Tomar un avión muy temprano en la mañana, aterrizar en un paraíso cálido húmedo a 34º de temperatura. Llegar acelerado, ansioso y feliz a una puerta donde dice Bon Bini North Sea Jazz Festival. Luego sentir el bajo en el pecho, los aplausos, la alegría contagiante, el mar de fondo, las palmeras, agitarse al ritmo de la brisa caribeña de una isla encantadora y mística de las Antillas holandesas y encontrar tres escenarios gigantes de un festival mágico en todo el sentido de la palabra. Así empieza esta historia, que trajo a varios periodistas colombianos a vivir un festival que con solo nueve ediciones de existencia le da lecciones claras de respeto, vanguardia y futuro del entretenimiento a este rincón del mundo.
El North Sea Jazz Festival es un espacio que se realiza cada año en Curaçao, la paradisíaca isla del Caribe, esa que guarda una influencia tan holandesa y europea como latina. Allí, en este precioso lugar, se cuenta con más de cincuenta nacionalidades, la mayoría de su población tiene ascendencia española y holandesa, africana, caribeña y colona judías, e incluso de sefardíes que se refugiaron en Portugal y posteriormente en Brasil. Debido a esto, su idioma se compone por distintas lenguas y es conocido como papiamento. La isla, además, gracias a su ubicación, ha sido la casa de los sonidos del jazz y del blues durante años.
Artistas de la talla de Sting, Bruno Mars, Prince, Stevie Wonder, Lenny Kravitz, Rubén Blades, Carlos Vives, John Legend, Simply Red, George Benson, Chris Brown, Michel Camilo, Santana, Kamasi Washington, Herbie Hancock, Paul Anka, Shaggy y Rod Stewart han desfilado por este festival que tiene como apellido y etiqueta el jazz, pero que en realidad asume ese nombre como homenaje e influencia a un género que transversaliza la vida de la música, y que en esta ocasión tiene el significado aleccionador de la pluralidad.
Y en esta, su edición 2019, el festival se llenó de colores clásicos y actuales, para un público igualmente diverso que siempre tuvo oídos atentos y respetuosos tanto para el pop, funk, reguetón, como para los clásicos eternos y recordados del rock, soul, reggae y el jazz.
El festival tuvo como protagonistas al alegre y bailable Juan Luis Guerra, a la dulce y recordada Mariah Carey, al místico Maxwell, a los callejeros Black Eyed Peas, a una porción de las raíces insondables del reggae con Third World e Inner Circle, a los eternos y sorprendentes Earth, Wind & Fire, y otro puñado de artistas como Maroon 5, Gladys Knight, Michael McDonald, Pitbull, Nicky Jam, Habana D’Primera, Aymée Nuviola.
Allí, en compañía de todos estos, vivimos tres días inolvidables que dejan una evidente conclusión para el circuito de nuestra industria musical: la música es una, sin importar la armonía, el tiempo, el tono y el ritmo, además, es el territorio donde nada nos hace daño. Este es un festival pensado para la familia, para los expertos en jazz y para los desprevenidos que quieren bailar y sonreír, es decir, para todos, para los que valoran la música y siempre ven en ella una aliada para aprender y ser felices. Este es un festival para recordar la nostalgia en forma de canción y formar a nuevos públicos en consumo cultural fuera de radicalismos absurdos.
Una gran curaduría que año a año sorprende, una producción impecable, escenarios propicios para la comodidad y disfrute de una experiencia inolvidable, diversidad musical y sueños sonoros que parecían imposibles, son solo algunos de los retos que deja esta joven propuesta que se posiciona en un espacio importante dentro de la parrilla de festivales musicales en el mundo.
¿Los festivales tienen alma? Este, con plena seguridad, sí, porque tiene el reflejo de la sonrisa de la diversidad humana. ¡Volveremos! No solo para verlo crecer, sino para acercarlo con cariño a quien lo quiera y deba vivir.
Agradecimientos especiales
Invitación al festival por parte de la Oficina de Turismo de Curaçao y el hotel Livingstone