Yo creo que la vida tiene sentido, si yo le doy sentido. Y cada cosa que sucede tiene sentido, si soy capaz de leer más allá de la apariencia y entonces interpretar las señales ocultas que le dan significado a todo aquello que me acontece. Porque nada es al azar y cada cosa sucede en el tiempo preciso y en el lugar adecuado para mi aprendizaje.
Vivir es un proceso complejo, y dicha complejidad surge cuando percibo que la vida está llena de múltiples detalles significativos.
En medio de esa maraña de preguntas fundamentales que me voy haciendo al caminar la vida, busco las respuestas en la psicoterapia, pues sé que el fin último de un proceso terapéutico es resignificar. Entonces, el propósito de la existencia cambia para mí, porque comienzo a mirar diferente los eventos vitales, debido a que miro con más detalle, los fenómenos que me rodean.
Al trabajar en mi pasado recuerdo que, en mi época de estudiante universitario, tuve la fortuna de tener profesores excelentes. Porque cada uno de ellos, con su forma de ser y dictar sus clases, me enseñaban el sagrado arte de vivir y pensar como un psicólogo. Claro tuve algunos maestros maravillosos que se convirtieron en terapeutas para mí, porque sus materias, iban más allá de la teoría, para tornarse en lecciones de vida.
Viene a mi memoria el profesor Paul A. Goring Grotius, que ya estaba mayor, jubilado y digo yo, más allá del bien y del mal, porque su clase ya no era parte de su trabajo, sino una excelente oportunidad para ser feliz y, además, porque sospecho que a la edad que tenía, dictar clase era su terapia ocupacional, pues volvía a sentirse útil, siguiendo su vocación de formar nuevos terapeutas y dejar su legado antes de morir.
Recuerdo que el primer día de clase con él, me sentí sobrecogido. Era altísimo, delgado, blanco, de ojos azules, mirada profunda y muy serena y además con un excelente español, su voz sonaba cálida, amorosa, respetuosa y definitivamente terapéutica.
Ese día, llevaba un portafolios, donde yo creía estaban sus apuntes para la clase. Para mi sorpresa y porque siempre me sentaba a su lado, descubrí que lo único que llevaba en él, era un banano y una manzana que su esposa, en un mensaje y simbolismo propios de su vida de pareja, le había mandado esa mañana muy temprano, para consumir en el descanso, también contenta por el reinicio de la actividad académica de su compañero de vida.
Nos miró a todos con una hermosa alegría y desde un profundo silencio. El grupo estaba expectante, porque la materia prometía enseñarnos la escucha terapéutica, con un maestro que tenía la influencia de Viktor Frankl, Rollo May y Carl Rogers, el gran terapeuta nortea-americano, que propuso la terapia centrada en el cliente, y que, según los chismes intelectuales y académicos de pasillo universitario, había sido su discípulo.
El silencio se prolongó. Sospeché que el profesor lo hacía a propósito para crear un clima especial. Y sí que lo logró, pues en un momento estratégico dijo: -El terapeuta debe hacer silencio, para permitir la palabra de su consultante-.
Ese día comprendí la magia del silencio y el enorme poder que tiene, porque no se trata sólo de callarse, sino de silenciar hasta tus propios pensamientos, para no interrumpir el hilo narrativo de quien consulta.
Ahora todo tiene sentido. Por ejemplo, un silencio respetuoso, es más valioso que mil palabras, cuando de elaborar duelos se trata.
Y lo digo, porque durante los talleres de escucha terapéutica con Paul, la parca tocó nuestra puerta en la universidad y suspendimos la clase de ese día para ir al parque cementerio de la ciudad, y acompañar a otro profesor, cuya hija había muerto. Me ofrecí a llevarlo en mi automóvil, con un doble propósito: darle las condolencias al profesor, y al mismo tiempo observar que hacía mi maestro en esta situación tan única y dolorosa.
Efectivamente, caminó muy despacio y sereno hacia el lugar donde se encontraba la sala de velación, y cuando los profesores cruzaron sus miradas, un llanto desgarrador brotó en el padre huérfano. El maestro Paul Goring, abrazó desde su alma a su colega y en un silencio profundo, casi paternal, como de abuelo sabio y amoroso, permanecieron así durante muchos minutos.
Luego se sentaron muy cerca y el profesor recibió en su hombro la cabeza derrotada de su compañero de trabajo universitario. Fue impresionante observar la placidez de niño del consolado, y el rostro pacífico de mi maestro de terapia.
Aquel momento quedó grabado para siempre en mi corazón de estudiante de psicología y de psicoterapia y comprendí que un buen terapeuta no se mide por lo que hay en su cabeza, sino por lo que tiene en su corazón.
Y además porque también descubrí que la muerte tiene sentido, como la vida misma, si soy capaz de comprender su profundidad y su significado profundo.
Yo creo que la vida tiene sentido, si yo le doy sentido.
Hoy precisamente estaba pensando en este tema y me llega este gran mensaje. Gracias Dr Juan. Abrazo fraterno
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Blanquita…todo en el Universo está sincronizado. Juan
Qué Belleza … Belleza Sublime.
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Qué belleza…tu comentario. Gracias. Juan