Yo creo que son muchos los aprendizajes que he tenido y seguiré teniendo con motivo de esta experiencia de estar confinado dentro de las cuatro paredes del lugar que habito.
Cuando las autoridades dieron la orden de aislamiento preventivo, frente a la pandemia del covid-19, nunca pensé que se prolongaría por tanto tiempo.
Los primeros días pasaron de manera festiva, como cuando se vive una experiencia nueva, llena de sorpresas y expectativas, esperando que muy pronto todo volvería a la normalidad; pero han pasado los días y la posibilidad de salir nuevamente, se ha venido complicando debido a los cuidados extremos que de manera obligada debo guardar para protegerme y proteger a otros.
Sin embargo, lo más impactante, para mí en esta cuarentena, ha sido vivir las restricciones de la libertad personal, no solo fuera del hogar, sino al interior de este.
Si bien es cierto que no puedo ni debo salir a la hora que quiero, y desplazarme por los sitios que acostumbro frecuentar solo o acompañado, por los protocolos de confinamiento obligatorio que debo respetar y seguir para proteger la salud pública y privada, ahora en mi propia casa, gracias a la convivencia, y a las actividades de oficina y estudio de quienes habitamos aquí, debo respetar las limitaciones, que por obvias razones se imponen, para escuchar música, ver televisión, bañarme largo, comer a la hora que prefiero y los alimentos que deseo, porque de hacerlo, podría disparar un conato de incendio emocional que seguro terminaría en evidente expresión violenta.
Las previsiones necesarias para mercar y reducir los costos financieros, los domicilios exclusivos y precisos para evitar el contagio y las restricciones en cuanto a ciertos lujos y gastos, se convierten en motivo de angustia y contradicción entre los miembros de la familia, que todavía no han caído en cuenta de la realidad económica que poco a poco se aproxima.
Las críticas y los disgustos por el estilo de personalidad, por las conductas fuera de tono, por el orden o el aseo, así como por los estilos particulares de responder y comunicarse, se hacen también más frecuentes, como respuesta al encierro y porque la convivencia obliga a ser testigo, por veinticuatro horas y cada semana, de lo que antes no podía ver ni percibir; todo porque la actividad laboral y personal se realiza fuera de casa y sólo los fines de semana se podría hacer una reunión con la familia, aunque no completamente, porque en la mayoría de los casos, algunos miembros de la misma, salen a pasear o a compartir con sus amigos y allegados.
Es ahora cuando tomo verdadera conciencia de lo difícil que es convivir diariamente con otros humanos diferentes y variados en sus formas de ser, pensar y sentir y cuyas personalidades dominantes o sumisas se mezclan en una lucha por el poder, solapando la verdadera angustia que cada uno vive en su interior.
Es por todo esto por lo que se torna necesario ser más inteligentes emocionalmente para actuar y responder en consecuencia; porque es cuando más necesitamos perdonar, así como desarrollar aún más la tolerancia a la frustración, para de esta forma y con ayuda de la resiliencia, salir adelante.
El problema no es sólo este coronavirus, sino la violencia intrafamiliar que se detona por el encierro prolongado, que va minando las defensas y que, con el estrés, la ansiedad y la depresión también se convierten en caldos de cultivo, para alborotar enfermedades mentales, que estaban dormidas, y que ahora con el confinamiento obligatorio, se despiertan para engrosar la lista de motivos de conversación, diálogo profundo y calmado, para el tratamiento familiar.
La pérdida de la libertad consecuencia de este encierro obligatorio, no es nada, si lo comparo con la necesidad de fortalecer la salud mental, al interior de cada hogar, para evitar una catástrofe mayor, ya no en el tema de salud pública o progreso económico, sino en materia de relaciones humanas afectadas por una convivencia forzada por las circunstancias, y que ha servido de pretexto para sacar a flote, “desencuentros viejos”, resentimientos pasados, o asuntos pendientes por cerrar, que se habían guardado pero que ahora, salen para ser resueltos.
Yo creo que, parte de la clave para darle manejo a esta situación está en la frase que escuché en una película el fin de semana, donde el protagonista sostiene que: “no me ahogo porque he caído al río, sino porque me quedo en el fondo”.
La tarea entonces es dialogar desde el corazón y la razón.
Se trata entonces de aprovechar esta maravillosa oportunidad, que me regala el Universo, en esta cuarentena, para sanar asuntos pendientes en familia.