Foto por: El Tiempo.com /Carrusel
SÍ. En eso pensé cuando, recorriendo las calles de Medellín en un auto, escuché a través de un radio un momento histórico y significativo para la vida de muchos: “Yo estoy que me digo esta vaina: señores, señoras, chicas, chicos…La guerra ha terminado, a abrazar a todo el mundo”. Eso dijo Andrea Echeverri, la voz rechinante y reluciente de nuestra banda de rock colombiana Aterciopelados. Todo esto ocurrió en Bogotá, ante cientos de almas en el Concierto Radiónica del año 2016. Lo único que pude hacer fue detener el vehículo, escuchar con atención y sonreír satisfecho por la valentía, sensatez y coherencia de esta increíble mujer.
“Que ya la guerrilla más importante, y que por más años ha estado en guerra, no esté en guerra, o sea mariquis, eso es un paso el hp, es increíble”. Textualmete finalizó Andrea, y ahí estaba yo, atento detrás del radio a más de 444 kilometros, entendiendo cada una de sus palabras, escuchando los acordes que le siguieron y los gritos de las personas que continuaron luego de su apuesta, de su compromiso con el país, con su música, con su voz y su vida.
Horas después, veo a través de redes sociales un video de músicos de Medellín que le apuestan a la vida, al diálogo, al fin de una nefasta y fatal historia. Ellos invitan, desde el respeto, desde su música, a pensar en la paz como una solución, como una realidad que requiere de todos. Frankie Ha Muerto, Perros de Reserva, Zatélite, Usted, Rayken, K.N.K, Black Fairy, S.A.V, Nueve, Mabyland y Hasta el Fondo tomaron la iniciativa, expusieron sus razones y se unieron a ese corazón sonoro que late con esperanza.
De inmediato pensé en el punk, en su sinceridad, en sus gritos viscerales que defienden la vida y la integridad. Pensé en el metal, en su respeto por el otro y en su defensa de la estética artística. También pensé en la salsa, su sudor, sus sonrisas y en el baile que solo tiene como propósito reunir. Llegó también el rap, sus historias, su propuesta, su respeto por la calle y la memoria, su mano arriba por el drama del otro. Luego el reggae, su necesidad de libertad, su apuesta por la vida y por el libre pensamiento. Y así, el jazz, el hardcore, la música electrónica, la champeta, el reggaetón y todas las que se puedan imaginar.
También pensé en el compromiso de los músicos, en el poder de sus palabras, en lo peligroso que puede ser la irresponsabilidad frente a un micrófono, en la importancia de su labor de influencia y formación de públicos, de personas.
Los conciertos se convierten en la mejor zona para estar bien, para bailar, para cantar sin pena, para cuidarnos entre todos. Para llorar y para anhelar una frase ya recurrente en nuestras canciones “todo va a estar bien”.
En la música están el perdón, la conciencia, la amistad y el amor. En el pogo están el respeto, el cuidado por el otro y también, por fortuna, las apuestas políticas y amorosas de vida. Más allá de un SÍ o un no, la música debe estar comprometida con la construcción de país, de mundo, de vidas. ¡La guerra ha terminado! SÍ. En eso pensé, la música es la paz.