Yo creo que más allá de una negativa, se esconde el tesoro del éxito.
En el amor, en el trabajo, en un grupo de amigos, en los estudios, no hay nada tan frustrante como recibir un no, como respuesta.
Yo creo que más allá de una negativa, se esconde el tesoro del éxito.
En el amor, en el trabajo, en un grupo de amigos, en los estudios, no hay nada tan frustrante como recibir un no, como respuesta.
Yo creo que es muy importante la “ley del padre”. Y esto cobra fuerza debido a la ausencia del mismo, en virtud a la cultura en la que vivimos, donde el madre-solterismo está a la vuelta de la esquina y no solo debido al abandono físico y real de los papás, sino a la ausencia, en algunos casos, de los padres en el proceso formativo y educativo de los niños, porque sus ocupaciones, deberes y compromisos, los alejan de la función paterna.
La presencia efectiva y viva del padre, educa y por lo tanto forma en el uso de la autoridad.
El padre ya sea biológico o no, (pues para la psicología padre es aquel quien cumple la función de cuidado, alimentación educación y acompañamiento afectivo de un niño) tiene la tarea de encarnar y representar la ley, el orden y la norma para el niño. Es él quien lo introduce en el mundo de lo social y le enseña cómo hacer parte de ese grupo. Entonces el comportamiento, la conducta y los límites en lo social, tienen su representante válido en la figura del padre.
Es a la madre a quien corresponde darle su lugar al padre. Es precisamente la madre quien autoriza o desautoriza la palabra del padre. Entonces, descrito así el panorama, vamos entendiendo el cómo y el porqué de muchas conductas sociales des-adaptadas donde no hay respeto por la norma o los límites.
Si el padre es el representante de la ley, ¿dónde están los padres?
Ahora que se aproxima la celebración de este día clásico, rindamos un homenaje a los verdaderos padres. A aquellos que han asumido el reto y se han hecho presentes en la educación de sus hijos. Hombres que con amor y disciplina han asumido el papel maravilloso de formar nuevas generaciones de ciudadanos, respetuosos de los principios y valores del buen vivir.
Hombres que con su inteligencia emocional han sabido acompañar el proceso evolutivo de sus hijos biológicos, adoptivos y ocasionales que la vida les regala y les encarga.
Y hombres que con su ejemplo generoso, han asumido papeles casi de mamás, porque la viudez, la separación o las circunstancias así lo han dictaminado.
Así como yo creo que le debo rendir también, un homenaje a mi padre, quien de manera inteligente supo conducirme por el camino de la ciencia de la argumentación y la lectura. De quien heredé sus dotes de orador, contertulio y ameno contradictor. Así como el gusto por las bellas artes en todas sus expresiones, teatro, poesía, música, cine, pintura y escultura.
A mi padre, el agradecimiento por enseñarme a disfrutar de la vida y sobre todo por desarrollar en mí la capacidad para leer la conducta humana; esperando, dentro del campo de todas las posibilidades, cualquier comportamiento, pues siempre ha dicho que: “todo es posible, si viene de un ser humano”
Por bajarme el cielo y mostrarte el sagrado arte de vivir. Por apoyarme, valorarme y respetarme…Y por traerme a la tierra, como una forma de perpetuarse y no morir. Por todo ello y más: ¡Gracias papá!
Yo creo que la familia puede construir cuatro escudos protectores que le permitan proteger y al mismo tiempo acompañar el proceso de crecimiento y madurez de cada uno de sus miembros.
La doctora Virginia Satir en su libro: Relaciones humanas en el núcleo familiar, sostiene la importancia de la comunicación, la autoestima, las normas y los valores como constitutivos de la estructura familiar.
El primer escudo es la comunicación afectiva y efectiva. Definitivamente la comunicación es el pilar fundamental de cualquier convivencia. Facilita procesos de diálogo en la solución de conflictos y en la construcción de puentes afectivos. Enseña el respeto por la palabra y la opinión del otro y crea oportunidades de cambio a través del libre fluir y planteamiento de ópticas en diferentes vías. En la diversidad de puntos de vista, está la riqueza.
El segundo escudo procura mostrar como la autoestima, la autoimagen, la autoeficacia y el autoconcepto son los mejores protectores de la persona. Según las investigaciones, se observa como aquellos miembros de la familia con niveles altos de estima, eficacia, concepto e imagen superan con mayor facilidad los obstáculos del diario vivir y se encuentran mejor preparados para enfrentar las amenazas del medio familiar y social.
El tercer escudo es el manejo adecuado de normas, reglas, disciplinas y límites. En el manejo de la norma es importante partir de la realidad evolutiva de cada miembro del grupo familiar. Unificar el manejo de la norma si hay varias figuras de autoridad y generar un clima de serenidad y bajo en ansiedad para evitar castigos desproporcionados o cargados de ira contenida. Y lanzar la propuesta de la Experiencia Emocional Correctiva al estilo de Franz Alexander, como una alternativa útil para el manejo de la autoridad desde la ternura.
El cuarto escudo es la formación en valores al interior de la familia. El ejemplo es la mejor manera de enseñar valores y la manera más honesta de encarnar aquello que para la familia es lo más valioso o preciado. Decía Theodore Roosevelt. “…educar mental y no moralmente un niño, es educar un peligro para la sociedad”
En este orden de ideas, una familia que educa en valores enseña, con su testimonio a cada uno de sus miembros, la importancia del respeto, la responsabilidad, el compromiso, la justicia, la fraternidad y el amor.
Yo creo que educar es preparar hijos para el futuro. Y como padres, nuestro sagrado encargo, es acompañarlos hasta que estén en capacidad de seguir su propio camino. Mientras tanto nos preguntamos ¿cómo hacer ese acompañamiento en los tiempos actuales, si definitivamente no estamos preparados?
Sospecho que el secreto está en el manejo de la autoridad desde la ternura.
Algunos papás, a partir del temor, dirigen a sus hijos, desde los gritos y la violencia, sin pensar que precisamente esa actitud, muestra el propio pánico de los padres.
Además, siento obligatorio, el conocimiento de cómo son los jóvenes en la postmodernidad, pues obviamente, son muy diferentes a la juventud que nosotros vivimos. Por lo tanto es un error decir: ” hijo, yo a tu edad…”, porque los signos de los tiempos han cambiado.
Tenemos miedo de equivocarnos. Tenemos miedo de no ser buenos papás. Realmente no existen buenos o malos padres, más bien existen hombres y mujeres quienes desde el amor, buscan formar hombres y mujeres de bien para el mañana, pero debemos reconocer, con humildad que nos falta mucho por hacer como constructores del futuro.