Yo creo que la angustia y el enojo del ego se producen cuando me tomo todo lo que me dicen como si fuera algo personal.
En el edificio de diez y siete pisos donde está mi consultorio hay cuatro ascensores. En las horas pico, la congestión es normal ya sea para subir o bajar. El destino, de manera providencial, me reúne durante unos segundos con mi amigo y tocayo, quien conozco desde hace muchos años y cuya oficina está en el piso trece y me regala la fortuna de disfrutar de un rápido, productivo y maravilloso diálogo con él, mientras dura el ascenso o el descenso a nuestros espacios de trabajo o al parqueadero.
La semana pasada, en uno de aquellos encuentros sincrónicos del Universo, conversamos sobre el blog y me sugirió como tema para una de estas semanas, escribir sobre el arte de manejar las ofensas personales, y el desarrollo de la habilidad asertiva para enfrentarlas.
De inmediato recordé el libro de la sabiduría tolteca sobre Los Cuatro Acuerdos del médico Miguel Ruiz y específicamente, el segundo acuerdo que se refiere de manera puntual, a este tema de no tomarse, los comentarios que nos hacen, de manera personal, sobre todo los ofensivos.
El conocimiento popular sabe muy bien que “cuando Juan habla de Pedro, habla más de Juan que de Pedro”.
Además, como psicólogo sé que el otro actúa como un espejo. Entonces cualquier comentario que haga, sobre la conducta o el pensamiento de los demás, no es otra cosa que un reflejo de mi propia conducta o pensamiento.
Así, la pregunta es ¿cómo aprender el complejo arte de manejar las ofensas? Lo primero es entender, qué es lo que considero una ofensa. ¿Acaso me ofendo porque la veo como un ataque al ego, que moviliza todas mis defensas, esperando que los demás estén de acuerdo con lo que pienso, digo, hago o deseo?
Para comprender las ofensas, lo indicado es, no verlas como ataques a mi vanidad orgullosa, sino como comentarios a los que tienen derecho los demás, cuando desean calificarme.
Lo importante es no dejarme tocar el ego, para más bien, despertar la sensatez del yo que mira despreocupadamente, porque no lo tomo como algo personal, sino como una maravillosa oportunidad para aprender de la existencia de la “otredad”, bastante diferente a mí y donde descubro que los demás no tienen por qué alinearse con mi deseo, para evitar la frustración de mi ego herido.
¿Quién es el que permite que esto suceda? Un insulto no significa nada, a menos que yo lo recuerde toda la tarde.
Los demás no me ofenden, a menos que yo le preste oídos y le de importancia. -A palabras necias oídos sordos, dice mi madre-, pero confieso que me cuesta mantener la hipoacusia de manera estratégica, porque mi vanidad se enreda en el comentario.
Crear un banco de niebla cuando me lanzan la crítica, es una opción temporal, para disminuir el impacto del comentario mal intencionado; sin embargo, no basta. El verdadero trabajo, es ser asertivo con la información negativa e investigar quién lo dice, qué es lo que dice, por qué lo dice, para qué lo dice, dónde lo dice, a quién se lo dice, en qué momento lo dice, para comprender, si vale la pena o no, darle importancia a dicho comentario.
Con el paso del tiempo, confirmo que he sufrido sin necesidad, como consecuencia de los comentarios mal intencionados.
Yo creo que el sufrimiento es opcional. Por lo tanto, he decidido bajar el ego, y subir el yo, para de esta forma, apagar el fuego de mi infierno interior, al dejar de sufrir por el qué dirán, pues al fin y al cabo, aunque intencional, el comentario no me afecta si lo percibo diferente… es decir: para no identificarme con él, sino para verlo como algo que, para nada es personal, sino un punto de vista del otro.
Siento que diferencias entre ego y yo, podrías explicar mejor tu punto por favor? Saludos!
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Con todo gusto…el ego lo asocio con vanidad, orgullo, egoísmo, preocupación por el qué dirán. El yo lo asocio con ser capaz de ver la vida, con humildad, desde el principio de realidad, desde la sabiduría que regala la sensatez. Juan