Yo creo que el silencio es maravilloso cuando se encuentra el momento propicio para vivirlo. Es una experiencia indescriptible, llena de una riqueza infinita de paz y serenidad interior.
Esta mañana muy temprano, me dispuse a escuchar los sonidos del silencio. La magia de la madrugada tiene ese encanto frío que permite la escucha curiosa del incremento de los ecos sonoros de la ciudad que se despierta lentamente.
Mientras va clareando, también aumentan los murmullos que escapan del vecindario y en las calles el ruido sordo de los motores que pasan raudos, y los pasos acelerados de las personas que inician sus labores y que en medio de los diálogos que adivino, van poblando finalmente el espacio de múltiples ruidos y sonidos de conversaciones lejanas.
Algunos pájaros, incluyendo un gallo, también se unen al coro junto al ladrido de aquellos perros que han madrugado más que sus amos.
A veces siento que el silencio es obligatorio en medio de este universo lleno de ruido y contaminación auditiva.
Entonces de pronto, comprendo que paso la mayor parte del tiempo sin percibir el sonido del entorno. Descubro que a veces olvido escuchar el ambiente que me rodea, porque pasa desapercibido al considerarlo como parte del paisaje, que imagino inmóvil.
Ahora, con esta cuarentena, es posible oír lo que antes no oía. Por estos días me he topado con sonidos nuevos para mí, aunque reconozco que siempre han existido afuera, pero ahora los puedo escuchar porque tienen mi atención focalizada.
También me doy cuenta de que, en medio de tanto parloteo, de tanta información, ruidos y sonidos que hacen parte del ambiente, es obligatoria la pausa para recogerme en el silencio. La magia de este mutismo es tan poderosa, debido a de que permite la comunicación conmigo mismo.
Es en el silencio donde habita mi ser más profundo. Así como es en el silencio donde reconozco la existencia de la mismidad del otro, cuando la escucho atenta y desprevenidamente.
En la escucha silenciosa reside un poder terapéutico.
¿Pero qué es escuchar al otro? No es otra cosa que renunciar a mi ego, para permitir que ese semejante que se encuentra frente a mí exprese toda su humanidad en medio de mi silencio respetuoso.
Yo creo que, en la convivencia humana, lo más difícil es el diálogo. El secreto para el éxito de este encuentro comunicativo está en reconocer en el otro un interlocutor válido. Además, porque en medio de mi egoísmo, sólo deseo ser escuchado, desconociendo que existe otro discurso, el de mi semejante que requiere ser tenido en cuenta para ser valorado.
Desde hoy me propongo hacer silencio, para acallar mi ego…y de esta forma permitir que la magia de escuchar se manifieste en el asombro que siento cada vez que me doy permiso de ser y estar consciente de lo que está más allá de mí.