Yo creo que el problema está en pretender el control de cada situación que sucede en mi vida.
Como también he aprendido, que no es posible el control absoluto de los actos y pensamientos de los demás, a menos que ellos decidan dejarse controlar.
Entonces el control como tal no existe.
Dirigir es sinónimo de buscar la manera de extender nuestro poder sobre una persona o situación, como cuando estoy conduciendo un automóvil y logro que el vehículo se dirija hacia donde yo quiero ir.
Esto me recuerda la historia cómica del empleado que como de costumbre, iba retrasado para su trabajo. Decidió tomar un taxi. Apenas entrando al auto de servicio público, le gritó al conductor: – ¡acelere porque voy de mucho afán para una reunión importante! -. El taxista obedeció, mientras conducía a muy alta velocidad. De pronto, el pasajero se dio cuenta de que no había dicho a donde ir. Entonces volvió a gritar desesperadamente - ¿señor usted sabe a dónde quiero ir?-. - No caballero, respondió el taxista, pero conduzco lo más rápido que puedo-.
¿Cuál control, si no tengo claro lo que quiero?
El control total, ni siquiera es posible, cuando el dispositivo remoto falla y el televisor no responde a mis necesidades de querer cambiar de canal.
Así en la vida real, en una relación de pareja, en una convivencia con amigos, en el mundo laboral donde se espera que los demás actúen de acuerdo con los parámetros o estrategias preestablecidas, el control no es posible, a menos que cada uno de los miembros de ese colectivo, decida adherirse y siga al pie de la letra, por convicción, la instrucción recibida.
Ahora ¿qué sucede cuando no hay un criterio unificado en torno al proceso de obedecer?
Obedecer se dificulta, cuando recibimos órdenes del exterior que, al tratar de llevarlas a cabo, es imposible lograrlas, porque no son coherentes o van contra toda lógica operativa.
Es aquí cuando la situación amerita que cada individuo aporte su opinión interpretativa de cómo se ejecuta la instrucción y entonces esa lectura particular, genera un caos, un nuevo desorden, un descontrol total, porque tantas lecturas creativas de la instrucción desvirtúan el concepto de control unificado.
De otro lado, espero que este diálogo teatral, relate el conflicto que surge cuando creo, o supongo tener el control de mis amigos.
Amigo uno: – ¿Supiste que el vicepresidente piensa lanzarse como candidato para las próximas elecciones y ser tu oponente? –
Amigo dos: -Ese estúpido, ¿cómo me hace eso? Pero sé que esa candidatura no va a prosperar, porque él no tiene apoyo político y además es un pésimo administrador público-.
Amigo uno: -Además me enteré de que tu “mejor amigo” del colegio piensa anunciar también su candidatura-.
Amigo dos: -Ese imbécil, ¿acaso no tiene miedo de que lo procesen por corrupción?
Amigo uno: Viejo, no te pongas mal, estaba charlando; realmente acabo de hablar con ellos dos y piensan apoyar tu campaña-.
Amigo dos: -Lograste enojarme y me hiciste hablar de temas oscuros de mis dos mejores y entrañables amigos y a quienes valoro tanto y sé que trabajan con tanta entrega por nuestro partido.
Controlar, se convierte en obsesión en quienes desarrollan el miedo a perder el supuesto poder que creen tener sobre los demás.
Finalmente, para ilustrar cómo en algunas ocasiones es mejor no jugar a tener el control, cuentan que había una vez un profesor quien, con su estilo particular de enseñar para la vida, proponía ejercicios curiosos y desafiantes a sus alumnos. Una mañana muy temprano en clase, les pidió a sus estudiantes que sacara media hoja de cuaderno, para que por escrito dieran respuesta a esta pregunta: ¿cuándo mide el salón?
Los estudiantes, comenzaron a especular y creyendo tener el control de la situación, en cada papel anotaron su respuesta. Cada alumno había respondido con un cálculo diferente. Incluso, el más sensato completaba su respuesta con la palabra “aproximadamente”, para impresionar a su profesor.
El maestro, luego de revisar el ejercicio, sólo agregó: -ninguno de ustedes ha acertado. – porque la respuesta correcta es: “no lo sé”.
Yo creo que pretender controlar lo incontrolable, es aparentar que se tiene el control, para disminuir el miedo que causa nuestra incapacidad frente al criterio y convicción de los demás. Pues al fin y al cabo, en última instancia, son los demás, quienes nos hacen creer que tenemos poder sobre ellos.