Caminar la calle, olerla, sentirla, acariciar con los pies el asfalto, encontrarme con la gente del común, para comprender quiénes son, cómo actúan y para dónde van, es un placer que me hace inmensamente feliz.
Estoy sentado en la banca de algún parque, con un embolador que saca brillo a la punta de mi zapato mientras me cuenta buenas historias y leemos juntos la prensa; sueño en la forma cómo podemos hacer sinergia entre los intereses de todos y lograr un modelo de estado incluyente, evolucionado, culto y con las libertades suficientes para que las personas puedan hacer un ejercicio equitativo de sus derechos.
Mis dedos sienten con placer la tinta fresca de un periódico, logro abrirlo – me sorprende- de un solo movimiento con la ayuda de mis brazos y mi nariz. Allí estoy sentado en la banca de aquel parque lleno de palomas, olor a crispeta, verdura, CO2 y transeúntes que viajan con afán y ceño fruncido en medio de las primeras horas matinales.
Sigo pensando en el modelo de sociedad que nos merecemos y se me vienen a la mente tantas ideas.
Mi oficio como reportero, académico y funcionario público me ha permitido visitar las 16 comunas, los 5 corregimientos de Medellín, mi ciudad y también a 120 de los 125 municipios de mi departamento, Antioquia. En todos he disfrutado observando a las personas, sentado en alguna banca de parque donde las historias deambulan y corroborando que es imposible pensar en justicia o desarrollo si todos no tenemos acceso a las mismas oportunidades.
Pacho el embolador golpea con su cepillo la punta de mi empeine y vuelvo a la realidad. Con la corbata a cuestas recuerdo que tengo el mismo afán que los demás, pero trato de sacudirme de la indiferencia y mientras sostengo en mi mano un billete de 2000 con el que pago mi embolada, comprendo que es la vida misma un don inestimado y su respeto el punto de partida para reconocer el papel que cada uno tiene como ciudadano en medio del caos social que vivimos.