Yo creo que en este momento de mi vida, viajar es uno de los placeres que quiero brindarme en esta segunda oportunidad que me regala la existencia.
El primero de ellos lo hice a la playa. Y frente al mar, pude recargarme de energía y agradecerle a la vida su generosidad para conmigo.
Y el segundo, lo hago precisamente ahora cuando escribo estas líneas, con la expectativa del niño que habita en mí, recorriendo lugares exóticos, para de esta forma disfrutar de paisajes curiosos llenos de color y tomar muchas fotografías con la idea de contemplarlas años después y sonreír de satisfacción por la hazaña conquistada.
Si la vida me regala vida, también en este año volaré para encontrarme con mi hija y darle un abrazo prolongado y felicitarla por su capacidad y coraje para sobreponerse a la soledad y al destierro que se impuso, buscando alcanzar sus metas personales y profesionales.
Por supuesto que estos viajes no los hago solo. Desde hace varios años decidí que esta travesía tendría sentido si estaba acompañado. Y afortunadamente mi compañera de viaje ha patrocinado mis locuras de recorrer el mundo, ligeros de equipaje, pero llenos de curiosidad y asombro con cada cosa que nos encontramos en el camino.
A propósito, en el fondo, eso es lo que quiero hacer este año: poner a prueba mi capacidad para sorprenderme.
Dentro de las habilidades a desarrollar en el sagrado arte de vivir, esta para mí, la de disfrutar la sorpresa, es quizás la más importante y muy a mi pesar reconozco que, en las nuevas generaciones, brilla por su ausencia.
Para mí, el asombro, es la chispa emocional que le da sabor a la vida. Entonces con tantas esperas que he tenido que hacer en los aeropuertos, he aprovechado para disfrutar sorprendiéndome. No puedo sustraerme a la fascinación que me produce observar a las personas; delicioso pasatiempo, que de manera simultánea combino con mi formación como psicólogo.
Entonces vuelo con cada persona que veo pasar, más allá de lo imaginable, para intentar encontrarle respuestas a estas dos preguntas elementales pero profundas: ¿de dónde vienen? Y para dónde van?
Como una metáfora perfecta, la vida es un viaje en un determinado tiempo y espacio. Y durante el trayecto, los recodos del camino me aguardan con múltiples sorpresas. Y no dejo de preguntarme lo mismo: ¿de dónde vengo y para dónde voy?
Estar cercano a la muerte me ha hecho cambiar mi perspectiva de la vida. De un tiempo para acá estoy disfrutando de cada minuto de mi existencia. Con la certeza de que es el último y que la promesa de un mañana no deja de ser eso, una promesa que se renueva cada amanecer.
En definitiva me estoy asombrando cuando despierto y amanezco vivo y saludable, agradecido y dispuesto a saborear la vida y sobre todo consciente de que es aquí y ahora cuando debo actuar y no mañana…
Porque pasé muchos años soñando con hacer muchas cosas que nunca hice…yo creo que ahora…es el momento.