20 años buscando un disco Bajo Tierra

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Si el rock es calle, debajo de la calle hay tierra. Y esta historia sí que tiene calle, tierra y rocanrol. Finalizando los 90, era un puberto curioso y deseoso de nuevos sonidos. Caminé por muchos barrios con una maleta Lesportsac negra decorada con parches de I.R.A, Dead Kennedys, The Clash, la carita de Nirvana, y una A de anarquía que yo mismo plasmé con pintela color rojo. En ella guardaba los casetos, los nuevos y los que me prestaban, llegaba a casa, ponía a reproducir y a grabar al mismo tiempo, mientras hacía los libritos que iban dentro de la caja. En esa rutina no solo llegué a casa de amigos y desconocidos que vendían música por catálogo, sino también a los San Alejo en el Parque Bolívar, al Pasaje San José, donde no le vendían música a todo el mundo y me tuve que ganar ese mérito. Igualmente llegué al Paseo La Playa, y transité caminando o en bus de Bello a Itagüí, de Laureles a Robledo, en busca de música para mi colección.

Un día, uno de esos amigos de música me llamó y me dijo: “tengo el Lavandería Real y en CD”. Yo no sabía quiénes eran, ni cómo sonaban, pero yo le creía, sabía que era un buen disco. Nos encontramos en unas escalas en Itagüí. Él sacó el CD de su bolso, me lo mostró y abrimos el librito para verlo. Decía: BajoTierra – Lavandería Real, todo eso en un círculo rojo con franja amarilla.

A los segundos le dije: -“¿Puedo ir a grabarlo?, prometo no demorarme”.

-No es mío y ya vienen a reclamarlo- Respondió negativamente el melenudo amigo.

Sin embargo, luego de insistir, me dejó ir corriendo a grabarlo. Llegué a casa agitado, preparé todo, y empezó la captura. Cuando iba por la tercera canción -Jimmy García- tocaron a mi ventana, era momento de entregar el CD.

Esos tres tracks: Intro-Justiciero, Las Puertas del Amor y Jimmy García, los escuché por 9 meses seguidos, todos los días. Luego, ese mismo disco lo encontré en la casa de una prima, al lado de otros de U2 y The Smashing Pumpkins. Lo tomé prestado, lo grabé en casete y pude escucharlo, pero a los días mi grabadora murió. Parecía que la vida no me dejaba tener el Lavandería Real de Bajo Tierra. A los años, cuando ya Youtube se consolidaba como nuestro reproductor de música, compré el disco, más caro que hace 10 años, y lo guardé como tesoro. En una fiesta de amigos desapareció mágicamente. Vaya amigos los que tengo. Espero el que lo tenga lo disfrute como nunca.

Y todas estas historias las cuento porque en el 2016 este disco generacional cumple 20 años. Dos décadas de agitar la vida, de musicalizar a Medellín, de hacer historia y convertirse en crónica de la calle, en mito, en orgullo para nuestro rock colombiano.

11 canciones que son raíz, influencia y esencia, no solo para fanáticos, sino también para los músicos de vieja data y la nueva sangre que hace rocanrol en Colombia. Un disco para tener en el estante, para guardar en el corazón. Y como bien cuento, luego de 20 años aún no tengo esta producción fundamental para mi vida. Por eso si a usted le sobra uno, o simplemente le conmovió esta trágica historia de pérdidas, hallazgos, rocanrol, y mucha tierra caminada, pues véndalo o dónelo a este humilde fan fatal.

 

Lucho Bermúdez, el de las calles de Medellín

Lucho Bermúdez

Un carnaval glamuroso engalana las calles de Carmen de Bolívar. Desde lo alto, en los Montes de María, observan a su hijo musical y aclamado. Lo aplauden y él solo ajusta sus lentes de marco grueso, sonríe achinando sus ojos y sigue caminando acompañado de la musa, de la inspiración del clarinete y el solfeo, ella, Matilde Díaz, con labial oscuro y zapatillas relucientes sonríe mientras aprieta su mano. Eso pasaba cada que Lucho Bermúdez caminaba por las calles del lugar que lo vio nacer. Continuar leyendo

Edson Velandia: crónicas amargas para endulzar los oídos

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De niño era cabezón, “un enano mal hecho” decían por ahí. Nació el 19 de noviembre de 1975 en Bucaramanga. Inquieto, gritón y gran dibujante. La música para ese tiempo de travesuras y suciedad en las manos no era ni un camino, ni un placer.

Solo hasta sus 15 años apareció la música, en forma de vals, como un castigo por ser indisciplinado en su colegio. Lo escogieron a dedo como venganza por sus múltiples travesuras para representar a su grupo en un concurso musical. En los parlantes sonaba Tiempo de vals de Chayanne, la canción infaltable para toda quinceañera, esta vez en la voz de Edson. Ese castigo fue divino, en ese momento inició su romance con la música. “Debo agradecerle mucho a Chayanne, me permitió conocer la magia que hay entre la melodía y la armonía, el misterio que se siente cuando uno canta. Esa sensación me puso los pelos de punta. Pocas veces en la vida voy a volver a sentir lo mismo”.

Velandia me contó esta hazaña curiosa y paradójica un martes en la mañana, luego de día festivo. No paramos de reír, mientras su vida se hacía verso entre dos micrófonos encendidos. Las risas e historias aparecieron en su boca. Sus manos no pararon de moverse, se quitó su boina roja 4 veces, la misma que hacía juego con sus pantalones de colores indescifrables. Y aunque no tenía guitarra, los versos y el humor inteligente le salían de la boca, como preparados con anterioridad.

En Bucaramanga, en los años ochenta, luego de un curso corto de guitarra, con los primeros tres acordes que le enseñaron: re, la y sol, Edson hizo su primera canción. No recuerda cómo era, pero en su memoria quedó un coro que gritaba “porquería”.

Luego de más de 20 años de esta historia, Edson vive en el campo al lado de su esposa y sus dos hijos, Naira y Luciano, a quienes educa bajo su mismo método, en casa y con amor. Allí, a 60 minutos caminando del centro de Piedecuesta en Santander, en su casa de campo, Edson demuestra que se le puede hacer canciones al acto más simple. Ha creado música maravillosa para el país; rebelde, grosera, cercana, real. Crónicas cantadas, con guitarra y con una voz a la que no le da miedo atreverse a ser diferente en un país godo y tradicional.

Este pirómano de bibliotecas, este karateca de la guitarra, este trovador de la calle y acróbata de la vida que tiene agrieras en el pensamiento y náuseas en la conciencia, es una genialidad musical de nuestro país. Si Argentina tiene a Les Luthiers, nosotros tenemos a este vagabundo cancionista. Se levanta temprano y en vez de trotar “como un bobo” se va caminando hasta el pueblo a mercar para el almuerzo. En este trayecto, mientras camina, mientras se alimenta de todo lo que ve, crea sus crónicas, sus fábulas musicales que han endulzado los oídos de todos los que buscan una forma atípica de oír la vida.

Le pregunto por su sonido preferido.

– El grito ¡Papá! de mi hija.

¿Y él que más le molesta? – Ese mismo. Ríe a carcajadas.

¿Un libro? – El libro gordo de petete.

¿Una canción? – Mula Hijueputa, de Octavio Mesa.

¿Película? -Por mis pistolas, Cantinflas.

¿Un viaje? -Volver al futuro.

¿Una guitarra? -La guitarra verde que mi papá le prestó a José Ordóñez padre y nunca la devolvió..

¿Se acabaron las ganas de hacer conciertos?

Foto por Juan Fernando Ospina
Foto por Juan Fernando Ospina

Foto por Juan Fernando Ospina

Recuerdo con cariño y nostalgia la esencia del punk que me tocó vivir. Una historia que no tuvo sonido en HD, instrumentos de alta gama, conciertos con boletería de empresas recaudadoras, ni discos con carátulas ilustradas. Menos, grandes tarimas giratorias ambientadas cromáticamente con luces inteligentes y con ingenieros de sonido experimentados. Con lo que sí se contaba era con amigos con cientos de “casetos” para regrabar encima de cintas de ranchera, vallenato y hasta chistes; también, pinturas para diseñar las camisetas que la cabeza imaginara, hilo para coser los parches en las chaquetas o morrales, y en definitiva, unas ganas incontrolables de ´pantanear` la ciudad y vivir el sonido que en ella habita. De bus en bus, de sur a norte, se iba por un concierto, cd, casette o longplay.

20 de julio del año 2003, concierto de la Falsa Independencia en el barrio Manrique, un parche creado por uno de los punkeros vieja guardia de la ciudad conocido como “El canoso”, casi nadie sabía que su nombre era Jorge. Este autogestionado festival se realizó en una cancha de microfútbol, sin tarima. Todos en el asfalto: el sonido, los instrumentos, los músicos y el público.

El lugar estaba repleto, y la publicidad fue a través de fanzines y del voz a voz que circulaba en todos los ejes latitudinales de la ciudad. Los postes y las paredes de Medellín eran el mejor altoparlante.

La expectativa que tenía en mi corazón por este concierto era tan gigante como mis nervios. Ese día debutaría como baterista en un grupo de punk en el que venía tocando desde hacía algunos meses, su nombre era “Presos de Libertad”, no sonábamos bien, no éramos virtuosos ni especialistas en el sonido, pero nos gustaba hacer ruido, vivir de cada guitarrazo y además de todo eso, pasábamos bueno. Mi vida corría peligro, o por lo menos mi integridad física, tenía tres advertencias: dos naranjas y un tomate, esa era la amenaza si me equivocaba en alguna canción. En el público me vigilaban dos francotiradores con crestas y camisas anárquicas.

Ya era el momento de subir a escena, en tarima estaba “La Pugna”, una banda fuerte, con el gutural como estandarte y con un baterista que sí tocaba de verdad. Me llené de miedo. Antes de acabar su concierto, tres patrullas y siete motos de la Policía llegaron de manera agresiva a apagar el sonido, el concierto no tenía permiso. Los punkeros indignados empezaron a reprochar. Algunos de ellos fueron a dar a los calabozos, otros recibieron bolillazos, el concierto no llegó ni a la mitad y por mi parte no pude debutar en vivo con mi banda de punk.

Esta es una historia que no olvidaré nunca, y que como dije inicialmente, extraño con nostalgia, pues ahora son pocos los conciertos de este tipo, la esencia de la música en vivo ha tomado otro matiz, ya que si los músicos no son invitados con todo el protocolo a grandes festivales pagados por Alcaldía, Gobernación o alguna empresa privada, no vale la pena, no tiene validez, ni para hoja de vida, ni para la vida misma.

Pareciera ser que los conciertos pequeños, cercanos, guerreros, ahora no son bien vistos ni por músicos ni por público ¿Dónde quedó la esencia de la música? ¿Desde cuándo el Estado es el que nos dice cuándo debemos hacer música? Solo por hablar de un ejemplo y de un teatro en el país, el Carlos Vieco sonaba por la iniciativa de los músicos, no por la del político de turno.

Es claro que el paso por festivales de gran producción y cientos de asistentes, es el sueño de todo músico que quiere profesionalizarse, es una apuesta que he defendido, además, la internacionalización es importante y vital para ser competitivos en la actual industria musical, pero ojo, esto no es lo único. Los procesos se deben ver reflejados en las agrupaciones, y la esencia de la música no se debe perder: sonar a toda costa, sea en un garaje o en una tarima repleta de cámaras y luces.

Los tiempos han cambiado, la forma de vivir la música también, pero el ‘hazlo tú mismo’ es un concepto que no va a pasar, que hace parte de la vida misma. Por eso celebro que existan iniciativas de festivales independientes y espacios donde suena la música, sea en el lugar que sea, y con el presupuesto que se tenga.

Si no haces parte del festival, hazlo, el no depender nos enseña a tener libertad. Los espacios pasan, la música queda y debería seguir sonando a la par del corazón.

El blues colombiano tiene un nuevo hijo: Pablo Alzate

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Por Diego Londoño
@Elfanfatal

Colombia pasa por un momento musical interesante. Nuevos sonidos desde esta parte de el mundo, se proyectan con fuerza y personalidad. Y precisamente, quiero hablar de un músico que  ha decidido caminar por un terreno lleno de melancolía, historias, y guitarras con vida propia. Su nombre Pablo, su apellido blues, como una canción que narra su vida, su existencia y sus ganas de gritarle al mundo que su camino está en el sonido azul. Él se empieza a configurar como una de las nuevas voces del sonido blues colombiano, y nos presenta su más reciente sencillo: Souls on Fire.

 

En respuesta al columnista de Soho, yo digo, ¡sí necesitamos más teloneros colombianos!

Por Diego Londoño
@Elfanfatal

Si no creemos en nuestra música, ¿entonces quién? Esa fue la pregunta que me quedó luego de leer el inconsciente y descontextualizado artículo que publicó hace unos días la Revista Soho. En este texto, no se podía hablar de una manera más despectiva e irrespetuosa sobre los músicos teloneros en Colombia, y más allá de ellos, sobre nuestra propia creación e industria musical colombiana. Lo primero es que no voy a criticar la posición del periodista que lo escribió, es algo muy personal y cada quien decide en qué se gasta su plata, y cuál es su apuesta por el arte. Pero sí quiero expresar con respeto, que la publicación por parte del medio de comunicación, en este caso la Revista Soho, fue irresponsable. Para muchos, incluyendo a Leonardo Castro, persona que escribió la columna, es un argumento válido no tener más teloneros, pero para otros, como en mi caso, tenerlos es la posibilidad de construir vida, de seguir haciendo historia y de potenciar el trabajo que cientos de músicos en el país han realizado durante años.

Eso de solo ir a ver el artista internacional, por el cual pagué, es un argumento que en definitiva no tiene ningún valor ni respeto por el arte colombiano.

Así que por el respeto que le tengo al trabajo de músicos colegas en todos los rincones de Colombia, a los que quisiera ver en escenarios internacionales tocando sus canciones y más aún, en su territorio como teloneros de los más grandes artistas del mundo, debo escribir este texto, para decirle al periodista y al medio de comunicación que, contrario a lo que piensan, este es uno de los mejores momentos en la industria musical colombiana, es el momento donde figuramos en el mapa y hasta nos ganamos premios internacionales. Pero más allá de los premios, que poca relevancia tienen, es el momento donde agrupaciones como LosPetitFellas, Pedrina y Río, Tr3sDeCorazón, Doctor Krápula, Bomba Estéreo, Nepentes, Monsieur Periné, Tarmac, I.R.A, Chocquibtown, Carlos Elliot Jr, Mr. Bleat, Diamante Eléctrico, Puerto Candelaria, Providencia, y una larguísima lista que no alcanzaría en el espacio de esta columna, están triunfando en los escenarios del mundo como Coachella, SXSW, Womex, Vive Latino, Lollapalooza, entre otros. Lástima que por ustedes sí aplique eso de “nadie es profeta en su tierra”.

En la música y el arte hay muchos sueños, muchas familias implicadas, mucha vida y también mucho dinero (ensayos, cuerdas, transporte, discos, videos), como para que una columna irresponsable se tire en procesos que hasta ahora toman vuelo. La invitación siempre será a la crítica constructiva con la música, con la propuesta, de esto aún nos falta y debería no tomarse personal. Quizá esto ayude a que el nivel se ponga a tono con el de los músicos internacionales. Lo que no es aceptable, es respaldar un artículo sin contexto ni conocimiento, y lleno de actitud destructora hacia el arte del país. Lo de afuera no es lo único, ni lo mejor ¿Quieren que las personas conozcan las bandas teloneras y se sepan las canciones que interpretan?, entonces permitan que tengan su espacio y puedan sonar. En otros países, un telonero es una oportunidad única para conocer nuevas revelaciones y sonidos ¿Por qué acá no? Si el objetivo del texto era simplemente provocar y ganar seguidores para su querida revista, pues es un irrespeto con los lectores. Mejor sigan con sus temas y no se metan con la música, no es un campo que les compete.

The Rolling Stones, Coldplay, Foo Fighters, Metallica, Madonna, y los que quieran citar, si mucho vienen una o dos veces en la vida a Colombia; ¿luego qué?, ¿nos quedamos esperando sin aportar a nuestra misma música? Mi apuesta es ir a los conciertos de agrupaciones nacionales, comprar sus discos y seguir proponiendo teloneros, para que los que no conocen empiecen a creer y a seguir, y también, para demostrarle a gran cantidad de público y empresarios escépticos que sí se puede, pues Los Stones o Madonna también fueron artistas de bares.

¿Ustedes de qué lado están? Si no creemos en nuestra música, ¿entonces quién?.

Juancho Valencia, el Lucho Bermúdez de nuestra época

Por Diego Londoño
@Elfanfatal

 

Afuera de la casa, cuatro niños con sus bicicletas esperan recorrer las calles del barrio. Gritan en coro aclamando a su quinto amigo. Por la ventana, miran unos ojos tristes con una sonrisa diagonal. Desde el interior una voz maternal resuena como un eco cavernario. Juanchito, primero la clase de piano. Luego el balón y la bici.

Este día, y otros tantos que vinieron después, Juancho Valencia odió la música, así estuviera destinado a ella y la amara como a él mismo. Hoy, él es uno de los músicos contemporáneos más importantes del sonido revolucionario en Colombia y sin exagerar ni un ápice, en América.

Cuando Juancho Valencia nació, y su padre pudo tenerlo en brazos, lo miró con detalle; su boca, su piel, sus ojos y como una sentencia para toda la vida, dijo: “Este muchachito tiene manos de pianista”. Es por eso que Juancho Valencia no tuvo oportunidad de escoger otra cosa diferente que su vida al lado del piano, del sonido, de las canciones y de esa eterna musa reveladora compañera de días y noches, la música.

Juancho aprendió a hablar y a tocar piano al mismo tiempo, tendría tres años, ni él mismo lo recuerda. Ahora, tres décadas después se le ve en los escenarios del mundo haciendo música, con su estilo particular y su cabellera que recuerda la época dorada del funk en los años 70.

Su primera orquesta de tropical fue Mostaza, dirigida por él, y formada por los amigos del barrio que no tenían ni idea de qué era una cuerda o una trompeta. A todos los ponía a marchar, los callaba cuando debían hacer silencio, a cada uno le asignó un instrumento y se lo enseñó a tocar. A los 13 años tocaba en Niquitown, una banda representativa de ska y rock, “hijo: vaya ensaye, disfrute y no pruebe nada de lo que le ofrezcan”, decía su papá. Luego fue pianista en agrupaciones profesionales como Siboney y Timbalaye. Tocaba en bares siendo menor de edad, sus padres lo llevaban de la mano y lo soltaban en el escenario. Terminaba el concierto y de inmediato se iba a dormir para madrugar al colegio.

La palabra jazz llegó por cuenta de Jorge Cottes, músico del Combo de las Estrellas, Tropicombo y Los Tupamaros.

-Juanchito, atención a este acorde, se llama Sol13, ensáyelo y haga ese mismo acorde en todas las otras tonalidades. Esto se llama JAZZ –

Luego de ese sonido las cosas cambiaron para él. El oído y su forma de escuchar. Aprendió sobre la disonancia, y desde que eso se aprende la vida en sí misma se vuelve disonante.

Luego llegaría un proyecto artístico que no sería una agrupación, sino la recreación de un lugar sonoro imaginario donde existe un universo completo que no se limita a la música. A este lugar le llamaron Puerto Candelaria. Sonoramente rebelde: porro, cumbia, bullerengue, pasillo, guabina, rock y jazz. Otro de los hijos de Juancho es La Banda La República, una propuesta con la que daría rienda suelta a su instinto salsero.

A Juancho desde niño lo formaron para ser el pianista de latin jazz sucesor de Michel Camilo o Chucho Valdés, pero él se convirtió en una antítesis, estaba haciendo todo lo contrario. Fue un contundente acto de rebeldía. Juancho, más que el pianista y compositor de agrupaciones exitosas en el mundo, se convirtió en el genio musical que el país estaba esperando, el personaje que le dio glamour y renovó la música colombiana, el Lucho Bermúdez de nuestra época.

 

¡No más conciertos en La Macarena!

Macarena

Diego Londoño
@Elfanfatal

Ya se ha dicho en repetidas ocasiones, Medellín tiene un problema complejo de espacios para disfrutar de la música en vivo. A salvo de tres teatros privados, del olvidado Carlos Vieco que ya conocemos su problemática y otros escenarios creados más para las artes escénicas, no tenemos otro lugar para disfrutar de conciertos masivos de agrupaciones locales, nacionales e internacionales. Este aspecto se convierte en una dificultad que crece y se hace más evidente día a día, pues la oferta cultural y musical de la ciudad está evolucionando para bien.

La experiencia de entrar a una plaza de toros repleta de gente, rebosante de luces, de gritos y con la esperanza de ver músicos que uno siempre soñó en vez de toreros y animales sacrificados, siempre va a ser alentador, pero cuando inicia el concierto y el sonido retumba como una caverna desolada, y se ve a lo lejos desde el escenario a los músicos desconcertados mirándose unos a otros, esa sí que es la mayor desilusión que puede tener el público que pagó por su boleta, y el músico que luego de ensayar y preparar su show, queda mal por algo externo que se sale de su creación y muestra artística.

Por eso, ¡No más conciertos en La Macarena! Porque ni el más brujo ingeniero de sonido puede con el caos sonoro que genera este lugar. Porque los músicos escuchan doble y el público canta la canción a destiempo. Porque hay una incertidumbre impresionante en cada ocasión: Yo estaba abajo ¿escuchabas mejor arriba? Desde abajo no escuchamos nada ¿Cómo sonamos, sí se entendió algo? Situaciones familiares para quienes hemos asistido a conciertos en este espacio.

Y en definitiva porque es el peor lugar para realizar actos musicales en vivo. Es un secreto a voces que ha estado durante muchos años en el ambiente de la música en la ciudad, y ahora ese susurro es un grito que dice no más, que exige respeto y valor a la música, esto se puede mirar desde la experiencia como espectador o como artista. No importa qué músico sea, nacional o internacional, las condiciones sonoras para un espectáculo siempre deben ser óptimas.

Allí históricamente hemos vivido recitales para no olvidar, en el año 1985 la mítica Batalla de las Bandas, una de las primeras descargas masivas de metal en la ciudad. Allí también nació el querido Festival Altavoz en el año 2004. Y vimos personajes como Gustavo Cerati, Mercedes Sosa, Rubén Blades, Christina y Los Subterráneos, Café Tacvba, Andrés Calamaro, Los Prisioneros, Chocquibtown, Vilma Palma e Vampiros, J Balvin, Enrique Bunbury, Calle 13, y Crew Peligrosos y Snoop Dogg que fue la última experiencia no grata. Y así, con todo tipo de artistas, desde el reggaetón, la música romántica, la ranchera, hasta la salsa y el vallenato.

Este sin lugar a dudas, es un buen momento para decirle a los empresarios musicales que además de contratar artistas comercialmente viables, deberían pensar también en los espacios de realización, de eso también va a depender la recordación de sus eventos. Y también es un buen momento para recordarle a la administración municipal, departamental o cualquier ente gubernamental que sienta este tema como suyo, que necesitamos un lugar con todos los requerimientos técnicos, de capacidad, de acústica, de ingresos y salidas, de instalaciones sanitarias, tanto para hacer conciertos, como para presenciarlos. La ciudad de verdad lo necesita.

Medellín en Canciones: Un libro que cuenta la ciudad

Medellín en Canciones

“El rock como cronista de la ciudad”


MECweb


Lanzamiento

20 de septiembre

8:00 pm

Fiesta del libro y la Cultura – Salón Humboldt (Jardín Botánico)

Medellín en Canciones “el rock como cronista de la ciudad”, es el segundo libro del periodista Diego Londoño, publicado por la editorial Ediciones B Colombia; en el cual a través de 27 canciones de rock, y sus historias, se cuenta la historia de Medellín desde los años ochenta hasta ahora. La particularidad de este libro es su énfasis: elegir como columna vertebral el rock, el metal y el punk, para realizar un mapa que retrata desde las entrañas la ciudad de Medellín en los últimos 40 años.

Es un producto periodístico, que ayuda a satisfacer una necesidad frente a la carencia de contenidos investigativos sobre el rock, aporta a la historia de la ciudad y de la música misma. También, ofrece un panorama para comprender el rock paisa según los momentos históricos, los sonidos, el contexto social. Qué dice, qué aportó cada canción y qué significó en el desarrollo de la música y la historia de esta urbe. Su resultado básicamente es mostrar como el rock a través de los años, describe y cuenta los momentos claves en la historia de Medellín, en temáticas como la violencia urbana, los amigos, el amor, la pobreza, inequidad social y desplazamiento, la ecología, las relaciones interpersonales, la política o los lugares de la ciudad.

Este libro evidencia la historia, los imaginarios, las realidades, crudezas y esperanzas de esta ciudad; los barrios desde sus diferencias y su cotidianidad; el centro de la ciudad con el comercio, la delincuencia, el transeúnte y su afán; los bares y la rumba, la droga, los encuentros, la noche y la algarabía; los conciertos, los sonidos, la crítica y la multitud; las calles, sus personajes, el amor, la muerte, la violencia, el olor a asfalto y la vida del rock en la ciudad. El reto de Medellín en Canciones, además de tener sonido e historia en sus páginas, fue llegar a las anécdotas fascinantes y en muchos casos ocultas de cada una de las canciones que hacen parte de la historia de la ciudad a través del rock.

Agrupaciones importantes para la historia sonora del país hacen parte de este libro, como el caso deBajo Tierra, Kraken, Estados Alterados, I.R.A, Frankie Ha Muerto, Parlantes, Fértil Miseria, Masacre, Mojiganga, Neus, Burkina, Los Suziox, G.P, Athanator, Posguerra, Unos Vagabundos, Escepticos, Reencarnación, Pestes, Carbure, P-NE, Nación Criminal, Polvo de Indio, Desastre Capital, Organismos, No Raza y Danger.

“Soy un lector apasionado, a través de los libros llegué a conocer los artistas más influyentes y desconocidos. Un libro sobre Los Beatles, música chilena, africana, o el blues, todo me llevaba por nuevos caminos que me hacían entrar a mundos mágicos y misteriosos. Medellín tiene música y tiene historia también. En sus acordes están las miserias y alegrías de su pueblo. Medellín en Canciones nos revela estas historias y nos invita a conocer la ciudad a través de la música”.

Claudio Narea, guitarrista de Los Prisioneros de Chile


“Este libro, está hecho de canciones aguerridas para una juventud necesitada de catarsis. Liberar, contar, proyectar a través de la música y las letras, las experiencias de una ciudad y un momento histórico intenso, doloroso y real. Son historias de guerreros musicales armados de guitarras, voces y  acordes,  que con sus visiones sonoras siguen influyendo con su mensaje y su valor la escena música nacional”. Héctor Buitrago, bajista de Aterciopelados.

“Medellín En Canciones” rinde homenaje a esas voces que construyen una resistencia estética y conceptual, necesaria para nuestra reflexión como sociedad y obligatoria para la profunda revisión, no sólo de la música independiente colombiana, sino de la propia historia de las últimas décadas de nuestro país.

Álvaro “El profe” González Villamarín, Radiónica.


“Si bien Fito Páez afirmaba que “el mundo cabe en una canción”, la realidad de Medellín puede ser un tanto más compleja. Son varias las canciones que la han evocado, y cada una se centra en un aspecto y todas parecen complementarse hasta lograr algo muy cercano al retrato preciso, definitivo. Ésa es la impresión que queda después de asomarse a este libro”.
Juan Carlos Garay, periodista y escritor

“Este libro, tan necesario en una ciudad con pocos textos publicados sobre música local, es como diría la canción de Frankie ha muerto, una “gota de sangre donada al dolor”, o mejor dicho, un aporte sustancial a la existencia del rock y su anclaje en Medellín.

Medellín en Canciones surge como bálsamo para expiar la música con sentido desde una ciudad que se niega a dejar de gritar: ¡Rock n roll!”

Santiago Arango Naranjo



Bienvenidos a vivir Medellín en Canciones


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Uno de los Ramones en vivo en Medellín

Marky Ramone en Música Somos
  • El artista presenta su gira Marky Ramone´s Blitzkrieg interpretando grandes éxitos de su grupo como Sheena Is a Punk Rocker, Do You Remember Rock ‘N’ Roll Radio?, Blitzkrieg Bop y I Wanna Be Sedated.
  • Lo acompaña en las vocales Michale Graves, ex vocalista de The Misfits.
  • Marky Ramone, integrante de una de las bandas más influyentes de la historia del rock de todos los tiempos, estará en concierto en Medellín el 3 de mayo en Disco 40.

Por Medellín han pasado grandes nombres del rock mundial de diferentes estéticas y circuitos: de culto, de nichos especializados y del multitudinario universo del espectáculo, entre ellos: Diamanda Galás, Sepultura, Coheed and Cambria, Kreator, Reincidentes y Megadeth.

Y ahora, para integrar esa selección de artistas esenciales en la historia del rock and roll de todos los tiempos, llegará a Medellín el baterista de RAMONES, una de las bandas más grandes del punk mundial: el mítico Marky Ramone´s Blitzkrieg estará por primera vez el sábado 3 de mayo en concierto en la ciudad.

Los amantes de Sex Pistols, The Clash y Dead Kennedys, celebran este concierto porque reconocen la importancia de un músico que dejó con su agrupación himnos como The KKK Took My Baby Away, Blitzkrieg Bop  Sheena Is a Punk Rocker, Do You Remember Rock ‘N’ Roll Radio?, We’re a Happy Family y I Wanna Be Sedated.

Marc Steven Bell fue bautizado Marky Ramone por los demás integrantes de los Ramones en 1978 cuando audicionó con más de diez bateristas para ocupar el puesto dejado por Tommy Ramone.

Marc nunca imaginó que su sobrenombre llegaría al punto de posicionarse como ícono del punk: Marky Ramone, enalteciendo cada día aquella legión punkie que aún es la voz de las protestas, denuncias, diversión e inconformismo.

Este hijo de Brooklyn es un apasionado que trabaja en múltiples actividades diferentes al rock and roll.  Marky es propietario de su marca de salsa de tomate, cuyas ganancias benefician a una asociación de autistas; diseña ropa junto a uno de sus grandes amigos, Tommy Hilfiger y, también, dedica horas para escribir un libro autobiográfico sobre su vida con los RAMONES.

Su experiencia musical se extiende con la grabación de un álbum con la banda Estus y uno con The Voidoids antes de hacer parte de los Ramones con quienes grabó ocho trabajos discográficos de estudio, empezando con ‘Road To Ruin’ de 1978 y terminando con ‘Adiós Amigos’ en 1995.

Luego de la disolución del grupo, ha grabado discos con los proyectos Marky Ramone and the Intrudres, Dee Dee Ramone, The Ramainz, Joey Ramone, Marky Ramone & the Speedkings, The Misfits, Tequila Baby, Tarakany, Teenage Heal, Bluesman y su más reciente incursión musical Marky Ramone’s Blitzkrieg junto a Michale Graves ex vocalista de The Misfits.

Acompañando a Marky Ramone’s Blitzkrieg estará el grupo capitalino Triple X, agrupación que nació hace doce años para hacer punk. Por Medellín, estará el grupo Leña Verde.

Datos del evento: 3 de mayo.

Lugar: Discoteca Culture Club /Disco 40

Direccion: Cr 43F No 18-158.