Fueron una pesadilla esas primeras clases de relaciones públicas por allá en 1994, el profesor era alguien reconocido y reputado pero exigía puntualidad (demasiado para mis 18 añitos) y además era totalmente radical con la buena calidad de los trabajos teniendo en cuenta nuestro nivel casi escolar. Su nombre: Javier Álvarez Lozano y llegaba impecable al aula donde pocas cosas salían de su control y parecía como si esa alegre carrera de Comunicación Social se convirtiera en un tormento con cada cátedra de este docente estricto pero de muy fino humor.