Asimilemos la importancia de planificar las ideas y las acciones, antes de lanzarse a ejecutarlas, para así reducir el consumo de recursos y optimizar los resultados.
No, hacer más no significa necesariamente que se obtendrá más. No y mil veces no. La productividad no es una ecuación estricta en la que los resultados obtenidos son directamente proporcionales a la cantidad de tareas ejecutadas. Todos tenemos que sacarnos esa idea precaria de la cabeza que nos hace creer que para aumentar los resultados en los negocios lo único que tenemos que hacer es trabajar más. Un enunciado que, dicho sin contexto puede sonar elemental y básico, pero que muchos negocios y profesionales no han interiorizado.
Vivimos —tristemente— en una era que se caracteriza y que aplaude la ofuscación por el hacer. En la mayoría, es notorio ese comportamiento que promueve pararse todas las mañanas a ejecutar tareas como hormigas, porque para ellos ahí está la clave del éxito. Pero ese no es solo un error de la gente del común, muchos de los profesionales experimentados y de las grandes empresas también caen en él —dejándose llevar por la rutina y dándose poco espacio y tiempo para pensar—. Lo que padecen muchos es una especie de imparable obsesión por el hacer y un enorme desprecio por el pensar. La consigna es: hacer sin parar, una mentalidad que se impuso hace más de un siglo, una premisa que, lamentablemente, no hemos podido acabar.