Esta mañana salí por la carretera rumbo al oriente antioqueño. El sol de la mañana iluminaba el paisaje, lo que agradecí profundamente. Cada tramo de la vía estaba lleno de energía y luz.
Decidí entonces cerrar algunas fuentes de ruido para silenciarme. Así que, para lograr este propósito ni música, ni noticias, ni llamadas… ni nada.
El viaje estuvo sereno y placentero. Y luego esa sensación de infinitapaz interior.
Nada en mi mente… entonces me conecté con la existencia. Porque todo está conectado y cada sincronía me recuerda que todos estamos conectados también.
Esto dado que en el trayecto me encontré con viejos amigos y viví situaciones muy particulares que me sorprendieron por su significado profundo este día.
Cuando demandas amor, el Universo te ofrece oportunidades para dar y recibir afecto sincero y desinteresado de quienes realmente te aman.
Me encanta el silencio y reconozco que soy muy sensible a los ruidos y a la música estridente y cargada de volumen. Sufro mucho cada vez que los ruidos alcanzan a ser protagónicos y la ausencia de buena música llena el espacio. Prefiero por lo tanto el silencio.
Entonces en este viaje, desde el placer del silenciamiento, cumplí mi cita con la bioenergética y me corroboró mi buen estado de salud.
Recomendó abrir algunos canales y adoptar una dieta saludable sin carbohidratos, ni nada que agrediera el organismo…es decir que definitivamente: que me alimentara bien.
También recomendó ejercicio moderado y placentero para volver a tonificar los músculos y acondicionar el cuerpo para caminatas y paseos más largos que exijan resistencia.
Todavía tengo la sensación rica del sol en mi rostro y el aire puro llenando mis pulmones. Así como el recuerdo grato y significativo de un día más con salud y vida, agradeciendo el milagroso poder del silencio que observa sin juzgar.
Yo creo que, la expresión que le escuchaba a mis padres ahora cobra sentido: – “sólo se valora lo que se tiene… hasta que se pierde”-. O en palabras de Martin Heidegger: “sólo comprendemos el funcionamiento de la máquina cuando esta se descompone”.
Y esto se aplica entre otros temas, a la experiencia de la salud que, por estar sano, precisamente no permite tomar conciencia de esta, diferente de la experiencia de la enfermedad que me obliga a cotizar la salud perdida.
En este momento de mi vida, estoy valorando lo que antes no valoraba.
Desde el placer de dormir y comer, hasta el maravilloso encanto del baño diario independiente, sin requerir apoyo externo.
Es decir, el proceso de la enfermedad me ha enseñado la importancia de la autonomía y la capacidad para atender mis asuntos más elementales y primitivos, así como la humildad para comprender que, en el fondo, no soy autosuficiente, ni todopoderoso.
Entonces he descubierto que El Ego tiene miedo de soltarse, de entregarse, porque de hacerlo, esto significaría su muerte.
Luego de este camino que recorro con la enfermedad, nuevamente confirmo que mi objetivo en la vida debe ser, fundirme con la “Unidad” y esto sólo se logra si sacrifico el Yo. Porque mientras haya una “Yoidad” también habrá una “Otredad” y un miedo profundo de no ser “reconocido” o, mejor dicho: “diferenciado”.
En escritos anteriores he citado a Rumi, el místico islámico, y hoy nuevamente recuerdo el pasaje donde el amado llama a la puerta de la amada. Al otro lado de la puerta una pregunta inquietante: – “¿Quién es?”- a lo que el amado responde: – “Soy yo”-, Y la voz de la amada dice: – “No estoy”-. Así que la puerta siguió cerrada, porque no había espacio para dos.
Luego de un buen tiempo de soledad, meditación, reflexión y añoranza, el amado volvió a llamar a la puerta de la amada. La voz de la amada preguntó nuevamente: -“¿Quién es?”- a lo que el amado respondió: -Soy tú”-, entonces la puerta se abrió.
En su momento no comprendía al maestro Jesús, cuando decía que: – «Quien quiera conservar la vida la perderá»-. Ahora entiendo que el secreto está en morir a la apariencia de lo corporal para poder disfrutar de la “vida eterna”, porque el Yo debe morir, para nacer en el Ser. Entendiendo que el Ser no es mi ser, sino el Ser.
Ahora el objetivo es lograr el sacrificio del Yo, es decir darle muerte al Ego.
El problema está en toda la energía que invierto en la identificación con el Yo y lo tanto que desconozco a mi propio Ser.
Estoy buscando en el lugar equivocado. Todo este tiempo me he dedicado a encontrar la respuesta a la pregunta: ¿Quién Soy Yo? y creo que la pregunta es: ¿Qué Soy Yo? Para poder responder ¿Para Qué Soy Yo?
En el libro La Enfermedad Como Camino, de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke encuentro este texto bastante propicio para la reflexión que venimos haciendo: – “Nunca existirá el ser humano completamente sano, sin enfermedad ni muerte, nunca existirá el amor que todo lo abarca, porque el mundo de las formas vive de las fronteras. …Entonces quien descubre la falsedad de las formas en su conciencia es libre. En un mundo polarizado, el amor conduce a la esclavitud: en la Unidad, es libertad”.
Yo creo que en este momento de mi vida, viajar es uno de los placeres que quiero brindarme en esta segunda oportunidad que me regala la existencia.
El primero de ellos lo hice a la playa. Y frente al mar, pude recargarme de energía y agradecerle a la vida su generosidad para conmigo.
Y el segundo, lo hago precisamente ahora cuando escribo estas líneas, con la expectativa del niño que habita en mí, recorriendo lugares exóticos, para de esta forma disfrutar de paisajes curiosos llenos de color y tomar muchas fotografías con la idea de contemplarlas años después y sonreír de satisfacción por la hazaña conquistada.
Si la vida me regala vida, también en este año volaré para encontrarme con mi hija y darle un abrazo prolongado y felicitarla por su capacidad y coraje para sobreponerse a la soledad y al destierro que se impuso, buscando alcanzar sus metas personales y profesionales.
Por supuesto que estos viajes no los hago solo. Desde hace varios años decidí que esta travesía tendría sentido si estaba acompañado. Y afortunadamente mi compañera de viaje ha patrocinado mis locuras de recorrer el mundo, ligeros de equipaje, pero llenos de curiosidad y asombro con cada cosa que nos encontramos en el camino.
A propósito, en el fondo, eso es lo que quiero hacer este año: poner a prueba mi capacidad para sorprenderme.
Dentro de las habilidades a desarrollar en el sagrado arte de vivir, esta para mí, la de disfrutar la sorpresa, es quizás la más importante y muy a mi pesar reconozco que, en las nuevas generaciones, brilla por su ausencia.
Para mí, el asombro, es la chispa emocional que le da sabor a la vida. Entonces con tantas esperas que he tenido que hacer en los aeropuertos, he aprovechado para disfrutar sorprendiéndome. No puedo sustraerme a la fascinación que me produce observar a las personas; delicioso pasatiempo, que de manera simultánea combino con mi formación como psicólogo.
Entonces vuelo con cada persona que veo pasar, más allá de lo imaginable, para intentar encontrarle respuestas a estas dos preguntas elementales pero profundas: ¿de dónde vienen? Y para dónde van?
Como una metáfora perfecta, la vida es un viaje en un determinado tiempo y espacio. Y durante el trayecto, los recodos del camino me aguardan con múltiples sorpresas. Y no dejo de preguntarme lo mismo: ¿de dónde vengo y para dónde voy?
Estar cercano a la muerte me ha hecho cambiar mi perspectiva de la vida. De un tiempo para acá estoy disfrutando de cada minuto de mi existencia. Con la certeza de que es el último y que la promesa de un mañana no deja de ser eso, una promesa que se renueva cada amanecer.
En definitiva me estoy asombrando cuando despierto y amanezco vivo y saludable, agradecido y dispuesto a saborear la vida y sobre todo consciente de que es aquí y ahora cuando debo actuar y no mañana…
Porque pasé muchos años soñando con hacer muchas cosas que nunca hice…yo creo que ahora…es el momento.
De pronto tengo una generosa urgencia de hacer muchas cosas y entonces me sorprende el reloj marcando las horas más rápido de lo normal.
Debido a mi nueva situación de salud, el insomnio es ahora parte de mi vida, como consecuencia de la quimioterapia. Incluso el proceso digestivo se ha alterado, hasta el punto de levantarme a las tres y media de la mañana para ir al “trono” y hacer los descargos respectivos. Que además durante el día, pueden ser hasta tres veces, sin ser signo de peligro.
Lo mismo sucede con el acto de orinar. Durante la madrugada debo ir al baño entre cinco y seis veces para eliminar las toxinas que deja el tratamiento y que, por orden de mi oncólogo, debo tomar hasta dos litros de agua al día para garantizar que los riñones y la vejiga hagan su trabajo de filtrar y evacuar.
Es una rutina a la que me he acostumbrado a la altura de mi cuarto ciclo de quimio. Entonces puedo anticipar qué va a suceder, aunque cada ciclo ha sido diferente en cuanto a los efectos molestos.
He tenido la ventaja de no presentar náuseas ni vómitos. Ni mucho menos dolor, fiebre o malestar general. Sin embargo, lo más impresionante es el cansancio que asemejo al ejercicio realizado luego de haber corrido tres maratones en una misma semana. Los músculos no me responden, se me dificulta ponerme en pie y la caminada es lenta y vacilante temiendo que en cualquier momento no pueda sostenerme.
Este tratamiento que estoy recibiendo, es muy agresivo para el corazón. Entonces el equipo médico que me atiende ha sugerido estudios para monitorear un posible deterioro de la función cardíaca. Además, recomiendan que asista a fisioterapia suave para, lentamente y con el debido cuidado, contrarrestar la pérdida de los tonos musculares.
Volviendo al insomnio, que es algo nuevo en mí, porque normalmente duermo profundo y fácilmente durante la noche y aún en el día cuando me regalo el exquisito placer de una siesta, entonces, ahora tengo mucho tiempo para aprovechar, de manera deliciosa.
Luego de levantarme de la cama, mi rutina diaria comienza a las cuatro de la mañana, cuando el silencio es más infinito y me permite meditar para aquietar la mente. A continuación, disfruto un curso de portugués brasilero que me invita a soñar con un futuro viaje, a Salvador Bahía, Sao Paulo, Rio de Janeiro, Brasilia y Mina Gerais entre otros lugares exóticos, llenos de bellezas naturales.
Continúo una hora y media después, con la lectura de dos textos profundos, espirituales y llenos de luz, que me ofrecen la oportunidad de la clarividencia y la preparación para el desenlace, al que por supuesto todos vamos a llegar. Se trata del Libro Tibetano de la vida y de la muerte escrito por Sogyal Rimpoché y el texto El Corazón de las Enseñanzas de Buda del monje vietnamita Thích Nhất Hạnh, en donde he encontrado respuestas a mis inquietudes más trascendentales.
A las siete de la mañana, mi esposa me obsequia con un desayuno saludable, sazonado con amor, fe y esperanza para luego dedicarse a laborar en su oficio de dirigir una tarea nacional, para la empresa para la cual trabaja, conectada con su grupo humano, apoyada en las teleconferencias que son la nueva forma de ser productivo y eficiente, en esta época de pandemia.
Entonces procedo a disfrutar del ritual de la ducha y del baño con crema humectante para paliar la resequedad de la piel. Selecciono el vestuario para el día, pues recuerdo que tengo varias consultas psicológicas que deseo atender, y me dispongo a trabajar en lo que más me gusta como profesor y psicoterapeuta.
Entre cita y cita, descanso completando sudokus, que me ayudan a concentrarme en temas diferentes a los laborales y académicos. Y en las horas de la tarde, luego de un delicioso almuerzo, pues no he perdido el apetito, aunque confieso que, por estos días, si he perdido la capacidad de distinguir los sabores de los alimentos, me dedico a escribir y a leer libros técnicos sobre el proceso de la Terapia Gestáltica y principalmente la elaboración del duelo en pacientes terminales y sus respectivas familias y parejas.
En fin, es un día atareado y lleno de sentido, que pasa muy rápido y donde aquí y ahora sigo vivo, buscando la mejor manera de ser útil, productivo y autosuficiente y sobre todo, dándome cuenta de lo valioso que es vivir, cuando la vida se dedica a cumplir las tareas encomendadas para la trascendencia del alma.
Esta semana mi médico internista, me preguntó sobre mi estado de ánimo. Le respondí que estaba viviendo en el aquí y ahora y que, por el momento, la depresión, la ansiedad o el miedo, no eran mis compañeros de travesía. Insistió en mandarme un antidepresivo, pero amablemente decliné su oferta, puesestoydemasiado ocupado haciendo la tarea de dejar todo organizado, antes de partir.
Yo creo que más allá hay inmutabilidad, intemporalidad e inmortalidad.
Por estos días, me he venido preguntando: ¿Qué voy a encontrar al momento de morir?
Y la primera respuesta que se me ocurre es: -nada…porque al perder el cuerpo, todas las sensaciones, incluso la del placer o las del dolor, también desaparecen-.
Ahora, este mundo en el que habito no es más que un conjunto de proyecciones de cuerpos. Es decir, un montón de figuras y formas que se visualizan gracias a la apariencia.
Por ello no tiene sentido apegarse a las formas ni a los cuerpos, pues son cambiantes y sólo consisten en un juego de proyecciones de la energía.
Me obligo a mirar más allá de la forma y ver al Ser puro y eterno. En el nivel del Ser superior, reconozco que todo sufrimiento es ilusorio. Porque el sufrimiento se debe a la identificación con la forma o con el cuerpo.
El meditar en la mortalidad de las formas físicas, me permite la paz y la serenidad del encuentro con el más allá, sin cuerpo, sin forma. Entonces comprendo el proceso de transformación de mi energía.
Cuentan que una vez un joven discípulo, inquieto por el tema de la muerte, le preguntó a su maestro si había vida después de la vida. A lo que su sensei respondió: -si al menos no has resuelto que hacer en esta existencia, porque estás preocupado por otra?-.
Estoy dedicado a morir antes de morir. Y esto lo puedo lograr dejando que la humildad me permita soltar, para no dejar lugar al orgullo. En otras palabras, entregarme, desapegarme, soltarme, para dejar ir lo material y de esta forma encontrar la divinidad de lo eterno, inmutable, intemporal y ausente de forma corporal.
Descubro que el camino es la rendición. Esta sabiduría consiste en ceder. No debo resistir, sino más bien fluir. Este proceso de fluir sólo es posible aquí y ahora.
Entonces acepto el momento presente de manera incondicional y sin reservas.
Renuncio a la resistencia interna, a la pelea interior que se verifica en la mente, que alberga el miedo, la ansiedad y la angustia por lo que está por venir, y que en algunos casos se lee como si fuera catastrófico cuando en el fondo, realmente es la experiencia más gloriosa, como el mismo acto de nacer.
Así la muerte, no puede entenderse desde la objetiva razón, debo sentirla desde la subjetiva emoción. Porque cuando me resisto, lo que hago es un juicio mental. ¿Por qué resistirme a lo que es? Decido entonces fluir frente a lo inevitable, a lo seguro, a lo cierto y a lo inexorable como es morir corporalmente.
Ya he dejado de preocuparme por lo que hay más allá. Porque aquí y ahora debo ocuparme en lo que hago más acá, antes de morir físicamente.
Pues de nada sirve pensar que voy a hacer en el futuro y si hay más allá, sino en lo que voy a hacer aquí y ahora. Porque todo sucede en el ahora y es aquí y ahora donde aún estoy vivo.
Yo creo que amar es un arte que nace del desapego y de la libertad personal que deja ser.
Viene a mi memoria la historia del amado que llega a la casa de la amada y toca su puerta. La voz de su amada se escucha desde adentro preguntando: - ¿Quién es? El amado desde afuera responde: - ¡Soy Yo! Pero la amada, luego de un prolongado silencio le dice: – ¡No estoy!
Entonces el amado insiste con su demanda de amor…exclamando: – ¡Pero si te dije que soy yo! A lo que ella replica: – ¡No estoy!
Así que el amado, tomando conciencia del amor de ágape, cambia su discurso, ahora iluminado, sin miedo y sin angustia por el abandono. Toca nuevamente la puerta de su amada y ella insiste en su pregunta: – ¿Quién es? -. A lo que el amado muy sereno y tranquilo, manifiesta: ¡Soy tu! Entonces la amada abriendo la puerta, con una hermosa sonrisa por el encuentro, le dice: -Ven sigue, ¡te estaba esperando!
Para comprender qué es lo que hace tan difícil el arte de amar, tendría que remontarme a los diferentes tipos de amor. Porque hay un amor erótico que se ocupa de satisfacer los placeres que reclama el cuerpo. Otro más filial y comprometido que protege el vínculo familiar, el nexo entre los amigos y la permanencia de la pareja y finalmente el de ágape que desde su desinterés deja ser y permite la libertad personal, para el crecimiento que cada uno necesita, y así sentirse realizado en metas y procesos donde se requiere estar desapegado.
Como el amor erótico tiene que ver con la sexualidad y el placer derivado de su práctica, es completamente egoísta y posesivo.
Mientras que el amor filial en su búsqueda por cuidar el vínculo facilita estrategias protectoras para conservar la unidad y el apego de los amigos y la familia.
Entonces me queda el amor de ágape que, desde la solidaridad, el apoyo, y la ayuda desinteresada, permite el espacio y el tiempo necesarios para crecer espiritual, y existencialmente.
De otro lado, Fritz Perls, el terapeuta gestáltico, con frecuencia repetía estas expresiones: “Yo soy yo y tú eres tú. Yo hago mis cosas y tú haces las tuyas. Yo no vine a este mundo para vivir de acuerdo con tus expectativas y tú tampoco viniste a este mundo para vivir de acuerdo con las mías. Si nos encontramos y nos permitimos hacer contacto, será hermoso… sino que le vamos a hacer”.
Todo esto significa que el otro necesita una independencia y una vivencia de sí mismo, para poder desde su individualidad, reconocer la individualidad de su pareja.
Porque si puedo comprender y aceptar la diferencia del otro, es porque previamente he reconocido y comprendido mi mismidad, y sólo así puedo contactar con su otredad.
Amar implica proponer, antes que imponer, para que el otro tenga la libertad para elegir y decidir si acepta o no la propuesta.
Es muy frecuente que camine por el mundo sintiendo, como decía Jacques Lacan que: “l’autre n’existe pas”, el otro no existe.
Porque desde mi egoísmo, desde mí “mismidad” estoy tratando de buscar lo que no veo en mí mismo, para verlo proyectado en el otro, como mirando un espejo. Tanto así, que en cada frase que digo en la relación de pareja, aparece el pronombre de complemento indirecto de la primera persona del singular: me. Porque no me dijiste, porque no me llamaste o en expresiones como abrázame, cuéntame, invítame, dime, acompáñame.
Yo creo que, en el difícil arte de amar, el secreto está en permitir al otro… ser, desde su originalidad y darme permiso de ser yo mismo, desde mi individualidad, con el compromiso de leer las mutuas necesidades desde la responsabilidad para ofrecer apoyo, acompañamiento y ternura cómplice, en el campo de todas las posibilidades de la pareja.
Yo creo que los cambios que vienen son grandes y significativos.
La clave está en destruir para construir y de esta forma comenzar de nuevo, a partir de los aprendizajes adquiridos, como una preparación para los desafíos del futuro. De nada vale aferrarse a lo conocido. Es preferible y más inteligente, permanecer abierto frente a lo que está por venir.
Romper el paradigma de la comodidad no es cosa fácil, más aún cuando la cultura predominante, enseña a valorar lo superficial, desde el tener o el sentir placer, sobre el ser.
Ahora, más que nunca, ser persona, es mucho más importante que aparentar lujo, poder o fama. Definitivamente, tener valores como ser humano, será la verdadera riqueza.
Nada más aplicable para estos tiempos de crisis económica, que las palabras del Mahatma Gandhi cuando decía: -“Un hombre debería ser siempre más grande que lo que hace y más precioso que lo que posee”-. En este momento, el Covid-19 es el mejor parámetro para medir, el valor de la persona, independientemente de su capacidad económica, laboral o social.
En medio de este panorama de receso mundial, generado por la pandemia, retomo la visión futurista del escritor norteamericano Mark Twain, cuando haciendo una crítica a la sociedad de su época afirmaba: “la civilización es la multiplicación ilimitada de innecesarios necesarios”.
Vivo rodeado de posesiones innecesarias. Para nadie es un secreto que la economía de mercado busca motivarme como consumidor para que compre cosas que ni necesito, ni deseo. Y me doy cuenta de cómo esta inmensa industria del deseo me bombardea con llamadas telefónicas, mensajes subliminales y promociones tentadoras, pretendiendo que realice compras innecesarias, que en el fondo procuran llenar vacíos existenciales.
Entonces me pregunto: ¿Qué es vivir? ¿Cómo estoy viviendo? ¿Para qué vivo?
Gracias a este tiempo de aislamiento he aprendido a vivir mejor, con menos dinero. A vivir mejor con menos problemas de apariencia… ahora me mantengo con la misma pantaloneta y tres o cuatro camisetas que adoro.
A vivir mejor, consumiendo la comida que preparo en casa. A vivir mejor con menos contaminación pues llevo meses sin utilizar transporte que afecte el medio ambiente.
Yo creo que el secreto está en distinguir entre necesidades y deseos; porque una cosa es lo que necesito y otra muy diferente lo que deseo.
Con esta cuarentena he descubierto que el poder y la riqueza están en la capacidad para centrarme menos en la apariencia material y fijarme más en la calidad de las relaciones con las personas.
Ahora la clave es renunciar, para poder ganar la vida. Este proceso se da como consecuencia de la nueva percepción frente a los signos e invitaciones para el cambio que trae la pandemia.
El proceso de duelo es obligatorio.
Destruir para construir, será la constante durante un buen tiempo; por lo tanto, la creatividad y la capacidad para desapegarme, serán las protagonistas para salir adelante aprovechando este vacío… fértil.