esas canciones que se deben dejar de escuchar porque duelen, porque apuñalan.

Sin embargo, en flashback aparecen las escenas, las luces, los saludos, el sudor de los conciertos, los descaches, los sueños, el pensar que se puede construir una vida mejor con canciones, el “qué buen toque”, el “ahí está el afinador”, “¿cuánto vale el ensayo?”, “no puedo, debo trabajar”, “no puedo, tengo ensayo”, y todo lo que significa esto, para los que han vivido la experiencia de estar en una banda compartiendo la música. Quedan las canciones, esas son eternas y ni el trabajo, ni la vida, ni nada las va a quitar.

Hoy dejé mi banda, el proyecto musical por el que postergué, como un Vagabundo, cosas importantes en mi vida, como vivir en otro país para estudiar, como noches de fiesta para llegar a ensayar un domingo en la mañana, muy en la mañana. Como pagar por hacer música, porque era más lo que se invertía que lo que se recibía.

Hoy dejé mi banda, que podría ser también la suya, pero no dejé la música.

Y este relato muy personal, quizá sea una historia ya vivida por muchos de ustedes y por eso lo cuento, para que los que viven la música, como músicos o espectadores, la pongan en su lugar, en el que quieran, pues la teoría musical, los especialistas, los posgrados, las maestrías están ahí, para algunos, pero la música, es para todos.

Hoy dejé mi banda, pero ya llegarán otras historias, otras canciones, otros finales o incluso el respetuoso y amoroso tributo a este final. Gracias vida, gracias música por estar siempre ahí. Gracias banda, hasta el final del final… Tal vez ustedes también estén diciendo adiós a algo. La música sigue sonando, sin embargo.

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