Por usar desprevenidamente mis expresiones paisas en España, tuve 3 confusiones. Fueron, para seguir con los términos nuestros, 3 bisoñadas.
Los hechos que les comparto, con no poca vergüenza, ocurrieron en mi primer viaje a España. Recuerdo que llegué a una especie de cafetería, como muchas que hay en ese país, donde se mezclan el café, los jamones y el vino.
Primera bisoñada paisa:
Amablemente me acerqué al mostrador y me dirigí a la persona que atendía con una frase muy paisa: “Buenas tardes, me regala un café con leche por favor”.
La respuesta del español, un tipo bastante gruñón, no podía ser más obvia ni más graciosa: “Aquí no regalamos nada, todo te lo cobramos”.
Segunda bisoñada paisa:
Me reí y traté de explicarle, con nuestra clásica amabilidad y entre risas, que era una forma de hablar colombiana, pero que por supuesto yo estaba dispuesto a pagar los 3 euros que anunciaba la carta. Su rostro no dejó salir ni el más mínimo asomo de sonrisa. Así que me apresuré a hacer mi pedido de nuevo y cerrar esa incómoda conversación: “Perfecto, así, que entonces tráigame un cafecito”. Esta vez la respuesta fue menos obvia pero más agresiva: “No tenemos tamaño pequeño, es un pocillo normal. Si quieres te sirvo la mitad del pocillo pero te cobro lo mismo”. Ay Dios, ese vicio nuestro de los diminutivos. Tuve que explicar de nuevo que era un modismo colombiano, pero que el tamaño del pocillo no me importaba.
Tercera bisoñada paisa:
La última no fue tanto una bisoñada mía, sino una expresión que me sonó tan extraña que no se las voy a narrar, voy a dejar que la imagen lo explique todo. Me imaginé a qué sabía la curiosa mezcla que a alguien se le había ocurrido, o paisamente dicho, el “casao” que estaba proponiendo. Todo sucedió cuando alguien en la mesa del lado hizo su pedido en voz alta: “Por favor tráeme un tinto con un bocadillo”.
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