Yo creo que las vacaciones, son maravillosas y necesarias. Si bien es cierto ofrecen la oportunidad de descansar de las tareas académicas y laborales, al mismo tiempo producen una fatiga física resultado de la actividad frenética que se realiza cuando se va de turismo y se desea conocer lo máximo en poco tiempo. Es decir, luego de las vacaciones siento un cansancio corporal, aunque no mental y me invade la sensación de querer estar en casa durmiendo en mi cama y pronto retomar los hábitos de alimentación caseros.
O sea, en definitiva, creo que voy a necesitar vacaciones de mis vacaciones.
Normalmente planeo este tiempo de vagancia laboral, con mucha anticipación. Sin embargo, en esta oportunidad compré los tiquetes aéreos tres meses atrás y el resto lo dejé en manos del azar. La razón simple y contundente: la amenaza del virus respiratorio y la probabilidad de que cancelaran vuelos y reservaciones.
No tenía certeza de nada. Y precisamente esta incertidumbre sazonó de aventura y riesgo el viaje, llenando de misterio lo por conocer.
Hospedajes, sitios a visitar y tiempos de desplazamiento y alimentación en esta ocasión, los decidí el día anterior y de esta manera realicé los recorridos esperando que la providencia me acompañara.
Así he vivido todo este año; sin saber que va a pasar, sin tener seguridad de nada y permitiendo que el Universo actúe desde su lógica, bastante esquiva para mí.
Toda mi vida he preferido anticiparme a los acontecimientos y circunstancias de la vida, invirtiendo enorme tiempo en la planeación. No quiero decir que la planificación no sea necesaria, más bien a lo que me refiero, es que ahora como lo veo, hay cosas que no puedo controlar y menos en un paseo de vacaciones, donde todas las posibilidades se abren sin control.
La vida es un paseo y el paseo representa la vida. No tengo certeza de nada de lo que está por venir. Y cada evento me sorprende porque entonces es nuevo para mí.
Tengo la sensación de que lo maravilloso de vivir está en la incertidumbre y no en la certeza.
De otro lado durante este paseo se puso a prueba mi capacidad de supervivencia y se activó la creatividad adaptativa, entrenamiento que tenía adelantado con mi proceso oncológico.
Debo agradecer a mi compañera de viaje, que de manera incondicional quiso secundarme en esta aventura; y no me refiero a este paseo en particular, sino al gran reto de caminar y vivir juntos.
Porque como voy camino a la muerte, como todos, lo que sucede es que ahora soy más consciente de este proceso de senescencia y desconozco como se va a producir ese momento final, por lo tanto, mientras sucede, estoy a merced del destino.
Cada día está cubierto con el manto de la inseguridad, porque ahora sé que no puedo estar seguro de nada. Así que lo único que tengo es la confianza en mis recursos, para afrontar cada momento.
Estas vacaciones en particular pasarán como las más importantes en mi vida, por varias razones:
La primera porque las viví conscientemente como si fueran las últimas.
La segunda porque no las planeé como las anteriores.
La tercera porque dejé que las circunstancias me sorprendieran con sus imprevistos, lo que antes hubiera generado angustia por la ausencia de control.
Y la cuarta porque definitivamente necesitaba descansar de todo un año de angustia, zozobra y cansancio por mi lucha contra el cáncer.
Y ahora con plena consciencia, yo creo que me voy a dar el permiso de disfrutar intensamente, de las vacaciones de mis vacaciones.